¿Para qué pintaban los primeros humanos?

Los arqueólogos Maxime Aubert y Adam Brumm posan bajo la obra de arte figurativo más antigua del mundo, en la isla de Célebes (Indonesia). KINEZ RIZA

En los cajones que abre Begoña Sánchez Chillón hay un mundo que ya no existe, el último testimonio de una aventura memorable. Entre 1912 y 1936, dos artistas, Juan Cabré y Francisco Benítez, recorrieron España en burro en busca de las primeras obras de arte de la humanidad, elaboradas hace decenas de miles de años sobre lienzos de roca. “Muchas de las pinturas rupestres han desaparecido. El único testigo es esta colección”, explica la bióloga en los archivos del Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid. Cabré y Benítez se jugaron la vida en riscos de cabras para calcar las pinturas directamente de las originales, con lápiz y papel vegetal. “Aquí tenemos 2.200 de sus calcos. Algunos de ellos todavía tenían tierra de las paredes de las cuevas”, relata Sánchez Chillón.

Hace apenas una semana, un equipo de arqueólogos australianos anunció el descubrimiento en una caverna indonesia de la obra de arte figurativo más antigua del mundo: una pintura de ocho siluetas humanas cazando jabalíes y búfalos. El autor, la autora o los autores pintaron la escena hace al menos 43.900 años. Eran personas que ya tenían la capacidad de inventar historias de ficción y quizá también un pensamiento mágico. O incluso religioso. Quizá tenían ya sus propios dioses. La nueva pintura de Indonesia plantea muchas preguntas. Y en los centenarios calcos de Cabré y Benítez puede haber algunas respuestas.

Francisco Benítez y su ayudante Jaime Poch calcan una pintura rupestre en la Cueva de la Araña, en Bicorp (Valencia), en 1920. MNCN

“El arte rupestre es el primer lenguaje, la primera forma de transmitir conceptos con vocación de perdurar. La gran pregunta es qué conceptos eran”, explica el arqueólogo Marcos García Diez (derecha), de la Universidad Complutense de Madrid. Los prehistoriadores llevan lanzando hipótesis desde 1879, cuando la niña María Sanz de Sautuola, de ocho años, descubrió los asombrosos animales pintados en la cueva cántabra de Altamira. “Parecía que las rocas bramaban. Allí, en rojo y negro, amontonados, lustrosos por las filtraciones de agua, estaban los bisontes, enfurecidos o en reposo. Un temblor milenario estremecía la sala”, escribió medio siglo más tarde el poeta Rafael Alberti.

Tras la polémica inicial sobre su autenticidad, Altamira —pintada desde hace 35.000 hasta hace 15.000 años— pasó a ser conocida como la Capilla Sixtina paleolítica. En 1903, el arqueólogo francés Salomon Reinach lanzó una de las primeras teorías: los habitantes de las cavernas pintaban animales para propiciar la caza, en una especie de ritual de vudú. La idea duró décadas, pero hoy chirría, según advierte García Diez con un ejemplo: la espectacular cueva guipuzcoana de Ekain parece un templo dedicado a los caballos, con decenas pintados hace unos 15.000 años en sus paredes de roca. Pero en su suelo no se encontraron huesos de equinos cazados, sino de ciervos y cabras.

Caballos pintados hace unos 15.000 años en la cueva de Ekain, Guipúzcoa. FUNDACIÓN EKAIN

En medio de sus periplos en burro por España, en 1915, el artista Juan Cabré también elucubraba sobre el posible significado de aquellas pinturas que iba calcando de roca en roca. “¿Qué harían allí tales gentes y por multiplicados días? Pues vivían de la caza: pensar en ella, en los medios de conseguirla y en prepararlos”, escribió. Aquella idea de la decoración por aburrimiento también ha muerto. “El arte por el arte fue otra de las primeras teorías y hoy se rechaza”, explica García Diez, que está a punto de publicar el libro El arte. Las primeras imágenes (Diario de Atapuerca), sobre la aparición de la iconografía.

Begoña Sánchez Chillón abre otro de sus cajones, con la ayuda de Mónica Vergés, la responsable del Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Enseguida asoman figuras esquemáticas de mujeres con una vulva gigante y hombres con un gran pene colgando. “Esta es una de las primeras escenas de parto de la prehistoria”, afirma Sánchez Chillón señalando una de las formas femeninas, con otra figurita entre sus piernas.

Lo que muestra la bióloga es un dibujo elaborado hace un siglo durante una de las expediciones en burro de Francisco Benítez, pero el original fue realizado hace unos 6.000 años en Peña Escrita, un abrigo de roca a más de 900 metros de altura en Fuencaliente (Ciudad Real), en plena Sierra Morena. Allí se encuentran las primeras pinturas rupestres documentadas en España, un siglo antes que Altamira. Un cura, Fernando López de Cárdenas, las encontró durante una excursión en busca de minerales en 1783. Las habilidades artísticas de los humanos prehistóricos eran tan inesperadas que el sacerdote clasificó esos garabatos de vulvas y penes como “jeroglíficos de gentiles”, posiblemente fenicios o cartagineses.

De izquierda a derecha, la conservadora Begoña Sánchez Chillón, la archivera Mónica Vergés y sus ayudantes Cecilia Gimeno y Piluca Rodríguez observan el dibujo del parto de Peña Escrita (Ciudad Real). M. A.

En Peña Escrita, las enigmáticas figuras suelen repartirse en parejas de una mujer con un hombre. Esa dualidad también está detrás de una de las hipótesis más atrevidas e inquietantes sobre el significado del arte paleolítico: la teoría estructuralista, defendida por el prehistoriador francés André Leroi-Gourhan en la segunda mitad del siglo XX. Según sus estadísticas, las pinturas rupestres no se distribuían de manera aleatoria, sino que formaban estructuras binarias, con la pareja caballo-bisonte como representación de la dualidad masculino/femenino. Sus trabajos abrieron la puerta a interpretar las pinturas como unas mismas narraciones mitológicas repetidas en diferentes cuevas.

“Todas estas hipótesis pueden ser parcialmente válidas en algunos casos. El arte rupestre es un lenguaje visual que tendría un significado contingente en función de la coyuntura”, opina el arqueólogo Roberto Ontañón (izquierda), director de las Cuevas Prehistóricas de Cantabria. “Lo que está claro es que no pintaban lo que veían. Apenas seis o siete especies animales representan el 90% del panteón paleolítico. No son retratos del natural. Son símbolos. Son los principios estructurantes de una cosmogonía”, zanja. “Pero su significado sigue siendo la pregunta del millón”.

La arqueóloga Inés Domingo (derecha), de la Universidad de Barcelona, persigue nuevos enfoques. Los primeros prehistoriadores, explica, acudieron a Australia a finales del siglo XIX en busca de poblaciones aborígenes, consideradas entonces “fósiles vivientes” que podrían confesar por fin el sentido del arte rupestre. Así nació la teoría del totemismo, que postulaba que las pinturas servían para identificarse con un animal y absorber su energía.

“Pocos se cuestionaban en ese momento que esas premisas eran claramente racistas y negaban la evolución y la historia de unos grupos humanos que viven tan en el presente como nosotros, y que han evolucionado a lo largo de más de 50.000 años”, advirtió Domingo en un artículo científico en 2017. El equipo de la arqueóloga, sin embargo, no renuncia a la llamada etnoarqueología. Su equipo trabaja con dos comunidades aborígenes del norte de Australia, los Kunwinjku y los Jawoyn de la Tierra de Arnhem, que todavía mantienen conexiones con las pinturas rupestres pintadas por sus ancestros.
Inés Domingo (izquierda) documenta historias orales de una familia australiana. UB

“En estos grupos, el arte se usa como un medio de comunicación en múltiples contextos. Puede tener un valor sagrado. O puede servir para que un clan se identifique con un animal, igual que el toro de Osborne puede representar a los españoles. También hemos visto que pintaban espíritus malignos en las minas de uranio, para marcar que eran zonas peligrosas. O que pintaban para contar historias, como el momento de la Creación, y se las enseñaban a los niños, igual que nosotros pintamos a los Reyes Magos”, detalla Domingo, que lleva desde 2001 entrevistando a indígenas australianos.
“Si hay algo que nos revela el estudio etnoarqueológico del arte rupestre de la Tierra de Arnhem es la imposibilidad de descifrar el significado del arte de otra cultura sin contar con los conocimientos de los autores”, alertaba en su artículo. “Nunca vamos a llegar a entender el arte paleolítico”, confirma ahora, con voz resignada al otro lado del teléfono.

Queda un hombre vivo que pintó la cueva de Altamira: Pedro Saura (derecha), profesor emérito de Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid. Entre 1998 y 2001, Saura y su esposa —Matilde Múzquiz, ya fallecida— pintaron con carbón y óxidos de hierro la réplica del techo polícromo que se expone junto a la caverna original. “Los autores eran artistas. Algunos, a la altura de Rembrandt, Velázquez o Picasso. Después de 50 años dentro de cuevas, creo que los autores eran muy profesionales, personajes relevantes”, opina el profesor. Otra de las teorías clásicas sugiere que los pintores eran chamanes, en trance tras danzas rituales o la ingestión de sustancias alucinógenas.

“No hay una Altamira, hay muchas”, subraya el arqueólogo Marcos García Diez, que ha datado las pinturas de la cueva. A lo largo de 20.000 años, explica, hubo una primera Altamira de signos. Después, otra fase de caballos rojos. La tercera etapa fue de cérvidos. Y la última, de bisontes, hace unos 15.000 años. Lo que vemos ahora son esas fases solapadas.
“Hace unos 15.000 años, las cuevas del norte de España y del sur de Francia se llenaron de bisontes. Son lenguajes narrativos. Y los lenguajes narrativos son ideologías. Y las ideologías se distinguen en los territorios”, sostiene García Diez. Es su hipótesis favorita: la creación de símbolos para identificar al grupo y marcar su terreno. “Es la explicación más natural”, coincide Begoña Sánchez Chillón mientras cierra uno de sus cajones.

Fuente: elpais.com | 22 de diciembre de 2019

La enigmática gran muralla que protegía el Imperio Persa

Fotografía cedida por el fotógrafo de Golestán Mehdi Tiraní de las excavaciones en la Gran Muralla de Gorgán, una de las construcciones defensivas más largas del mundo y una sofisticada obra de ingeniera que guarda todavía muchos secretos de la época sasánida. EFE.

Conocida popularmente como "la Serpiente Roja" por el color de sus ladrillos, la Gran Muralla de Gorgán es una de las construcciones defensivas más largas del mundo y una sofisticada obra de ingeniería que guarda todavía muchos secretos de la época sasánida.

Su longitud de al menos 200 kilómetros es superior a la de cualquiera de los muros romanos, incluso que el de Adriano y Antonino juntos, y data de unos mil años después que la Gran Muralla China. Sin embargo, pese a su importancia, es poco conocida y solo ha sido parcialmente excavada.


Los arqueólogos llevan tiempo estudiando este muro, construido en ladrillo entre el 420 y el 530 d.C. en el norte de Irán, pero a día de hoy sigue habiendo muchas preguntas sin respuesta. Hasta hace poco se creía que era una obra de los partos, y no de los sasánidas, y por ahora ni siquiera está clara su longitud exacta.

"Las fuentes históricas indican que la muralla de Gorgán tenía 300 kilómetros de largo, que empezaba en el mar Caspio y continuaba hasta Marv (ciudad del vecino Turkmenistán)", explicó a Efe el arqueólogo iraní Hamid Omraní Rekavandí.
El experto, director de la sede de la muralla de Gorgán, dependiente del Ministerio de Patrimonio Cultural y Turismo de Irán, indicó que hasta el momento se han podido identificar 200 kilómetros, pero que "es posible que algún día en las futuras exploraciones se descubra toda su longitud".



IMPORTANCIA DEFENSIVA EN TIEMPOS CONVULSOS

La muralla y sus monumentos militares son, según la Unesco, "un testimonio único de las habilidades de ingeniería y de la organización militar" de la dinastía sasánida, que tuvo que defender su territorio de invasores del norte.

Estuvo en uso desde su construcción hasta el siglo VII, una época en la que el Imperio Persa, bajo la dinastía sasánida, se enfrentó en una serie de guerras en su frontera norte primero con los heftalitas o hunos blancos y luego contra los turcos.


Rekavandí señaló que en aquella época aumentó la población de los heftalitas y ante la falta de alimentos acudieron a las zonas más fértiles de Irán, como la actual provincia boscosa de Golestán. "Atacaban y saqueaban y, cuando se les acababa la comida, volvían de nuevo", agregó.
El arqueólogo destacó que la construcción de la muralla y "el hecho de que penetre incluso en el mar Caspio fue una gran iniciativa de los sasánidas para proteger su territorio, a su población y la producción económica del país".

El muro tiene unos 2 metros de ancho y hasta 15 metros de alto, aunque quedan pocos restos de esta envergadura, y cuenta en su zona norte con un foso de 30 metros para inundar con agua los canales cercanos en caso de emergencia por un ataque.

Recreación del muro defensivo y el canal de agua que circulaba junto al mismo.


UNA SUCESIÓN DE CASTILLOS

A lo largo de la muralla hay vestigios de 38 castillos, el más grande de los cuales tiene una superficie de 20 hectáreas y el más pequeño, de cuatro. En ellos residían, según las investigaciones, unos 30.000 soldados.

Además, en la zona se levantan otra veintena de fortificaciones de mayor tamaño, los llamados "castillos ciudad", entre los que destaca "Dashte Ghale", con 338 hectáreas y con una población en su momento de alrededor de 100.000 personas, apuntó Rekavandí. El arqueólogo detalló que "Dashte Ghale era el centro de comando del rey o del mandatario local de Gorgán" y que en general estas ciudades amuralladas se empleaban para entrenar a los soldados, antes de enviarlos en caso necesario al frente.

La muralla fue construida próxima al cauce del río Gorgán y su conjunto incluye también una presa, un depósito de agua y numerosos canales, lo que demuestra la habilidad de ingeniería hidráulica de los sasánidas y la envergadura de un proyecto sin símil en esa época en Occidente.


DESCUBRIR LA VIDA EN LA ÉPOCA SASÁNIDA

El funcionamiento del ejército sasánida, pero también la rutina de la población en esa época es uno de los puntos interesantes que los expertos creen que pueden descubrir en las excavaciones de la Gran Muralla de Gorgán, en las que participan expertos de un par de universidades británicas.
"El estilo de vida de los soldados y de la gente que vivía dentro de los castillos-ciudad, cómo se ha construido la muralla, cómo se pagaba a la mano de obra o qué comían, son algunas de las cuestiones que saldrán a la luz", señaló Rekavandí.

Foto: imagen satelital del gran recinto cuadrado de Qaleh Kharabeh, al sur del Muro de Gorgan. Crédito de la imagen: cortesía de US Geological Survey.


En la zona hay también miles de hornos en los que se fabricaron unos 200 millones de ladrillos para construir la muralla, el monumento militar más importante conocido de la dinastía sasánida, cuyo imperio abarcó desde el sureste de Turquía hasta Pakistán, y partes del Cáucaso y de la península Arábiga.

El director de la sede de la muralla de Gorgán destacó que los sasánidas estudiaron la inclinación del suelo y canalizaron el agua del río, otros temas a investigar por los arqueólogos, que todavía se encuentran al principio del camino. EFE.

Fuente: lavanguardia.com | 12 de diciembre de 2019

Una exposición en el MAN reúne por primera vez las principales obras maestras de la metalistería andalusí

"Las espadas jinetas son icónicas del reino nazarí y se conservan muy pocos ejemplares en el mundo. Aquí hemos reunido tres", dice Sergio Vidal Álvarez, jefe del Departamento de Antigüedades Medievales del Museo Arqueológico Nacional y comisario de la exposición Las artes del metal en Al-Ándalus, mientras señala la última vitrina del recorrido. Casi como si fuese un objeto más, se muestra una de estas armas únicas, que constituye un pedazo muy simbólico de la historia de España: la que Boabdil, el último rey de Granada, entregó a los Reyes Católicos en 1492 como muestra de la rendición de la ciudad.

Con inscripciones del Corán y adornos árabes en el puño, esta espada jineta —reservadas a las clases altas, ricas en decoración y con el arriaz curvado hacia la hoja—, prestada por el Museo del Ejército, es uno de los principales tesoros de la primera exposición, inaugurada este martes en el MAN y que reúne más de 250 piezas, dedicada exclusivamente al estudio de la metalistería andalusí, desde la numismática hasta los abalorios personales. "Una civilización que alcanzó la excelencia técnica y el refinamiento cultural", en palabras del comisario, durante los ocho siglos que ocupó la Península Ibérica; y cuyo legado dejó impronta en el mundo cristiano.
Espada jineta que Boabdil entregó a los Reyes Católicos en 1492.

La muestra resulta de gran interés porque ha sido capaz de reunir las obras maestras de la metalistería islámica y describe los principales aspectos relacionados con el trabajo de este material, desde la misma extracción de los minerales hasta su manufacturación final. Y todo el relato se va construyendo a través de distintos vestigios que se han ido desenterrando durante las últimas décadas, como los bronces de Denia, casi un centenar de piezas islámicas halladas en la localidad alicantina a principios del siglo XX, pero procedentes de talleres sirio-palestinos y egipcios, que ahondan en la idea de reciclaje del metal.

Bronces islámicos de Denia. Siglo XI.


Las joyas de la exposición, no obstante, son dos surtidores de agua en forma de cervatillos —fue habitual en Al-Ándalus la producción de bronces zoomorfos, esculturas con forma de animal en clave religiosa o práctica—, forjados en la segunda mitad del siglo X y hallados uno en Córdoba y otro en Medina Azahara. Se trata de ejemplares únicos en el mundo que se exhiben juntos por primera vez —solo hay constancia de una tercera pieza similar, conservada en el Museo de Arte Islámico de Doha, que no se ha prestado para la ocasión—.

Surtidor con forma de cervatillo hallado en Córdoba. MAN

De estas dos exquisitas figuras, la exposición, que arranca con una parte didáctica sobre la ocupación musulmana y la riqueza mineral de la Península —existen ejemplos de la actividad minera desde la prehistoria, con el clímax durante el Imperio romano, quienes extraían oro de las minas de Las Médulas (León) para acuñar monedas—, salta al esplendor alcanzado por la orfebrería andalusí. A pesar de que los conjuntos que han sobrevivido hasta la actualidad son escasos, por las crónicas coetáneas se tiene constancia del virtuosismo técnico de los musulmanes.

Tesoro de Costix

La mayor parte de estas joyas proceden de ocultaciones que se realizaron en momentos de crisis e inestabilidad política, como los tesoros de Charilla—descubierto de casualidad en 1977 y que contiene piedras preciosas— o de Ermita Nueva —formado por pendientes, medallones, anillos o pulseras—, ambos del periodo califal. De la etapa almorávide destaca el tesoro de Costix, hallado en Mallorca dentro de una jarrita de cerámica y que pudo haber formado parte de una ajuar nupcial escondido durante la conquista de la isla por Jaime I (1229-1231).

Tesoro de Charilla


Del reino nazarí, además de la espada jineta de Boabdil, también se muestra una daga de orejas, supuestamente suya, que le habría sido arrebatada al ser capturado por las tropas de Isabel y Fernando en la batalla de Lucena en 1483. "Las dos son piezas excepcionales porque además conservan sus vainas", recalca el comisario Sergio Álvarez. Muchos de estos objetos también pasaron a manos cristianas como botín de guerra; incluso una arqueta del siglo XI se encontraría entre las reliquias del Tesoro de San Isidoro.

Un aspecto de la sala de exposición

Antes de cerrar con la vitrina de defensa y armamento, la exposición temporal, organizada por el MAN en colaboración con el Ministerio de Cultura, Acción Cultural Española y el Museo Arqueológico de Alicante —institución a la que viajará dentro de unos meses—, también ahonda en los objetos de metal de uso cotidiano y doméstico y en los útiles de trabajo, entre los que sobresale un tintero de los escribanos de la Alhambra; o los relacionados con la religión y las ciencias, como un magnífico astrolabio fabricado en Toledo en el siglo XI y un globo celeste procedente de la Bilioteca Nacional de Francia.

Fuente: elespañol.com | 17 de diciembre de 2019

Hallan los primeros restos de los misteriosos «sombreros» cónicos del antiguo Egipto

Uno de los cuerpos encontrados con un cono en la cabeza (Amarna Project / Antiquity)

El arte del antiguo Egipto está plagado de imágenes de personas con conos puntiagudos en la cabeza en situaciones ceremoniales. Hombres y mujeres aparecen con adornos cónicos en representaciones artísticas en papiros o sarcófagos, por ejemplo, con estos objetos puntiagudos mientras participan en banquetes reales y rituales divinos. A veces, las mujeres que llevan los conos también están dando a luz, una situación vinculada a algunos dioses.

Aunque los conos fueron relativamente comunes en el arte egipcio durante más de mil años, su propósito y su existencia habían sido un misterio. Ningún arqueólogo había excavado uno de estos objetos enigmáticos, por lo que algunos académicos creían que los «sombreros» cónicos egipcios eran meras representaciones simbólicas, el equivalente a los halos que aparecen en los santos y los ángeles en la iconografía cristiana.

Pero ahora por fin parece que un equipo de arqueólogos internacional ha hallado pruebas físicas de estos esquivos accesorios, según un nuevo trabajo publicado en la revista Antiquity.


Representaciones de conos de cabeza egipcios antiguos, todas de Amarna (Antiquity).

Se han descubierto en los cementerios de Amarna, una ciudad del antiguo Egipto cuyos templos fueron erigidos por Akenatón, el faraón considerado el padre de Tutankamón. La ciudad, construida precipitadamente en el siglo XIV a.C. y que solo fue importante durante 15 años, albergaba unas 30.000 personas. Solo un diez por ciento de la población pertenecía a una élite adinerada enterrada en tumbas opulentas; el resto era gente corriente en tumbas modestas. Fue en estas últimas tumbas, que en general apenas contienen objetos de valor, donde los arqueólogos del Amarna Project —dirigido por la Universidad de Cambridge y financiado por la National Geographic Society y otras instituciones— hallaron los restos de adornos cónicos en 2009.

Anna Stevens (izquierda), arqueóloga de la Universidad de Monash, directora adjunta del Amarna Project y codirectora de la investigación de los cementerios no de élite de la ciudad, aún recuerda el día en el que encontraron el primer cono, aunque ha pasado una década desde las excavaciones. «¡Creo que tengo uno de esos conos para la cabeza!», exclamó su colega Mary Shepperson (derecha). Cuando Stevens acudió a investigarlo, vio un punto revelador sobre el cráneo del esqueleto de una mujer.

«Era obvio que era muy diferente, no se parecía a nada que hubiéramos desenterrado antes», afirma Stevens. Con todo, el objeto puntiagudo era muy similar a los raros accesorios para la cabeza que aparecen en el arte egipcio y que algunos académicos habían considerado símbolos artísticos. En la tumba de otro adulto, cuyo sexo no pudieron identificar, hallaron otro sombrero cónico.
Los expertos tardaron casi una década en conseguir la financiación necesaria y completar el examen de estos accesorios cónicos, lo que les dio la oportunidad de poner a prueba otra teoría tradicional sobre los objetos: que los conos eran en realidad masas sólidas de grasa perfumada que se derretían sobre la cabeza de su portador y hacían las veces de antiguo champú perfumado. Incluso se ha encontrado cierta literatura egipcia antigua que sugiere que este proceso purificaría al usuario. Unas pruebas, cuyos resultados fueron publicados en el Boletín de Arqueología Experimental , no fueron todo lo exitosas que se esperaba para confirmar esta hipótesis.

Excavación en el cementerio del Norte (North Tombs Cemetery) en 2017 (Amarna Project / Antiquity).

Los hallazgos de Amarna parecen negar la teoría de que se trate de un producto capilar antiguo. Los conos no eran sólidos, sino cáscaras vacías dobladas alrededor de una materia orgánica negruzca o marrón que, según el equipo, podría ser tela. Los conos tenían marcas químicas de cera descompuesta y el equipo concluyó que los habían fabricado con cera de abeja, la única cera biológica cuyo uso en el antiguo Egipto está documentado. Sin embargo, no se hallaron restos de cera en el pelo del esqueleto mejor preservado.
Debido a las asociaciones artísticas de los objetos con el parto, y de que al menos uno de los especímenes era una mujer adulta, el equipo sugiere que los conos estaban relacionados con la fertilidad. Pero el hecho de que los hallaran en un cementerio que no pertenecía a la élite dificulta la interpretación de su significado.

Nicola Harrington (izquierda), arqueóloga de la Universidad de Sídney, explica que en la iconografía egipcia, la mayoría de las personas que aparecen con conos en la cabeza pertenecían a la élite, aunque algunas podrían haber sido criados. Las tumbas de Amarna albergan menos arte que otros cementerios, pero hay algunas imágenes en las que aparecen personas con conos en la cabeza mientras preparan un entierro y hacen ofrendas.

«Básicamente, [los conos] se llevan en presencia de lo divino», afirma.
Harrington tiene una teoría propia sobre la identidad de las mujeres que llevan los conos: podrían haber sido bailarinas. Dos esqueletos presentaban fracturas espinales y uno tenía una enfermedad articular degenerativa. Aunque los problemas óseos podrían estar vinculados a unas vidas llenas de estrés, y al trabajo intenso de los egipcios que no pertenecían a la élite, Harrington indica que el estrés y las fracturas por compresión son habituales en bailarines profesionales. «Quizá los conos indicaban que [los bailarines] eran miembros de una comunidad que servía a los dioses», explica. Harrington sugiere que eso podría explicar por qué estas personas fueron enterradas con los conos, a pesar de sus «tumbas básicas».

En una escena de un banquete de 3300 años, las mujeres llevan objetos cónicos en la cabeza. Estas representaciones eran habituales en el antiguo Egipto, lo que ha dado pie a especulaciones sobre si los conos eran un símbolo artístico, como un halo, u objetos físicos reales que tenían un objetivo práctico. FOTOGRAFÍA DE WERNER FORMAN, UNIVERSAL IMAGES GROUP/GETTY.

Pero sin más pruebas arqueológicas, es imposible determinar cómo se utilizaban los conos o si su uso estaba más generalizado. Por desgracia, según Stevens, quizá nunca lo descubramos. «En los primeros días de la egiptología, el trabajo era muy precipitado y un poco caótico», afirma. Quizá las técnicas arqueológicas modernas, que son más minuciosas, protejan e identifiquen sombreros cónicos en futuras excavaciones, pero su presencia en tumbas anteriores podría haberse pasado por alto.

Aunque estos conos no fueran los únicos que han sobrevivido hasta la fecha, el descubrimiento fortuito tiene valor. Los arqueólogos saben mucho sobre la élite del antiguo Egipto a partir de registros administrativos y tumbas con pinturas elaboradas, pero la escasez de registros escritos y artísticos de los egipcios de clases inferiores hace que sus vidas sean más misteriosas para los investigadores modernos. Dicha falta de información sobre las vidas de la mayoría de los habitantes del antiguo Egipto hace que este hallazgo sea aún más preciado y sirve de recordatorio de que aún quedan millones de historias sepultadas que no se han contado.

Fuentes: nationalgeographic.es | lavanguardia.com | 12 de diciembre de 2019

Nueve posibles figuras de la Edad de Bronce descubiertas en una excavación en Orkney (Escocia)

Dos de las figuras halladas en Finstown, Orkney. Foto: ORCA Archaeology.

Un equipo de ORCA Archaeology ha descubierto una increíble serie de figuras talladas en piedra, de medio metro de altura, mientras completaba excavaciones arqueológicas exploratorias relacionadas con el desarrollo de una subestación eléctrica en favor de SSEN Transmission en Orkney, Escocia.
En total, se descubrieron nueve piedras talladas en los restos de una estructura sacada a la luz en el sitio propuesto para ubicar la subestación de Finstown, después de excavar a través de sesenta centímetros de depósitos de basura.

Algunos de las piedras se parecen notablemente a las representaciones estilizadas de la forma humana, mientras que otras se parecen más a las piedras colocadas en el piso de un edificio de la Edad de Bronce excavado por EASE Archaeology en los Links of Noltland, en Westray, Orkney. Estas piedras pueden haber sido utilizados para atar cuerdas de amarre y ayudar a sostener el techo.

Una de las figuras in situ junto a un hogar, Finstown, Orkney Crédito: ORCA Archaeology.

Los arqueólogos descubrieron las piedras talladas esparcidas alrededor de un hogar dentro de los restos de una estructura enigmática que contenía tres cistas, dos hogares y un anillo parcial de agujeros rellenos de piedras erectas rotas.
Tres de las figuras, toscamente talladas, fueron lo suficientemente importantes para las personas que utilizaron el edificio como para incorporarlas a la estructura de uno de los hogares y en los cimientos de una de las piedras erectas. El propósito del edificio y cómo fue utilizado por los habitantes de este sitio hace 4.000 años es un enigma.

Figura pétrea hallada en Finstown antes de ser limpiada. Crédito: ORCA Archaeology

Datar con seguridad estas piedras con formas humanas requerirá trabajo, ya que también se han encontrado en yacimientos de la Edad del Hierro en Orkney. La evidencia inicial es que, las procedentes de Finstown, posiblemente daten del Neolítico Tardío o de la Edad del Bronce Temprano, aproximadamente sobre el 2.000 a. C. Identificar el propósito de estas piedras, y si son figuras, también requerirá más análisis, con un estudio minucioso de la abrasión, el desgaste y cualquier otra marca en estos objetos antropomórficos.

El profesor Colin Richards (izquierda), del Instituto de Arqueología de la Universidad de las Tierras Altas e Islas, dijo: “Es un descubrimiento muy significativo en Orkney, y probablemente dentro del noroeste de Europa. Es muy raro encontrar representaciones de antropomórficas en las Orcadas prehistóricas y, cuando se encuentran, generalmente son individuales o en grupos muy pequeños. Encontrar nueve figuras dentro de esta estructura es muy emocionante y, junto con la arqueología encontrada en el lugar, tiene el potencial de aumentar nuestra comprensión de la sociedad orcadiana en la prehistoria".


Figuras pétreas desenterradas en Finstown, Orkney, después de du limpieza. Crédito: Orkney.com

El equipo de Orca Archaelogy también estaba intrigado por descubrir signos directos de trabajo agrícola hace unos 4.000 años. En una de las trincheras se encontraron marcas largas cortadas en el subsuelo de arcilla que fueron hechas por un arado y que proporcionan evidencia de la agricultura prehistórica en Orkney.

Estas formas de arados prehistóricos se construyeron de madera con una punta de piedra colocada en la misma y servían para dejar el suelo listo para plantar. Las líneas se cruzan entre sí en varios ángulos, lo que sugiere que el suelo fue trabajado intensamente con la punta del arado para poder cultivarlo.

Marcas de arado en el terreno, Finstown, Orkney. Foto: ORCA Archaeology

La supervivencia de estas marcas, junto con los restos de las estructuras del asentamiento del Neolítico Temprano y de la Edad del Bronce, nos da una idea del uso prehistórico de este enclave -durante unos dos mil años aproximadamente- por parte de las personas que vivieron en el mismo, donde cultivaron y enterraron a sus muertos.

Pete Higgins continúa: “Este proyecto de colaboración con 'SSEN Transmission' nos ha dado la oportunidad de examinar este importanto yacimiento prehistórico, pues, de otro modo, no habría sido posible excavarlo. Las trincheras exploratorias están ahora registradas y cubiertas, mientras que los artefactos significativos hallados se han limpiado y almacenado para futuros estudios. A continucación, se discutirán los próximos pasos a tomar para el desarrollo de este yacimiento”.



Simon Hall, Gerente de SSEN Environmental Project, dijo: “Hemos estado trabajando estrechamente con 'ORCA Archaeology' durante los últimos 18 meses mientras ellos realizaban los trabajos arqueológicos en la subestación eléctrica cercana a Finstown. Estamos encantados de que el equipo haya podido hacer un hallazgo tan significativo, con la esperanza de fomentar la comprensión de la rica herencia de Orkney. Continuaremos trabajando estrechamente con 'ORCA Archaeology' y con todos los organismos relevantes a fin de asegurar que este hallazgo se gestione adecuadamente para la gente de Orkney”.

Fuentes: archaeologyorkney.com | orkney.com | 6 de diciembre de 2019

Los últimos 'Homo erectus' sobrevivieron hasta hace 108.000 años en Java (Indonesia)

Excavaciones en Ngandong durante el año 2010. RUSSELL L. CIOCHON UNIV. OF IOWA

Las orillas del río Solo, en la isla indonesia de Java, guardaron durante milenios los fósiles de los últimos Homo erectus conocidos, los más recientes y evolucionados de la primera especie homínida en caminar totalmente erguida. Pero, tras el hallazgo de estos importantes restos, que se produjo entre 1931 y 1933, aún ha habido que esperar otros casi 90 años para determinar en qué tiempo vivieron.
Las últimas tecnologías, unidas a un interesante cambio de método, han permitido al fin resolver el enigma: los Homo erectus sobrevivieron hasta hace entre 108.000 y 117.000 años en la región de Ngandong (Java Central). Las malas condiciones tanto del terreno como de los huesos habían impedido hasta ahora una datación fiable, la cual se ha logrado tras excavar de nuevo para acceder al yacimiento original y estudiar minuciosamente el entorno.

Réplicas de los 12 cráneos hallados en Ngandong. Crédito: Russell L Ciochon / Universidad de Iowa

La población de Homo erectus a la que pertenecen los restos -12 calaveras y dos espinillas- sobrevivió gracias a encontrar refugio en el entorno del río Solo. La zona se mantuvo relativamente seca en medio de un cambio climático, que transformó en bosques húmedos y cálidos los paisajes más abiertos en los que vivía esta especie, llegada a la isla de Java hace 1,7 millones de años.
Los Homo erectus de Ngandong son importantes no sólo porque sean los últimos ejemplares conocidos de su especie, sino también porque son los más avanzados anatómicamente: sus cerebros eran más grandes y sus frentes, más amplias, todo lo cual indica que, en algún momento, se produjo un importante cambio evolutivo.

"La gran pregunta es: ¿este cambio evolutivo sucedió de manera aislada o fue el resultado directo de una mezcla con otra especie humana?", plantea a EL MUNDO Kira Westaway (izquierda), una de las principales autoras del estudio, que publica esta semana la revista Nature. La datación exacta de los fósiles, explica esta investigadora, ayudará a responder esta cuestión, pues sitúa a los últimos y más modernos Homo erectus en un marco temporal concreto, en el que quizá pudieron mezclarse con algunas especies, pero no con otras.

"En estos momentos, no existen pruebas de el 'Homo erectus' y los humanos modernos coincidieran, pero había humanos modernos en África al mismo tiempo que los 'Homo erectus' de Ngandong habitaban en Java", concreta Westaway, investigadora de la Universidad Macquarie de Sídney.

A la isla indonesia, sin embargo, no llegaron los humanos modernos hasta hace 36.000 años, lo que "elimina cualquier posibilidad de que los humanos (actuales) sean descendientes directos del 'Homo erectus'".

"Realmente, la sincronización lo es todo en esta historia humana", resume Westaway. Los últimos Homo erectus, de hecho, vivieron aproximadamente al mismo tiempo que los Homo floresiensis -conocidos como hobbits- de Indonesia y el recién descubierto Homo luzonensis de las Filipinas, y con ambos compartía algunos rasgos anatómicos.

Las tres especies, señala Russell Ciochon (izquierda), investigador de la Universidad de Iowa y otro de los autores del estudio, "representan tres trayectorias evolutivas distintas de los Homo en las islas del sudeste asiático, y todas ellas acabaron extinguiéndose".
Anteriores estudios habían arrojado dataciones extremas y contradictorias sobre el tiempo en que vivieron los Homo erectus de Ngandong: algunos daban fechas demasiado recientes -hace entre 53.000 y 27.000 años- mientras que otros arrojaban un periodo mucho más lejano -hace entre 147.000 y 500.000 años-. "Tras muchos esfuerzos poco convincentes de datar el yacimiento, sabíamos que necesitábamos intentar un enfoque diferente", explica Westaway.

LA CLAVE, ESCUDRIÑAR EL PAISAJE

"La clave de este enfoque ha sido ser capaces de datar los sedimentos enterrados. En vez de centrarnos sólo en los fósiles, en sí mismos, hemos acudido a su lugar en el paisaje". Es decir, los científicos han considerado a los huesos como parte de un puzle más amplio, para ver cómo encajaban en un ambiente cambiante cuyos vestigios se han analizado en distintos niveles de sedimentos.

Lecho óseo en el yacimiento de Ngandong. RUSSELL L. CIOCHON

Para ello, tuvieron que datar distintos niveles de depósitos de sedimentos e ir acotando, por arriba y por abajo, las fechas a las que debían pertenecer los fósiles. "Haciendo esto, podíamos ver que una fecha más temprana o más antigua no era posible para Ngandong", añade Westaway, quien también indica que contaron con las últimas tecnologías de datación por luminiscencia estimulada por infrarrojos (IRSL), la cual no estaba aún disponible cuando comenzó la investigación, en el año 2008.

Por último, los científicos excavaron de nuevo el sitio original, lo que les proporcionó la confirmación definitiva: "Encontrar el lecho óseo original fue crucial para este estudio. De ese modo, no podía haber confusión ni duda sobre si el material que datamos estaba directamente asociado al descubrimiento original de los 'Homo erectus'", concluye Yan Rizal (izquierda), del Instituto de Tecnología de Bandung.

Los fósiles de los homínidos muestran que éstos debieron morir al mismo tiempo que la fauna que los rodeaba, lo que indica que se debió producir un gran evento catastrófico que "barrió a esta población estresada y en declive", narra Westaway. "Por el momento, no sabemos en qué consistió este evento".


Fuente: elmundo.es | 18 de diciembre de 2019

Los últimos supervivientes de la especie humana más longeva

Uno de los cráneos de 'Homo erectus' encontrados en la isla de Java MUSEO DE HISTORIA NATURAL DE LONDRES


Después de casi dos millones de años de existencia, los Homo erectus, la que probablemente sea la especie humana más longeva (los Homo sapiens llevamos sobre la Tierra 300.000 años como mucho), estaban pasando dificultades. El último grupo conocido de estos homínidos lo encontró un equipo holandés en los años 30 del siglo XX, en la isla indonesia de Java, cerca de la localidad de Ngandong. En una terraza que se eleva veinte metros sobre el río Solo, W. F. F. Opeernoorth y sus colegas encontraron doce tapas del cráneo y dos tibias de un tipo avanzado de Homo erectus, con una capacidad cerebral mayor que la de otros de sus parientes. Ninguno de ellos tenía la base del cráneo y se especuló con que se hubiese arrancado, en un ancestral caso de canibalismo, para extirpar el cerebro.

El misterio no se ha resuelto, pero hoy, al menos, un grupo internacional de científicos publica en la revista Nature un trabajo que encuadra el momento en el que murieron aquellos “últimos erectus”. La dificultad de datación de los fósiles y las deficiencias de las técnicas paleontológicas de hace casi un siglo dejaban espacio a una incertidumbre excesiva sobre la edad de los restos. Los erectus de Ngandong podían haber muerto hace tan poco como 25.000 años y tanto como 600.000. La reconstrucción del yacimiento original y su datación con la última tecnología, liderada por Rusell Ciochon, de la Universidad de Iowa (EE UU) y Kira Westaway, de la Universidad Macquarie en Sidney (Australia), sitúa los últimos días de los humanos del río Solo en un periodo entre hace 117.000 y 108.000 años.

Las nuevas fechas confirman que los Homo erectus vivieron durante casi un millón y medio de años en la isla de Java, en una región del planeta que, según apunta José María Bermúdez de Castro (izquierda), codirector de los yacimientos de Atapuerca, “se convirtió en un laboratorio para la evolución humana”. Las islas de Indonesia, donde también se encuentra Flores, el hogar de esos homínidos bajitos que se compararon con los hobbits, permanecían conectadas al continente cuando bajaba el nivel del mar. Después, cuando subía, aquellos grupos humanos quedaban aislados y tomaban caminos evolutivos propios, incrementando su capacidad craneana, como los humanos de Solo, o disminuyendo su tamaño, como hacen muchos animales cuando viven en islas e hicieron los Homo floresiensis o los Homo luzonensis, otra especie de humanos pequeños que vivieron en la isla de Luzón, en Filipinas.

En la época en la que aquellos últimos Homo erectus conocidos vivían en la isla de Java, en la misma región del mundo convivían, probablemente, seis especies humanas distintas. Los erectus eran el “pueblo originario”, indonesios desde hacía millón y medio de años, y junto a ellos se encontraban los que probablemente sean versiones suyas reducidas, luzonensis y floresiensis. En el continente, los neandertales y sus parientes asiáticos cercanos, los denisovanos, tenían hijos entre ellos y también junto a los Homo sapiens, los últimos humanos en llegar y los únicos que sobreviven hoy.

Según cuenta Antonio Rosas (derecha) director del Grupo de Paleoantropología en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, la confirmación de que había Homo erectus en una época tan tardía puede acercarnos aún más a esta especie, no solo como ancestro evolutivo. “La paleogenética nos ha enseñado sobre las hibridaciones entre neandertales y sapiens, entre denisovanos y sapiens o neandertales y denisovanos, pero en esos análisis genéticos, a veces aparece un componente genético de una especie arcaica desconocida, concretamente en análisis de restos encontrados en Papúa Nueva Guinea”, recuerda Rosas. “Estas nuevas dataciones de Homo erectus dan más crédito a la suposición que hacíamos muchos de que esa tendría que ser la especie que aparecía en los análisis”, afirma.

En el sudeste asiático, los restos más antiguos de nuestra especie tienen unos 60.000 años, pero los nuevos descubrimientos en los yacimientos de la región no hacen descartable que ya hubiesen llegado cuando aún existían los erectus. En este caso, como en gran número de extinciones de grandes animales y de especies humanas, los sapiens aparecen en las listas de principales sospechosos. Pudieron reproducirse con ellas antes de aniquilarlas.

Un estudio publicado en Nature en 2016 señalaba la sugerente coincidencia de que la extinción del hobbit de Flores coincidía con la llegada de nuestra especie a la isla. En el caso de los neandertales, Bermúdez de Castro señala que las últimas teorías plantean que la dureza del último periodo glacial había dejado tocados a aquellos humanos, con los que convivimos hasta hace menos de 40.000 años. “Es posible que los neandertales se autodestruyeran y que los sapiens que salieron de África en aquella época se encontrasen una especie debilitada desde el punto de vista genético. Los análisis paleogenéticos nos dicen que tenían una uniformidad genética que es letal para una especie”, afirma el investigador del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH). En cualquier caso, Bermúdez de Castro considera que “nosotros somos responsables de estar solos ahora mismo en el planeta”.

Rosas coincide en que es innegable que después de decenas de miles de años en las que coincidieron sobre el planeta varias especies humanas, hace unos 50.000, los sapiens se quedan solos. “Yo me resisto a esa idea de la evolución lineal en la que pasamos de una especie inferior a otra superior con los Homo sapiens en la cúspide y la pervivencia de los Homo erectus mientras había sapiens sobre la Tierra contradice ese esquema”, apunta el investigador del CSIC. “Sin embargo, el hecho es que algo sucede, porque ahora solo estamos nosotros, y es algo que yo atribuyo a nuestra capacidad para sobrevivir y, sobre todo, para dejar más descendientes, y es una capacidad que atribuyo en última instancia a unas relaciones sociales que se establecen a partir de capacidades cognitivas nuevas”, concluye Rosas.

El tiempo en que seis especies humanas compartieron la Tierra


Homo erectus

Los descubrió en la isla de Java Eugène Dubois en 1891. Aunque también se han encontrado fósiles similares en África, es una especie principalmente asiática. Sobrevivieron durante casi dos millones de años, manejaban herramientas de piedra y, probablemente, dominaron el fuego. Podían alcanzar una estatura de 1,80 metros.

Homo neanderthalensis

Eran los habitantes de Europa antes de que llegasen desde África los humanos modernos. Eran una especie de gran inteligencia, a la que se atribuyen expresiones artísticas y una sofisticada capacidad simbólica. Los análisis genéticos han demostrado que copularon y tuvieron descendencia con los Homo sapiens.

Denisovano

Es una especie que se conoce principalmente por los análisis genéticos de sus restos, encontrados en 2010 en la cueva siberiana de Denisova. No hay cráneos que permitan intuir su aspecto, pero su genoma indica que eran próximos a los neandertales, con los que hibridaron.

Homo floresiensis

Se encontraron en la isla indonesia de Flores en 2004. Entonces, se inició un debate sobre si se trataba de una especie humana enana, pero normal, o un especimen enfermo. La primera es ahora la hipótesis más aceptada y se especula con que sea un Homo erectus reducido.

Homo luzonensis
Presentada en abril de este año, es la última especie humana descubierta. Aunque la evidencia fósil aún es limitada, se estima que aquellos individuos eran, como Homo floresiensis, humanos bajitos, una característica física fruto de su evolución dentro de una isla.

Homo sapiens

Algunas clasificaciones sitúan la aparición de la especie 300.000 años atrás, pero la gran revolución de estos homínidos se produjo hace unos 50.000 años. Entonces conquistaron el mundo y en poco tiempo se convirtieron en la única especie humana superviviente.

Fuentes: elpais.com | 18 de diciembre de 2019