Una llamada a un buen amigo ya desaparecido, el que fuera gran investigador y Guardia Civil Víctor Sierra, me abrió las puertas para poder investigar lo sucedido. A las pocas horas de conocer el hecho me plantaba en la misma puerta del Cuartel de la Guardia Civil de Zalamea de la Serena, donde Víctor prestaba servicio y que lleva los asuntos de varios pueblos de la zona, entre ellos Higuera de la Serena, lugar de residencia de los testigos.
Prestos nos dirigimos hacia la citada localidad. Entramos en un bar propiedad de uno de ellos, donde se encontraban esperándonos, Víctor les había avisado de mi llegada.
Tras una interesante charla, nos desplazamos hasta el lugar de la observación, concretamente a tres kilómetros al sur de esta localidad, en el lugar denominado "Cicaratón", en las cercanías de huerto Moreno, a no mucha distancia del kilómetro 102 de la carretera comarcal 403, y a cuatro kilómetros del río Guadámez. Los viñedos y olivares predominan en esta zona, eminentemente agrícola. Solamente una antena repetidora de televisión, a doscientos metros de lugar de los hechos, rompía la monotonía natural.
He aquí la narración de lo sucedido:
«Eran entre la 1,30 y las 2,30 de la mañana del viernes, 26 de junio de 1987. La noche era despejada pero oscura, no se veía la luna. Ese día, entraba en fase de luna nueva (hora de salida: las 6,11 y hora de puesta: las 22,21. Hora oficial de meridiano de Madrid). La temperatura era agradable, entre unos quince y dieciocho grados, y no existía ningún obstáculo para la visión.
Según los testigos, Alejo González Pórtalo, Adolfo José Dávila Dávila y Jacinto Tamayo Núñez, que en aquellas fechas contaban 34, 16 y 34 años de edad respectivamente, a pesar de la oscuridad, las estrellas eran visibles.
Alejo González se percató de una extraña luz en el cielo. Era del tamaño de la luna llena y de un color amarillo intenso. Ante tan rara presencia, comenzaron a sentir un poco de miedo y comentaron entre ellos dejarlo todo y marcharse a casa. Pero no les dio tiempo a mucho más, como si el objeto hubiese captado sus comentarios, en pocos segundos se les echó encima. Su velocidad de bajada –según explicaron– fue mucho mayor, en comparación, que la de un avión a reacción. Descendió hasta quedar suspendida e inmóvil sobre unos olivos, a unos cuatro metros del suelo, y a unos veinte o veinticinco de ellos.
Era una luz de forma esférica, de color amarillo y que emitía una luminosidad de ese mismo color, como la del Sol pero de menor intensidad en su brillo, aunque más amarilla. Tendría un tamaño aproximado de unos quince metros de diámetro, lo que equivaldría a una esfera de dos mil metros cúbicos de volumen. Sus bordes estaban desdibujados. A pesar de ello y de la intensa luz que emitía, daba la impresión de ser un objeto sólido. Durante todo el tiempo que estuvo suspendido sobre los olivos permaneció inmóvil. No se podían apreciar ni ventanas ni puertas, ni ningún otro detalle que denotara alguna estructura, era una superficie lisa. Emitía un ligero zumbido, parecido al que produce un reactor. Ese sonido se mantuvo durante todo el tiempo que duró la observación, a excepción de los momentos previos a su alejamiento y desaparición en que oyeron un agudo silbido.
El objeto que –insisten los testigos– les daba la impresión de ser un objeto sólido, emitía una intensa luz que iluminaba los alrededores.
Los tres amigos se encontraban observándola cuando de repente, sin saber cómo ni de dónde, de aquella luz salieron dos seres de apariencia humana.
Tenían una estatura de dos metros y medio y su complexión era fuerte. Ninguno pudo apreciar detalles anatómicos, ya que solo podían observar sus siluetas a través de la intensa luz que los envolvía. Lo que sí pudieron constatar es que cabezas, brazos y piernas eran normales en comparación con el resto del cuerpo.
En cuanto a la forma y color de la vestimenta, tampoco pudieron apreciarlo con claridad, aunque en algún momento les pareció ver un vestuario de color verde, pero –de nuevo– la intensa luz que los envolvía, incluso cuando se alejaban de la esfera, hacía prácticamente imposible observar otra cosa que no fuera su forma humana.
No apreciaron tampoco que portaran ningún objeto consigo, ni que emitieran algún tipo de sonido, pero sí su forma de andar: lo hacían de una forma lenta pero constante, dando grandes zancadas.
Después de unos momentos de observación, aquellos seres comenzaron a desplazarse hacia donde ellos se encontraban. Presas del pánico, echaron a correr refugiándose en un arroyo que se encontraba a cien metros de distancia, a sus espaldas. Allí escondidos entre la maleza, sin apenas tener fuerzas para seguir observando lo que estaba sucediendo, permanecieron calculan entre cinco o seis minutos. Después oyeron un agudo silbido, y solo en ese instante se atrevieron a echar un vistazo. Vieron como el objeto se alejaba hacia las alturas a una velocidad de vértigo, al igual que ocurriera con el descenso. Entonces se dirigieron hacia el coche que tenían aparcado en las inmediaciones, y sin perder un segundo arrancaron y se marcharon hacia su localidad».
En compañía de Víctor recorrí el lugar en busca de alguna posible huella sobre el terreno que demostrara la presencia de la esfera en aquel paraje. Y la encontramos. La parte superior de los olivos, donde los testigos nos indicaron que había permanecido el objeto, aparecían de un color blanquecino. Después de su estudio, pudimos comprobar que las hojas había sufrido un proceso de deshidratación. Aunque de forma curiosa, solo aparecía seca la mitad de la hoja que había estado expuesta directamente a la luz, el reverso permanecía intacto y sano.
En cuanto al suelo, no pudimos apreciar nada. Puede influir en ello varios factores: la climatología, había llovido con posterioridad a los hechos, y antes de que pudiéramos acceder al lugar, lo que podría haber borrado cualquier vestigio de huellas. La dureza del terreno. Era curioso como, a pesar de lo que “pisamos” y que Víctor llevaba su calzado militar reglamentario, no había forma de dejar una impronta.
En definitiva, un hecho en el que intervinieron todas esas manifestaciones que reclaman la atención del investigador y del científico. Aquella en la que el fenómeno se sitúa en las cercanías de los testigos, e incluso reviste características sobresalientes como la aparición de seres alrededor del objeto y la actuación de éste sobre el medio ambiente.