Las dos rutas migratorias que llevaron la agricultura al sur de Europa

Reproducción de una hoz aserrada neolítica (Plos ONE)

Desde el Mar Egeo hasta las costas atlánticas de Portugal. Herramientas como las primeras hoces de siega que se utilizaron durante la cosecha son la clave que ha permitido descubrir que, hace unos 9.000 años, la agricultura se transmitió por el sur de Europa a través de dos grandes rutas migratorias.

Durante su expansión, las sociedades neolíticas sufrieron cambios importantes a los que tuvieron que hacer frente. Retos demográficos, sociales, ambientales, climáticos y también vinculados a la disponibilidad de recursos y materias primas. Por eso su tecnología no fue uniforme, sino que se fue modificando mientras los grupos de migrantes ocupaban nuevos territorios en la costa mediterránea, según explican los investigadores de la Institución Milà i Fontanals de Barcelona en un estudio publicado en la revista Plos ONE.

Migración

Las conclusiones del equipo liderado por Niccolò Mazzucco (izquierda) han permitido identificar dos rutas principales a través de las cuales se fue expandiendo la agricultura y la ganadería desde que la primera ola de cultivadores se trasladó a Chipre durante los siglos X-IX a. C.
La primera de ellas, que comenzó a utilizarse alrededor del 6.700 a.C., era marítima y se extendía desde los Balcanes hasta la Península Ibérica.
El segundo camino por el que se movieron los grupos de población es menos conocido y más septentrional. Cruzaba el Adriático y se puso de moda hacia el 5.500 a.C. “Con sus viajes, estas personas llevaban consigo nuevas tecnologías y nuevas ideas”, explican los especialistas.

Los investigadores han estudiado, en los últimos diez años, alrededor de 50.000 piezas líticas de 80 yacimientos de Grecia, Italia, Francia, España y Portugal -algunos muy destacados como el de Knossos (Creta), el asentamiento lacustre de La Draga (Banyoles/Girona) y el subacuático de la Marmotta (Roma)- datados entre los años 7.000 y 5.000 a. C.

A principios del VII milenio a. C., coexistieron varios tipos de instrumentos de cosecha entre Anatolia, la Media Luna Fértil y Chipre, incluidas las hoces curvas con filos de corte rectos o los cuchillos. Pero las hoces aserradas -que han aparecido tanto en el Egeo como en Andalucía, pasando por el valle del Po (norte de Italia)- fueron el principal utensilio al comienzo de la expansión agrícola debido a su mayor adaptabilidad y facilidad de mantenimiento.

Marco geográfico del estudio y enclaves estudiados

Expansión agrícola

El excepcional estado de conservación de muchas de las hoces encontradas ha permitido analizar las partes de madera e incluso las resinas empleadas para fijar las piedras. El análisis de las huellas microscópicas de estas herramientas ha permitido descubrir de qué forma fueron elaboradas y utilizadas, así como la gestión de la siega dependiendo de la madurez de los cereales o del uso que se le iba a dar a las semillas y los tallos.

“La ruta marítima iba desde los Balcanes, pasaba por el sur de Italia y el golfo de León, y llegó hasta el sur de la península ibérica hacia el 5.300 a. C.”, apunta Mazzucco en un comunicado. En esta vía, los grupos de agricultores utilizaban unas hoces curvas, con pequeños pedernales de sílex insertados en un mango de madera, formando un filo dentado que se iban sustituyendo con el uso.

A) Hoces de madera de La Marmotta; B) Cuchillos cosechadores de La Draga; C) Cuchillos de cosecha de La Draga (madera) y de Costamar (Castellón); D) Cuchillos de cosecha de Egolzwil 3 (Suiza) (Plos ONE)

El segunda itinerario, hasta ahora muy poco estudiado, salía de los Balcanes y pasaba sucesivamente por el Adriático, el norte de Italia y el sur de Francia hasta llegar a la península ibérica. “En esta segunda vía, las herramientas de siega que se difundieron se caracterizaban por tener láminas de sílex más anchas y largas. Este tipo de hojas se producían a través de procesos de manufactura más complejos y, a medida que se desgastaban, se afilaban con pequeños golpes”, completa Niccolò Mazzucco.

El trabajo revela, pues, cuáles fueron las primeras hoces que los colonos neolíticos difundieron en el Mediterráneo, su distribución geográfica y cómo evolucionaron a lo largo del tiempo, como resultado de las adaptaciones de los grupos de migrantes a los territorios recientemente ocupados. “A partir de una pieza lítica, podemos reconstruir cómo eran, qué forma tenían, cómo habían sido usadas y para qué tipo de cultivo, normalmente trigo o cebada”, detalla el investigador Juan Gibaja (izquierda).

La cosecha es una operación clave dentro de la producción agrícola. Es una tarea de trabajo intensivo y tiempo crítico; realizarla en el momento adecuado maximiza el rendimiento y minimiza la pérdida y el deterioro del grano.

“Generalmente el estudio de la difusión de la agricultura se ha abordado a través del análisis de las semillas de los cereales cultivado, puesto que en los yacimientos arqueológicos se recupera una amplia variedad de semillas de cereales. Pero esta gran variabilidad es producto de factores muy diversos, como las condiciones ambientales y la adaptación del cereal cultivado a una zona climática, por lo que resulta más difícil identificar rutas de dispersión a partir de su estudio. En cambio, el análisis de las piezas líticas permite aportar nueva información, dado que, por su naturaleza mineral, estas piezas suelen conservarse mejor y habitualmente son fáciles de encontrar y detectar en una excavación arqueológica. Su estudio nos ha permitido seguir el camino de las comunidades neolíticas desde una perspectiva diferente”, añade Gibaja.

Fuentes: lavanguardia.com | noticiasdelaciencia.com | 4 de mayo de 2020

Equipo español realiza nuevos descubrimientos en la necrópolis bizantina de Tell es-Sin, en Siria

Escaleras de acceso a un hipogeo.

Un estudio publicado en la revista Bioarchaeology of the Near East revela las características de la población que fue enterrada en la necrópolis de Tell es-Sin, un yacimiento bizantino datado entre los siglos V y VII d. C. que se encuentra en Siria, en la margen izquierda del río Éufrates. Los autores principales del nuevo trabajo antropológico sobre este yacimiento son los investigadores Laura Mónica Martínez, de la Facultad de Biología de la UB, y Ferran Estebaranz Sánchez, de la Facultad de Biociencias de la UAB.

También participan en el trabajo el investigador Juan Luis Montero Fenollós, profesor de la Universidad de La Coruña y director del proyecto de excavación del yacimiento de Tell es-Sin, así como otros expertos de la Casa del Oriente y el Mediterráneo (Francia), la Universidad de Yarmouk (Jordania) y la Universidad Mykolas Romeris (Lituania).

Foto: Vista interior de un hipogeo y detalle a la izquierda de un nicho funerario.

El Monte del Diente en la Siria antigua

El yacimiento de Tell es-Sin —del árabe, ‘Monte del Diente’— ocupa una extensión de veinticinco hectáreas situadas en medio de una zona de paso de los antiguos ejércitos bizantinos y persas sasánidas. Está dividido en la acrópolis, la ciudad baja y la necrópolis, que ocupa siete hectáreas. Se encuentra cerca del sudeste de la actual ciudad de Deir ez-Zor —en la frontera entra Siria e Irak— y se considera un kastron, es decir, un puesto de avanzada con funciones tanto administrativas como militares. El tamaño del yacimiento, su estructura urbana y su naturaleza fortificada sugieren que se trataría de una antigua polis cuyo nombre se desconoce todavía.

Tell es-Sin es una de las necrópolis más importantes del Creciente Fértil en Oriente Próximo, «pero todavía se sabe muy poco de ella», apuntan los autores. El nuevo trabajo quiere profundizar en el conocimiento de las poblaciones de la frontera del Imperio Bizantino durante los siglos VI y VII, un periodo del que escasean las necrópolis y los restos esqueléticos.

Foto: Nichos funerarios de una tumba hipogeo (E. Taboada).

Una fortificación en medio del mapa militar de Oriente Próximo
«Mesopotamia era una región defensiva estratégica frente a las incursiones e invasiones tanto persas como árabes. En este contexto, Tell es-Sin podría haber sido afectada por la reorganización territorial y militar que realizó el emperador Justiniano, quien promocionó la fortificación de las poblaciones del limes a mitad del siglo VI de nuestra era», detalla Laura Mónica Martínez (izquierda), profesora del Departamento de Biología Evolutiva, Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Biología y primera autora del estudio.
Las primeras excavaciones arqueológicas de la necrópolis bizantina de Tell as-Sin datan de 1978 y fueron dirigidas por Asad Mahmoud, director general de Antigüedades y Museos en Deir ez-Zor en aquel momento. En 2005, el trabajo investigador de la primera misión arqueológica sirio-española —coordinada por la Universidad de La Coruña— en la zona puso de relieve la relevancia de la necrópolis del yacimiento de Tell es-Sin, que formó parte del limes Diocletianus en Oriente junto con los de Tell es-Kasr y Circesium (actual ciudad de Buseira). En total, los expertos han identificado 170 hipogeos en una necrópolis que podría contener hasta mil tumbas.

Tumbas y arqueología bizantina en territorio sirio

Como explica Ferran Estebaranz Sánchez, «las muestras procedentes de Tell es-Sin constituyen un conjunto heterogéneo y sesgado de restos esqueléticos que corresponden a tumbas saqueadas durante el transcurso del tiempo; mediante métodos biométricos tradicionales, este estudio antropológico quería proporcionar información sobre el sexo, la edad de la muerte, la estatura y otras variables morfológicas de los individuos hallados en el yacimiento».
Las muestras analizadas —solo una pequeña parte del número total de enterramientos de Tell es-Sin— incluye los restos humanos procedentes de diez hipogeos excavados por la misión sirio-española. En total, se han analizado un total de 71 individuos (como mínimo, dieciocho corresponderían a hombres, y doce, a mujeres).
Según los expertos, no se ha observado sesgo respecto al sexo o la edad en los restos estudiados, y destaca la falta de niños en comparación con otros lugares (podrían haberse enterrado en otros nichos en la entrada de la tumba). Asimismo, hay como mínimo entre uno y cinco individuos enterrados dentro de cada nicho (la media es de tres cuerpos por nicho, incluyendo subadultos y adultos), de acuerdo con el modelo de sepultura colectiva típico de la Siria antigua.

Detalle de la cribra orbitalia en un fragmento orbital de un individuo

Pese al estado de fragmentación de los restos, el equipo pudo estimar la estatura de la mayoría de individuos. «La estatura media estimada a partir de los huesos largos de la extremidad superior fue de 174,5 cm para los hombres y de 159,1 cm para las mujeres. Estos valores son muy similares a los estimados a partir del diámetro de la cabeza del fémur: 176,1 cm para los individuos masculinos y 164,5 cm para los femeninos», comenta Estebaranz Sánchez. «En conclusión —continúa—, la estatura estimada para la población bizantina de Tell es-Sin es similar a la de otras poblaciones bizantinas contemporáneas».

Cerca del 25 % de los individuos presentaban cribra orbitalia (osteoporosis relacionada con anemia por déficit nutrional), y un 8,5 %, hiperostosis porótica por alteraciones de los huesos craneales tradicionalmente asociadas a cuadros igualmente de anemia por deficiencia de hierro o vitaminas, raquitismo, infección u otras condiciones inflamatorias.

La prevalencia de enfermedades articulares degenerativas también era baja, apunta el estudio. En cuanto a la muestra dental, solo un 2,8 % de los dientes presentaban caries, un valor claramente inferior al de otros yacimientos bizantinos contemporáneos de la región que se podría relacionar con la baja muestra analizada en el yacimiento de Tell es-Sin.

Según los expertos, no se ha observado sesgo respecto al sexo o la edad en los restos estudiados.

Tell es-Sin: el final de un asentamiento con la llegada del Islam

El final del asiento de Tell es-Sin —en el primer cuarto del siglo VII d. C.— coincidió con las guerras contra los persas sasánidas y las tribus árabes del Islam. A pesar de las condiciones del yacimiento de Tell es-Sin y la situación actual en la región —a raíz de la ocupación por parte del ISIS— el descubrimiento y la excavación de fosas no saqueadas en el futuro es crucial para profundizar en el conocimiento de esta población.

«Por eso, actualmente estamos analizando el patrón de microestriación bucal para poder inferir la dieta de la población y así completar el modelo biocultural de las poblaciones fronterizas con los grandes imperios de la antigüedad», concluyen Laura Martínez y Ferran Estebaranz Sánchez.

Fuente: Universidad de Barcelona | 5 de mayo de 2020

Descubren en el sur de Irán estelas talladas de hace 7.000 años

El Instituto de Investigación del Patrimonio Cultural y Turismo de Irán ha anunciado el descubrimiento de 71 estelas en forma cónica durante el curso de las excavaciones de la tercera temporada en Tall Chegah-e Sofla, uno de los sitios prehistóricos más grandes de Kuzestan de finales del V milenio a. C., y que se llevan a cabo como parte del Proyecto Prehistórico Zohreh.


Abbas Moghaddam, jefe de las excavaciones, dijo que el descubrimiento de las estelas se realizó en la parte suroeste del complejo santuario ubicado al oeste de la plataforma monumental. Las mismas se encontraron apiladas deliberadamente en dos filas unas encima de las otras en un pozo rectangular poco profundo, colocadas allí como un regalo en "plataforma de ofrendas".

Las estelas de la fila superior están menos dañadas que las de la fila inferior, la mayoría de las cuales están rotas o fracturadas por el peso de los depósitos de las capas superiores y naturaleza delicada de la piedra caliza de la que están hechas. La fila inferior de las estelas estaba dispuesta en dirección este-oeste en el pozo, con las cabezas apuntando hacia el oeste y la parte baja hacia el este. También se encontraron rastros de mortero de arcilla entre ellas.



En total, se encontraron 73 estelas intactas y rotas de diferentes tamaños. De estas, 46 están intactas y 25 están rotas e incompletas. Todas menos dos de las estelas tenían forma de cono. La altura de la más alta es de 81 cm y la de la más corta es de 32,5 cm. La mayoría están talladas con rasgos humanos, cabras, ojos ovales y circulares, o con motivos simples como líneas o círculos sombreados, mientras que algunas no tienen ningún grabado.

Los estudios preliminares indican que estas estelas estaban en posición vertical cuando se colocaron por primera vez al lado de la plataforma de ladrillo estratificada. La evidencia de ello se observa en la decoloración existente entre las bases más oscuras y las cabezas de las estelas.


El proyecto prehistórico de Zohreh

El Proyecto Prehistórico de Zohreh (ZPP), un programa de investigación arqueológica a largo plazo centrado en el valle por el que discurre el río Zohreh, al sur de la moderna ciudad de Behbahan, en la provincia de Khuzestan, se inició en abril de 2015. El valle, que se encuentra muy cerca de la costa norte del Golfo Pérsico, fue estudiado ampliamente a principios de la década de 1970 por Hans Nissen, del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago.

El proyecto tiene como objetivo desarrollar un estudio arqueológico que cubra la totalidad del valle, centrándose en el paisaje humano a lo largo del tiempo, principalmente en relación con la jerarquía y la dinámica de los asentamientos, los modos de producción y la aparición de centros regionales al final del V y comienzos del IV milenio a. C.


A fines del V milenio a. C. se establecieron en lo que hoy es el sudoeste de Irán grandes cementerios junto a áreas residenciales. Algunos de estos cementerios se formaron alrededor de estructuras monumentales, mientras que otros aparecieron en territorios asociados con poblaciones trashumantes. El cementerio más grande descubierto hasta ahora se halla en el importante centro de Susa; en contraste, los cementerios de Hakalan y Parchineh, en el flanco sur de las montañas centrales de Zagros, no pueden asociarse actualmente con ningún asentamiento contemporáneo.


El valle de Zohreh es un área de gran interés arqueológico. Su ubicación entre el Golfo Pérsico y las montañas Zagros es significativa, y se conocen varios asentamientos de finales del V milenio a. C. ubicados a lo largo del río Zohreh. Entre ellos, Tol-e Chega Sofla fue el más importante, demostrando una clara evidencia de diferenciación social expresada en el gran cementerio ubicado al lado del área residencial. Los entierros excavados en la primera temporada muestran una amplia diversidad arquitectónica y cultural, dada la abundancia de individuos allí enterrados. El trabajo futuro sobre los restos esqueléticos, con base al ADNmt y el análisis de isótopos, ayudará a arrojar más luz sobre las diferencias socioculturales existentes entre los mismos.

En tal sentido, el yacimiento de Tol-e Chega Sofla contribuirá a una comprensión más amplia de los desarrollos culturales, sociales, políticos, económicos y religiosos durante la aparición inicial de las sociedades complejas en el Oriente Próximo.


Fuentes: archaeologynewsnetwork.blogspot.com | tnews.ir | 24 de abril de 2020

Este taller de momificación del antiguo Egipto era un proveedor integral de servicios funerarios

En una tumba en las profundidades del desierto, el egiptólogo Ramadaan Hussein (izq.) y la especialista en momias Salima Ikram (dcha.) examinan el ataúd de una mujer a quien enterraron dentro de un sarcófago de caliza que pesaba más de siete toneladas. FOTOGRAFÍA DE LINA ZILINSKAITE, NATIONAL GEOGRAPHIC

Cuando se anunció en julio de 2018, el descubrimiento figuró en titulares de todo el mundo: un equipo de arqueólogos había desenterrado una «funeraria» del antiguo Egipto bajo las arenas de Saqqara, una vasta necrópolis ubicada a orillas del Nilo a menos de 30 kilómetros al sur de El Cairo.
En los dos años que han transcurrido desde entonces, un análisis minucioso de los restos y nuevos hallazgos en un pozo cercano lleno de tumbas han revelado mucha información sobre el negocio de la muerte en el antiguo Egipto. Durante siglos, la arqueología en la tierra de los faraones se ha centrado en descubrir las inscripciones y los objetos de las tumbas reales en lugar de los detalles de la vida cotidiana. Es probable que existieran talleres de momificación en las necrópolis de todo Egipto, pero generaciones de excavadores ansiosos por llegar a las tumbas subyacentes los han pasado por alto.

Esto ha cambiado gracias a los descubrimientos de Saqqara, donde se han desenterrado y documentado en detalle por primera vez las evidencias arqueológicas de una vasta industria funeraria.

Lugar del hallazgo, a los pies de la pirámide de Unas, en Saqara.

«Las evidencias que hemos descubierto demuestran que los embalsamadores tenían un buen sentido empresarial. Eran muy inteligentes a la hora de ofrecer alternativas», afirma Ramadan Hussein, egiptólogo de la Universidad de Tubinga, Alemania.

«¿Una máscara mortuoria de lujo elaborada con oro y plata es demasiado cara? Podrían haberle ofrecido el paquete «lámina de oro y yeso blanco», indica Hussein.
«¿No hay dinero suficiente para almacenar las vísceras en vasijas de lustroso alabastro egipcio? ¿Qué tal un conjunto de bonitas vasijas de arcilla pintada?»

«Hemos leído todo esto en los textos [antiguos], pero ahora podemos contextualizar el negocio de la muerte», afirma Hussein.

Ramadan Hussein echa un vistazo dentro de un sarcófago de piedra en busca de momias. El equipo descubrió más de 50. FOTOGRAFÍA DE PIERS LEIGH, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Un descubrimiento inesperado

Hussein empezó a trabajar en Saqqara en 2016, cuando investigaba tumbas ocultas a gran profundidad que databan del 600 a.C. Los egiptólogos anteriores habían ignorado los profundos pozos para concentrarse en las tumbas de periodos más antiguos de la historia egipcia. Mientras exploraban un área examinada por última vez a finales del siglo XIX, Hussein y su equipo descubrieron un pozo lleno de arena y escombros excavado en el lecho de roca.

Tras retirar 42 toneladas de relleno, los arqueólogos llegaron al fondo de un pozo de 12 metros y descubrieron una cámara espaciosa de techos altos. También estaba hasta arriba de arena y rocas que tuvieron que sacar. Entre los escombros había miles de fragmentos de cerámica, cada uno de los cuales tuvieron que documentar y conservar detenidamente. La laboriosa excavación llevó meses.
Cuando acabaron de vaciar la cámara, el equipo descubrió con sorpresa que no había tumba. La sala tenía una zona elevada con una mesa y canales poco profundos tallados en el lecho de roca a lo largo de la base de una pared. En una esquina había un recipiente del tamaño de un barril lleno de carbón vegetal, ceniza y arena oscura. Un túnel más antiguo (que formaba parte de un laberinto de pasadizos tallados en la roca bajo Saqqara) movía el aire fresco por el espacio.

El yeso pintado decora el ataúd de madera de una mujer llamada Tadihor. Los jeroglíficos del yeso forman un hechizo del Libro de los Muertos que ayuda a los difuntos a sortear a los demonios del inframundo. FOTOGRAFÍA DE PIERS LEIGH, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Según Hussein, las pistas apuntan a que la cámara había sido un taller de momificación que albergaba un quemador de incienso de potencia industrial, canales de drenaje para la sangre y un sistema de ventilación natural.

«Si practicabas la evisceración aquí abajo, habrías necesitado que el aire se moviera para deshacerte de los insectos. Quieres un movimiento constante del aire cuando manipulas cadáveres», explica Hussein.

Con poco margen de maniobra en una cámara funeraria claustrofóbica, los obreros usan gatos de acero e ingeniería para levantar la tapa de cinco toneladas de un sarcófago enorme. FOTOGRAFÍA DE BARNEY ROWE, NATIONAL GEOGRAPHIC.

En el último año, los expertos en cerámica han logrado recomponer los fragmentos y han reconstruido cientos de jarrones y recipientes pequeños, cada uno con una etiqueta inscrita.
«Cada recipiente lleva el nombre de la sustancia que contenía y los días del procedimiento de embalsamamiento en que se usaba. Las instrucciones estaban inscritas directamente sobre los objetos», indica Hussein.

Más de 2500 años de calor y humedad han pasado factura a la momia descompuesta, pero decenas de cuentas y otras pistas indican que formaba parte de la élite. FOTOGRAFÍA DE PIERS LEIGH, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Los ritos sagrados y la cruda realidad

El descubrimiento ha sido una bendición para los académicos que estudian las prácticas funerarias del antiguo Egipto, ya que aporta una información valiosísima sobre los ritos sagrados (y la cruda realidad) de la momificación. Aunque el complejo proceso está documentado ampliamente en fuentes antiguas e incluso en representaciones artísticas en las paredes de las tumbas egipcias, ha sido difícil conseguir pruebas arqueológicas.

«Muy pocos talleres dedicados a este proceso se han excavado propiamente. Esto ha dado pie a una gran brecha en nuestro conocimiento», afirma Dietrich Raue (izquierda), conservador del Museo Egipcio de la Universidad de Leipzig.

Según Hussein, los hallazgos de Saqqara están salvando esa brecha: «Por primera vez, podemos hablar de la arqueología del embalsamamiento».
Para los antiguos egipcios, que creían que el cuerpo debía permanecer intacto para albergar el alma en la vida eterna, el embalsamamiento era una mezcla de un rito sagrado y un procedimiento médico. El proceso era un ritual planeado de forma muy minuciosa, con ritos y oraciones específicos realizados en los 70 días que se tardaban en convertir a una persona fallecida en una momia.


Recipientes 'canopos' hallados en la sala de embalsamamiento.

En primer lugar, se retiraban los órganos internos y se colocaban en recipientes que los arqueólogos denominan canopos. A continuación, secaban el cuerpo con sales especiales como natrón. Después ungían al difunto con aceites aromáticos y lo envolvían en vendas de lino. Entre los pliegues de la tela introducían amuletos y hechizos. Finalmente, sepultaban a la momia en una tumba llena de provisiones para el más allá, tan lujosas como pudiera permitirse el difunto.

Las grandes pirámides de los faraones y el oro resplandeciente de la tumba de Tutankamón nos recuerdan los extremos a los que llegaban los egipcios más ricos para asegurarse de pasar la eternidad con estilo. «Era una industria enorme», afirma Hussein.

Con todo, el viaje de la momia (ni el flujo de ingresos) no terminaba con el embalsamamiento y la sepultura. Además de servir como sacerdotes y sepultureros, los embalsamadores del antiguo Egipto también eran agentes inmobiliarios.

Un sacerdote llamado Ayput fue enterrado en un sarcófago de piedra tallado en forma de humano, un estilo denominado antropoide. El vendaje de la momia estaba cubierto de brea o resina, que le proporcionan este color oscuro. FOTOGRAFÍA DE PIERS LEIGH, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Cuidados (y beneficios) perpetuos

Aunque los faraones y la élite egipcia eran momificados y enterrados en ataúdes con decoraciones elaboradas y tumbas espaciosas con ajuares funerarios, la investigación de Hussein pone de manifiesto que los sepultureros de la antigüedad ofrecían paquetes con descuento para cada bolsillo. En la jerga empresarial actual, estaban integrados verticalmente, ya que ofrecían varios servicios (como la evisceración de los cadáveres, entierros o el cuidado y mantenimiento de las almas de los difuntos) a cambio de un precio, por supuesto.

Solo a unos pasos del taller de momificación de Saqqara, los arqueólogos descubrieron un segundo pozo que descendía hasta un complejo de seis tumbas. Dentro de esas tumbas había más de 50 momias.


Un modelo digital creado con un escáner 3D revela el pozo principal que conduce hasta un complejo de cámaras funerarias. Las tumbas más prestigiosas estaban ubicadas en la parte más profunda, que estaba más cerca del inframundo. FOTOGRAFÍA DE SHADOW INDUSTRIES, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Los obreros usan un cabrestante con manivela para bajar las herramientas al taller de momias y las tumbas a 30 metros de profundidad. El complejo funerario se encontraba en una ubicación privilegiada en Saqqara, ya que se veía la pirámide escalonada de Zoser, uno de los monumentos más antiguos y sagrados de Egipto. FOTOGRAFÍA DE PIERS LEIGH, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Las tumbas del fondo del pozo (a casi 30 metros bajo la superficie, donde los espacios son más caros por su proximidad al inframundo) eran particularmente elaboradas y caras. Había una mujer sepultada dentro de un sarcófago de piedra caliza que pesaba siete toneladas y media. En una cámara cercana había una mujer con la cara cubierta con una máscara de plata y oro, la primera máscara de este tipo hallada en Egipto en más de medio siglo (izquierda).

Para llegar al taller de momificación y las cámaras funerarias, los arqueólogos tuvieron que retirar 42 toneladas de arena y escombros de este pozo vertical de 30 metros excavado en el lecho de roca arenisca. FOTOGRAFÍA DE WILL CHURCHILL, NATIONAL GEOGRAPHIC

El complejo también albergaba a egipcios de clase media y clase trabajadora enterrados en ataúdes de madera sencillos o simplemente envueltos en lino y colocados en fosos de arena.
Mediante herramientas de cartografía tridimensional, Hussein pudo recomponer la disposición de las tumbas. Sus hallazgos confirman que los documentos en papiro hallados en Saqqara hace más de un siglo sugieren que los embalsamadores emprendedores acumulaban decenas de cadáveres en el pozo y después recogían el pago o intercambiaban parcelas de tierra a cambio del mantenimiento espiritual de cada momia.
La sociedad del antiguo Egipto incluía a toda una clase de sacerdotes dedicados a cuidar de los espíritus de los difuntos. Las tareas de su oficio incluían mantener las tumbas y rezar por los fallecidos que albergaban. Algunos tenían decenas de tumbas con cientos de momias en cada una.

«La gente debía llevar ofrendas semanales a los muertos para mantenerlos con vida. Los muertos son dinero. Eso es lo básico», explica Koen Donker van Heel (izquierda), egiptólogo de la Universidad de Leiden que ha pasado años estudiando los contratos legales que firmaban los sacerdotes con las familias de los difuntos.

Por primera vez, las evidencias arqueológicas confirman lo que hasta ahora se había deducido de las inscripciones y los documentos legales de hace milenios. Estos datos hacen que la excavación de Saqqara sea especial. Forma parte de un giro en la egiptología: los investigadores están analizando más los detalles que esclarecen las vidas de los egipcios comunes en lugar de centrarse en las tumbas más lujosas.

«Ramadan está consiguiendo muchísima información que se había perdido en el pasado. Había toda una infraestructura en la superficie que se retiró sin documentarse», afirma Raue, el conservador de Leipzig.

Los arqueólogos Maysa Rabeeh (izq.) y Mohammed Refaat (dcha.) examinan el ataúd de madera deteriorado de un sacerdote llamado Ayawet a quien enterraron con los brazos cruzados, una posición divina que normalmente se reservaba a los faraones. FOTOGRAFÍA DE PIERS LEIGH, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Eso quiere decir que el futuro nos depara muchos más descubrimientos como este si los excavadores tienen la paciencia suficiente para buscarlos. Mientras escrutaba informes de excavaciones pasadas, Hussein se percató de que el pozo que llevaba al taller de momificación estaba ubicado a menos de un metro de donde los excavadores franceses y egipcios dejaron de buscar en 1899. La arena había ocultado la cámara y su contenido.

«Quizá tengamos que volver a los sitios explorados en el siglo XIX y a principios del siglo XX y volver a excavarlos», señala Hussein.

La paleorradióloga Sahar Saleem (entre los dos técnicos) usa una unidad de rayos X para revelar los secretos que oculta el vendaje del sacerdote momificado Ayput. Su nombre es masculino, pero el tamaño y la forma de la pelvis de la momia, así como la redondez de su cráneo, sugieren a Saleem que el sacerdote podría ser en realidad una sacerdotisa. FOTOGRAFÍA DE BARNEY ROWE, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Fuente: National Geographic | 4 de mayo de 2020

Simulaciones para estudiar la expansión de culturas neolíticas de la Amazonia

Distribución de los enclaves datados de cuatro culturas arqueológicas del Holoceno tardío en América del Sur tropical superpuesta a la distribución de las familias lingüísticas más grandes del continente.

Las expansiones de grupos humanos fueron comunes durante la prehistoria, tras la adopción de la agricultura. Entre otros factores, esto se debe al crecimiento poblacional de los agricultores, superior al de los cazadores-recolectores. Un ejemplo lo encontramos durante el periodo Neolítico, cuando la agricultura fue introducida en el continente europeo por migraciones procedentes de Oriente Próximo.

Sin embargo, en Sudamérica no estaba claro si habría pasado lo mismo, ya que se argumentaba que ningún grupo cultural se había expandido a través de distancias tan largas como en Europa o Asia. Además, se creía que el tipo de agricultura practicado por pueblos precolombinos en la Amazonia no permitiría que se expandieran a la misma velocidad.

Ahora, una investigación realizada por tres miembros del Grupo de Investigación Complexity and Socio-Ecological Dynamics (CaSEs) de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona muestra que las expansiones de algunas culturas arqueológicas en Sudamérica se pueden simular de manera computacional a través de crecimiento poblacional y de migraciones, al igual que el Neolítico en Europa. Es el caso de la llamada cultura Saladoide-Barrancoide, que se extendió desde el río Orinoco hasta varios puntos de la Amazonia, y llegó incluso hasta el Caribe.

“El uso de simulaciones por ordenador para testear migraciones humanas en la prehistoria ha sido productivo en otros continentes, pero no había sido aplicado en la zona de los trópicos de Sudamérica” afirma Jonas Gregorio de Souza (izquierda), investigador de la UPF y coautor del trabajo que se publica en la revista PLOS ONE.

Según los resultados, explica de Souza, el equipo ha demostrado que “algunas expansiones culturales que han tenido lugar desde la Amazonia pueden haber resultado de procesos demográficos similares a los del Neolítico en Eurasia”.

Tasa de crecimiento poblacional

El estudio adoptó un abordaje computacional para simular expansiones humanas en la prehistoria. “Utilizamos parámetros derivados de la etnografía de pueblos agricultores en la Amazonia para simular la tasa de crecimiento poblacional, la fisión de las aldeas, hasta qué distancia se mueven y con qué frecuencia", afirman los autores. En base a estos parámetros, crearon un modelo de ordenador para simular expansiones desde diferentes puntos y fechas, y compararon los resultados con datos arqueológicos.
Los investigadores utilizaron fechas radiocarbónicas de diferentes culturas arqueológicas de gran extensión territorial en los últimos 5.000 años, que fueron comparadas con la predicción del modelo, para evaluar si el ritmo de su expansión territorial podría ser explicado como un fenómeno demográfico (y no de otra tipología, como por ejemplo la difusión cultural).

Distribución de las edades de radiocarbono para cada cultura arqueológica. Los primeros sitios y los cinco sitios con mayor r están marcados con contornos negros. Los sitios utilizados como posibles orígenes geográficos en las simulaciones están etiquetados.

Las culturas o tradiciones arqueológicas analizadas fueron la Saladoide-Barrancoide, la Arauquinoide, la Tupiguarani y las tradiciones estrechamente relacionadas Una, Itararé y Aratu. En la mayoría de regiones donde se instalaron, estas culturas introdujeron el cultivo de plantas domesticadas, marcaron la transición hacia asentamientos más permanentes y difundieron un modelo económico llamado agroforestal de policultivo.

Los autores, sin embargo, advierten que algunas expansiones no pudieron ser predichas por las simulaciones, lo que sugiere que fueron motivadas por otros factores.
"Si bien algunas expansiones arqueológicas se pueden predecir, a través de las simulaciones, como procesos demográficos, otras no son fácilmente explicables de la misma manera. Este hecho se debe posiblemente a diferentes procesos que impulsan su dispersión, como la difusión cultural, o porque los datos arqueológicos son problemáticos o insuficientes", concluyen.

Fuente: agenciasinc.es | 30 de abril de 2020

El castro de Las Labradas (Zamora) ¿La auténtica Lancia astur?

Foto: Entrada al castro de Las Labradas

La noticia saltó cuando cinco investigadores cántabros y leoneses difundieron el hallazgo de evidencias arqueológicas del asedio romano al castro de Las Labradas en Arrabalde (Zamora). La importancia del descubrimiento va más lejos, porque, con la ayuda de una técnica de teledicción óptica concluyen que el oppidum (lugar elevado con defensas naturales reforzadas por el hombre) se extendía entre Las Labradas y El Marrón, entre Arrabalde y Villaferrueña, ocupando 40 hectáreas. Tal es la envergadura del asentamiento y de tal calibre fue el asedio que el descubrimiento reabre el debate sobre la verdadera localización de Lancia, la gran ciudad astur de la que hablaron Ptolomeo, Plinio el Viejo, Floro, Dion Casio y Orosio.

¿Estuvo la Lancia astur en el asentamiento leonés de Villasariego, o en Las Labradas-El Marrón? Les hemos preguntado a los cinco investigadores sobre su opinión y su respuesta es sencilla: con este hallazgo la localización de Las Labradas-El Marrón ha ganado puntos. Lo que dejan claro sobre todo es que el castro celta de Arrabalde y Villaferrueña es un yacimiento potencial prácticamente intacto que podría aportar información valiosa y ser un verdadero revulsivo económico para la zona.
Los investigadores han localizado dos establecimientos militares romanos de campaña junto al castro de Las Labradas (Arrabalde), muy probablemente relacionados con el asedio y conquista del importante oppidum astur durante la primera fase de las campañas de Augusto contra cántabros y astures, en el año 25 a.C.

Los dos recintos fueron identificados en noviembre de 2018 mediante el procesado de datos LiDAR disponibles en la web del Instituto Geográfico Nacional. El LiDAR es una técnica de teledetección óptica que permite obtener modelos digitales del relieve y que se emplea en la prospección arqueológica. Los hallazgos fueron comunicados inmediatamente al Servicio de Patrimonio Cultural de la Junta de Castilla y León, y a su delegación territorial en Zamora, y es ahora cuando se dan a conocer.

Castro de Las Labradas con un indicador que explica la ubicación de la muralla oriental.| J. A. G.

El más grande de los recintos romanos ocupa casi toda la cima del alto de La Mina, en el municipio de Villaferrueña, y se localiza unos 750 m al este de las defensas más orientales del castro de Las Labradas, situadas en la zona conocida como El Marrón. Tiene casi 6 hectáreas de superficie, planta irregular adaptada al terreno abrupto sobre el que se levanta y capacidad para alojar a más de media legión, unos 3.000 hombres. Sus defensas consisten en un terraplén de tierra y piedras -los romanos lo llamaban agger- que se combina con los afloramientos rocosos y cortados naturales y presenta una puerta en clavícula interna en su lado occidental. Las puertas en clavícula, que obligaban a los atacantes a dejar al descubierto su lado desprotegido, en el que portaban el arma y no el escudo, son exclusivas de los campamentos romanos y su presencia sirve para identificar este tipo de yacimientos arqueológicos con un alto grado de fiabilidad. El tamaño y las características del campamento de La Mina permiten suponer para él una función principal dentro del asedio.

El otro recinto, de alrededor de 1 hectárea, se localiza a apenas 200 m en línea recta de la muralla indígena, sobre una cresta rocosa cuyas defensas naturales se complementan con un doble agger a base de piedras, ya en terrenos del término municipal de Arrabalde. Por su situación avanzada y su reducida superficie puede interpretarse como un castellum o pequeño campamento, uno de los varios que formarían parte, junto a los principales, del dispositivo de cerco al oppidum astur. Su función pudo consistir en hostigar a los defensores con catapultas, escorpiones y otra artillería de torsión, tal y como ha sido documentado en otros conjuntos similares de época romana.

Aunque el entorno del castro se encuentra muy alterado por repoblaciones forestales y por la instalación de un parque eólico, los investigadores creen que el dispositivo de asedio tuvo que contar con varios campamentos más, situados en torno al oppidum indígena, cuya localización es desconocida hasta la fecha. Confían en que futuras prospecciones sistemáticas sobre el terreno permitan realizar nuevos hallazgos.

Vista de Arrabalde desde los riscos del castro.| J. A. G.

El yacimiento de Las Labradas es conocido por el hallazgo en su interior de dos importantes ocultamientos de joyas astures -y algunas monedas- de oro y plata, los conocidos como primer y segundo tesoro de Arrabalde. Desde su descubrimiento, en los años 80 del siglo XX, se ha dado por hecha la relación entre el enterramiento de estos dos conjuntos de orfebrería prerromana y la conquista romana del asentamiento indígena. Sin embargo, hasta ahora, la presencia legionaria en la zona se limitaba a algunos objetos documentados en el interior del oppidum y al cercano campamento estable de Petavonium (Rosinos de Vidriales). Este recinto, situado a más de 7 kilómetros al suroeste, está demasiado lejos como para haber tenido algún tipo de participación en la expugnación del castro, aunque en ocasiones se le haya supuesto una función de ese tipo.

Ahora, con el hallazgo de estos dos recintos comienza a aclararse la forma en que las legiones de Augusto tomaron el castro de Las Labradas, al tiempo que se contextualizan mejor los ocultamientos de joyas indígenas, en el marco de un asedio en toda regla y del que se empiezan a vislumbrar sus verdaderas e importantes dimensiones.

Tanto el descubrimiento como sus implicaciones históricas son objeto de un trabajo de investigación que verá la luz en el próximo número de la revista Estudios Humanísticos, editada por la Universidad de León. En ese trabajo, firmado por los responsables del hallazgo -J. A. Hierro Gárate, E. Gutiérrez Cuenca y R. Bolado del Castillo, del colectivo AGGER; E. Peralta Labrador, del Proyecto Guerras Cántabras; y J. M. Vidal Encinas, de la Junta de Castilla y León- se estudian con detalle los dos campamentos, así como otras posibles evidencias del asedio. También se certifica que Las Labradas y El Marrón forman un único yacimiento, configurando un gran oppidum astur de más de 40 hectáreas de superficie y con un aparato de murallas de dimensiones y características únicas hasta la fecha en el territorio ocupado por ese pueblo prerromano. Y, finalmente, se introducen nuevos elementos para la discusión académica sobre la localización de la Lancia tomada por Publio Carisio durante su campaña contra los astures del año 25 a.C., tradicionalmente situada en Villasabariego (León), pero que algunos autores proponen identificarcon el castro de Las Labradas.

El circuito propuesto dentro del asentamiento astur de Las Labradas.| J. A. G.

Los investigadores creen que que el relativamente reciente debate sobre la ubicación de Lancia está abierto en estos momentos y que tanto la ubicación tradicional en Villasabariego (León) como la alternativa en Las Labradas "cuentan con argumentos arqueológicos e históricos que permiten su defensa".

A su juicio, el hecho de que Las Labradas-El Marrón constituya un gran oppidum de unas 40 hectáreas, con unos muy potentes aparatos de murallas indígenas y que sufrió un asedio y fue tomado por los romanos hace que la opción de la Lancia zamorana gane puntos, indudablemente. "Al yacimiento leonés le faltan, precisamente, estas dos cosas, que no han sido documentadas de forma sólida hasta la fecha. Sin embargo, éste cuenta con el apoyo de la toponimia y las fuentes escritas antiguas y medievales y tiene una característica de la Lancia astur que, también de momento, no parece existir en Las Labradas: una ciudad romana de entidad", agregan.

De cualquier modo, sostienen que solo una profunda investigación arqueológica en Las Labradas podrá arrojar luz y aclarar las dudas. "La situación de ambos yacimientos no resiste la comparación, porque mientras en Villasabariego hay un proyecto de investigación con décadas de recorrido, financiación y continuidad garantizada, las excavaciones en Las Labradas han sido escasas, esporádicas y sin un gran proyecto de investigación que las enmarque", precisan.

La muralla de acceso al castro visto desde la pendiente lateral.| J. A. G.

Por este motivo consideran que "estos hallazgos pueden servir como un revulsivo en la zona y suponer un punto de inflexión en la historia del yacimiento, contribuyendo a que se le haga justicia desde el punto de vista arqueológico y se intervenga en él con medios, financiación y un proyecto sólido y a medio-largo plazo". "Más allá de si se trata de Lancia o no, estamos ante un gran yacimiento de la II Edad del Hierro que ve truncada su vida con la conquista romana del territorio astur y que puede enseñarnos mucho acerca de la vida antes de Roma y de cómo se produjo su integración en el por entonces naciente imperio", añaden.

"La importancia del hallazgo arqueológico radica en que sirven para contextualizar los importantes ocultamientos de joyas indígenas que han dado fama al lugar desde su hallazgo en los años 80 del siglo XX", explican los investigadores.

"Siempre se había dado por hecho que los 'tesoros' fueron enterrados durante las guerras con Roma, concretamente durante el asedio al castro, pero hasta ahora no se habían identificado evidencias materiales de ese asedio; aunque ha llegado a plantearse que se hizo desde el campamento de Petavonio, que era estable y no de campaña, está muy alejado para ese fin y probablemente sea posterior al final de la guerra".


La impresionante vista del valle del Tera y del sur de Vidriales desde el asentamiento.| J. A. G

Jose Ángel Hierro Eduardo Peralta, Julio Manuel Vidal, Enrique Gutiérrez y Rafael Bolado, creen que El Marrón era una ampliación del oppidum de Las Labradas, no un castellum romano. Ahora, con la identificación de estos dos recintos y de otras evidencias indirectas o más dudosas, como las dobles murallas interiores, el posible agger del Camino de las Vacas y algunos otros restos al oeste del castro, "parece confirmarse que ese asedio existió y comienza a apreciarse cuáles fueron sus características: un cerco con campamentos y 'castella' alrededor del castro astur (como, por otra parte, era la norma en esos momentos por parte de las legiones y ya se ha documentado en otras zonas de la Península, como en el territorio de los cántabros, por ejemplo). Eso nos permite subir de escala y mencionar un tercer motivo por el que los resultados de esta investigación son importantes, en este caso para el estudio de las guerras de conquista del norte peninsular por Roma: porque están certificando que en el territorio de los astures el proceso de conquista fue similar al documentado en Cantabria".

El hallazgo lleva a creer también a los investigadores que si su interpretación es correcta, la identificación de las murallas dobles de El Marrón, con sus características formas triangulares o de media luna, "nos está indicando que los conocimientos poliorcéticos de los astures de esta zona eran muy elevados y les permitían adoptar soluciones defensivas complejas y propias del mundo grecorromano, algo que nos indica una sofisticación mucho mayor en ese aspecto de lo que tradicionalmente se les ha supuesto".

Fuente: laopiniondezamora.es | 2 de mayo de 2020