Desmitificando a los denisovanos

Recreación de Denny. Fuente BioBalears-WordPress.com

Como no podía ser de otra manera, defiendo y participo de manera activa en la comunicación de la ciencia. Pero, ¡cuidado!, el paso entre la divulgación rigurosa y el mito interesado están separados por una línea muy delgada. Cabe recordar casos como la posible existencia del Yeti. No es difícil pasar de la hipótesis a la especulación y de ahí a las historias de venta fácil. Hace pocos años se obtuvo ADN mitocondrial de un hominino encontrado en una cueva de los montes Altai, en Siberia. Desde entonces, los llamados “denisovanos” se han popularizado y los propios científicos hablan de una nueva especie o subespecie, cuyo aspecto se desconoce. Salvo que en el mismo yacimiento o en otros próximos se encuentren restos fósiles muy completos con un ADN similar seguiremos preguntándonos por el aspecto de aquellos humanos, que vivieron en esa región de Eurasia hace al menos 100.000 años. Ese desconocimiento es el primer paso hacia el mito.

El último trabajo publicado en la revista Nature sobre el ADN de Denny, una chica mestiza que vivió hace unos 50.000 años cuya madre fue denisovana y su padre neandertal, ha seguido aportando información para seguir proponiendo diferentes hipótesis. También para especular. Según los datos obtenidos en éste y otros estudios, la separación efectiva de los neandertales y los denisovanos pudo ocurrir hace aproximadamente unos 400.000 años. A pesar de esta brecha temporal milenaria, neandertales y denisovanos se comportaron como si fueran miembros de la misma especie. Cuando se produjo el reencuentro no hubo rechazo por el aspecto físico que hubieran podido adoptar las dos poblaciones en ese largo período de tiempo.

Así que podemos lícitamente especular que los denisovanos y los neandertales tendrían una apariencia bastante similar. Quizá no se trató de una hibridación forzada, sino el resultado natural de la proximidad geográfica y genética de grupos de denisovanos y neandertales. ¿Y por qué no asumir que los denisovanos fueron un grupo de verdaderos neandertales separados temporalmente de la genealogía principal por cuestiones climáticas en valles perdidos de los montes Altai? En otras palabras, los denisovanos pudieron ser una estirpe más de la especie Homo neanderthalensis, como lo fueron los neandertales del Próximo Oriente. Ya sabemos que los neandertales tienen raíces muy profundas en Europa y en el suroeste de Asia, de acuerdo con las evidencias de yacimientos tan importantes como la propia Sima de los Huesos de la sierra de Atapuerca, o los cráneos de Swanscombe (Reino Unido) o Stenheim (Alemania). El nombre específico que demos a cada uno de ellos no es tan importante como el hecho de que hubo una genealogía en Eurasia con lazos genéticos muy estrechos. Esta genealogía estuvo dispersa por Eurasia durante miles de años. Y los denisovanos parece que no son ajenos a esa genealogía.

Foto: Investigadores en la Cámara Este de la Cueva Denisova, Rusia. Crédito: Sergei Zelensky, IAET SB RAS

El genoma de los neandertales y de los denisovanos no era similar, como nos han contado los expertos y como cabe esperar de su lejanía filogenética. Es posible que la viabilidad de los mestizos no fuera frecuente. De ser así, el hallazgo de Denny pudo ser algo así como “el gordo de la lotería”. O quizá no. El propio Svante Pääbo afirma que el mestizaje pudo ser mucho más frecuente de lo que podemos imaginar. En otras palabras, Denny representaría el número de una lotería que siempre toca.
Las aproximadamente 15.000 generaciones que separaron a los neandertales clásicos de Europa occidental de los denisovanos fueron insuficientes para producir una diferenciación genómica importante entre los dos grupos. Aunque cada vez hay más información y se comparte con relativa facilidad mediante las redes sociales (o quizá por ello) podemos caminar sin querer hacia un nuevo mito de la paleoantropología.

Fuente: quo.es | 11 de diciembre de 2018

Los secretos del entrenamiento que convirtió a los legionarios romanos en máquinas de matar

Fotograma de la serie televisiva "Roma".

Si por algo se caracterizó el ejército romano de la Antigüedad fue por su versatilidad y su capacidad de evolución, dos rasgos habituales para un contingente militar que estuvo activo durante casi quince siglos. Durante ese tiempo, los militares republicanos e imperiales se adaptaron a los terrenos que pisaban, a los enemigos a los que se enfrentaban y a las condiciones climatológicas que debían soportar. Desde las armas, hasta las estrategias pasando por la alimentación. Todo estos ámbitos fueron modificados década a década con el objetivo de conseguir que estos militares tuvieran en su mano todas las ventajas necesarias para aplastar a sus enemigos.

Sin embargo, en el adiestramiento de los reclutas romanos siempre hubo una máxima: la rudeza crea soldados de élite. Así lo corroboró el general e historiador judío Flavio Josefo durante el siglo I al afirmar que los entrenamientos de las legiones eran como batallas sin derramamiento de sangre, y las contiendas como «sangrientos entrenamientos». El secreto para conseguirlo era, según él mismo señalaba, sencillo: «Todos los soldados se ejercitan a diario, por eso soportan con tanta facilidad la fatiga en las batallas». Lo cierto es que no le faltaba razón, aunque quizá debería haber añadido que el programa para convertir a un hombre corriente en una máquina de matar era más que extenuante.


Ese entrenamiento, que se basaba en la resistencia física e incluía ejercicios usados por los gladiadores para perfeccionar su habilidad con las armas, era solo parte de los secretos de los legionarios para presentarse siempre en condición óptima ante el enemigo. Dionisio Casio, escritor clásico que vivió durante el siglo II, afirmó que hasta la dieta era determinante para ayudarles a obtener la victoria. En este sentido señaló que, durante los primeros siglos del Imperio, los soldados debían consumir «pan amasado, vino y aceite» como alimento básico, además de algún que otro capricho. «También comían carne, pero esta era considerada un suplemento», afirma Stephen Dando-Collins en Legiones de Roma.

Todo ello se completaba con un estricto sistema de trabajo para terminar de curtir su cuerpo. «Los legionarios eran, primero y antes que nada, soldados, pero también llevaban a cabo otros trabajos: eran constructores, ingenieros, policías, y a veces incluso funcionarios civiles, y para cumplir con todas sus tareas, tenían que estar muy bien adiestrados», afirma, en este caso, John Wilkes en El ejército romano. En todo caso, el autor coincide en que fueron todas estas normas, el adiestramiento y la disciplina las que proporcionaron al ejército romano todas sus victorias.

Por si fuera poco, y según Flavio Josefo, llevar a cabo este duro entrenamiento no era algo habitual en la época. Así lo corrobora también Chantal Subirats en su tesis doctoral El ceremonial militar romano: liturgias, rituales y protocolos en l..., donde señala que el resto de naciones no le dedicaban tantos esfuerzos al adiestramiento de sus hombres. Y es que ya lo decía el escritor del siglo IV Vegecio: «Un puñado de hombres, endurecidos por la Guerra, está destinado a la victoria cierta, mientras que, al contrario, numerosos ejército de tropas indisciplinadas no son otra cosa que multitudes de hombres arrojadas a una carnicería».

Primeros pasos

Aunque con salvedades, la mayoría de autores coinciden en que el pilar básico sobre el que se sustentaban los legionarios romanos era la resistencia física, la cual se entrenaba a base de marchas. Su máxima era, como ya afirmaba Escipión el Africano, que un soldado no servía para nada si no podía caminar. En su pintoresca obra (aunque no por ello menos documentada) Legionario, el manual (no oficial) del soldado romano, el doctor en historia Philip Matyszak afirma que «las marchas eran una de las primeras cosas que un recluta aprendía». Wilkes coincide y añade que «eran de suma importancia para los reclutas como para los soldados antiguos».

En palabras de Matyszak (que describe los ejercicios que se desarrollaron durante los primeros siglos del Imperio) las marchas de los reclutas eran progresivas y se llevaban a cabo alrededor del campamento. «Una vez que un pelotón demuestra ser capaz de andar 30 kilómetros en cinco horas, es el momento de probar los 60 en doce horas», explica. Cuando lo lograban volvían a los 30 kilómetros, aunque cargados con la armadura completa. «Incluso después de completar su instrucción y de ser destinado a un campamento fijo, el legionario deberá acometer frecuentes y agotadoras marchas de entrenamiento», añade el autor.

Wilkes añade que, cada tres meses, novatos y veteranos llevaban a cabo largas caminatas portando un peso de hasta 30 kilos, el equivalente a un saco lleno de carbón. «Esto se hacía así porque, en caso de peligro, era probable que tuvieran que recorrer más de 38 kilómetros en un solo día, y además construir un campamento al caer la noche, por lo que era sumamente importante que todos estuvieran bien entrenados y en forma», añade.

A esto se sumaban, en palabras de Wilkes, ejercicios tan rudos como derribar árboles, saltar y participar en unos «cursos de asalto» que consistían en superar una pista de obstáculos con la armadura puesta y llevando sus armas en la mano. Todo ello era supervisado por el optio, el oficial encargado del adiestramiento.

A formar

Además, los soldados aprendían a correr en formación y a seguir el paso de sus compañeros para que, llegado el momento, su unidad avanzara hacia el enemigo a un único son. «Era importante acostumbrarse al paso marcado por la legión, porque el ejército romano le gustaba marchar en bloques compactos y tenía poca paciencia con los rezagados», añade, en este caso, el autor de Legionario, el manual (no oficial) del soldado romano. Estos principios básicos eran esenciales para convertirse en un futuro soldado al servicio de Roma.

En esta parte del entrenamiento debían aprender también los movimientos militares que utilizarían en el campo de batalla. Como ejemplo, Dando-Collins pone los ejercicios que les permitían saber organizarse de manera estándar (en filas de ocho por diez con un espacio de un metro entre soldados para que las tropas auxiliares que se retiraran pasaran a través de ellos) y en formación cerrada (acercándose lo máximo posible a su compañero para generar una barrera infranqueable de escudos).

Finalmente, aprendían a adoptar formaciones especializadas para enfrentarse a cada tipo de enemigo. Si las básicas eran la línea recta, la oblicua y la posición en media luna; las específicas incluían la cuña para evitar las cargas de caballería o el anillo si eran rodeados.
«La famosa “testudo”, la formación de tortuga, consistía en juntar los escudos por encima de las cabezas y por los flancos, lo que creaba una protección frente a una lluvia de lanzas, flechas o piedras. La testudo, “fundamentalmente cuadrada, pero en ocasiones circular o rectangular”, se empleaba sobre todo cuando las legiones estaban intentando socavar los muros de una fortaleza enemiga», añade Dando-Collins. En todo caso, era importante ser rápido, ya que ser el último en acatar la orden solía llevar aparejada una buena reprimenda.

Combate

Una vez que tenían la capacidad de llegar al combate sin caerse redondos de cansancio, los legionarios romanos debían aprender a acabar con sus enemigos de la forma más eficiente posible. El primer enemigo al que se enfrentaban los reclutas era un poste de madera que les servía para practicar los movimientos que debían hacer con la espada y el escudo. Por descontado, estos ejercicios se llevaban a cabo con armas de madera mucho más pesadas que las reales. ¿El objetivo? Fortalecer los músculos de los combatientes y que, en plena batalla, pudieran manejar sus pertrechos de forma mucho más ágil.

Este tipo de ejercicios, usados en principio para entrenar a los gladiadores, fueron instaurados por el cónsul Mario después de que observara que los hombres que se ejercitaban junto a su amigo, el lanista Rutilo Rufo, eran mucho más letales que los suyos. Este curioso adiestramiento es corroborado por Subirats, quien explica, además, que los postes medían aproximadamente 1,82 metros y que el recluta «aprendía esgrima asestándoles golpes». Lo habitual era que el combatiente aprendiera a dar estocadas ya que, como explicaba Vegecio, «una estocada, aunque penetre apenas cinco centímetros, por lo general es mortal». El mismo autor clásico afirmaba que los veteranos se burlaban de los que preferían «cortar».

Una vez que los reclutas aprendían a dar estocadas con la espada de madera y a cubrirse con el escudo de mimbre, comenzaban a adiestrarse con el pilum. Exactamente igual que sucedía con los anteriores aperos de entreno, esta lanza era considerablemente más pesada que la real y contaba con una punta de cuero que, aunque podía provocar cardenales al impactar contra el cuerpo, no era ni mucho menos letal.

Toda precaución era poca ya que el adiestramiento con el pilum se dividía en dos partes. La primera consistía en aprender a lanzarlo y, la segunda, en saber recibirlo. «Esto se hacía enfrentando a dos pelotones de legionarios», añade el autor. A pesar de que se les suponía cierta destreza, era mejor evitar disgustos futuros. En este caso, Subirats es partidaria de que, poco después, se empezaban a utilizar postes como diana para afinar la puntería. Y es que, llegada la hora, esta era la primera arma que se arrojaba contra el enemigo. «Es posible también que existiera instrucción básica con otras armas como hondas, arcos y diversas formas de artillería», añade la experta en su tesis.


A continuación, los reclutas empezaban a participar en pequeñas batallas simuladas en las que las protecciones abundaban y se utilizaban las armas de práctica, o filos reales recubiertos con protecciones de cuero. Lo habitual era que el oponente fuera otro pobre recluta ansioso de aprender para evitar recibir golpes, pero tampoco era extraño que algún veterano entrara en escena con el objetivo de demostrar al resto las habilidades de un buen combatiente y hacer morder el polvo al legionario bisoño.

Vegecio, además, recomienda en sus textos enseñar a los reclutas a montar a caballo y a nadar. Y es que, todo era poco para estos hombres. Al fin y al cabo, Wilkes es partidario de que siempre solían combatir en inferioridad numérica y de que debían paliar con su destreza este inconveniente. También por ello los oficiales insistían siempre en que el entrenamiento no tenía un principio y un final, sino que -después de los cuatro meses de instrucción- tenía que repetirse hasta que los hombres se convirtieran en unas auténticas máquinas de matar.

Fuente: abc.es | 13 de diciembre de 2018

El papiro de Artemidoro es falso

Fragmento del «papiro de Artemidoro» - ABC

El papiro de Artemidoro, considerado durante años un documento histórico de inestimable valor, es falso. Los estudios llevados a cabo por la Fiscalía de Turín contra Serop Simonian concluyen que este comerciante de arte vendió esta falsificación en 2004 «con artificios y engaños» a la Fundación para el Arte de la Compañía San Paolo de Turín por 2,75 millones de euros. El caso, sin embargo, ha sido archivado porque el delito de estafa ha prescrito.

Para la Fiscalía, «Simonian presentó el papiro como una auténtica reliquia y de elevado valor, causando así a la parte perjudicada un daño patrimonial de relevante gravedad».

Aunque el caso haya sido archivado, el Ministerio Público sí considera «ampliamente probada» la falsedad del documento, tras los estudios que, por orden del Ministerio de Bienes y Actividades Culturales, ha llevado a cabo el Instituto Central para la restauración y la conservación de Patrimonio Archivístico y Bibliográfico. Aunque las investigaciones aún siguen en curso, «las evidencias preliminares parecen apoyar más la tesis de la falsedad que la de la autenticidad».

Vista expositiva del papiro de Artemidoro.

La Fiscalía también cita en un comunicado otras evidencias, como la negativa del «prestigioso Museo Getty de Los Ángeles» de comprar el papiro o que el texto y el contenido del contrato de compra no tiene «ninguna certificación seria de autenticidad».

Las pesquisas empezaron en 2013 por la denuncia del profesor Luciano Canfora, que sospechaba que el papiro era falso, aunque la comunidad científica llevaba discutiendo desde 2006 sobre la autenticidad de este documento atribuido al geógrafo griego Artemidoro de Éfeso, que vivió a caballo entre el siglo II y I a.C., y cuyas obras solo se conocen por las referencias de Estrabón o Plinio el Viejo.

Se dijo que el manuscrito había sido descubierto en un basurero de Egipto y había sido propiedad de un coleccionista privado. De 250 centímetros de largo por 32 de altura, en él figuraba el que se consideraba hasta ahora como el mapa más antiguo de Hispania.

En 2004 fue entregado sin ningún coste al Museo Egipcio de Turín, pero la dirección del centro rechazó exponerlo debido a «la seria sospecha de que era una falsificación o de que provenía de una exportación ilegal» y lo mantuvo en un almacén durante 6 años.
La Fiscalía ha enviado toda la documentación a la Fundación 1563 para el Arte y la Cultura, la nueva denominación de la Fundación para el Arte de la Compañía San Paolo, para cualquier eventual actuación legal que quiera emprender.

Fuente: abc.es | National Geographic | 11 de diciembre de 2018

Cómo los arqueólogos descubrieron los primeros tratados diplomáticos, escritos en una lengua desconocida hasta entonces

Vista general de las excavaciones de Ebla / foto Anton_Ivanov – Shutterstock

En el año 1964 un equipo de arqueólogos de la Universidad de Roma La Sapienza, dirigidos por Paolo Matthiae, comenzaron a excavar en Ebla (actualmente Tell Mardikh), un yacimiento situado a 55 kilómetros al sureste de Alepo, en Siria. Su objetivo era demostrar que Siria había albergado culturas propias en tiempos antiguos.

Con los años se fueron sucediendo los hallazgos: antiguos palacios, estatuas, fragmentos de muebles de madera con incrustaciones de nácar, objetos de plata, joyas egipcias y otros artefactos. En 1968 el descubrimiento de una estatua de la diosa Ishtar permitió identificar el lugar. En la escultura había una inscripción con el nombre Ibbit-Lim, rey de Ebla. Efectivamente, el yacimiento era la antigua ciudad de Ebla, conocida solo hasta ese momento por inscripciones encontradas en los archivos de Mari (descubierta en 1933), que hablaban de una ciudad-estado con ese nombre.

Torso de la estatua de Ibbit-Lim / foto Attar-Aram syria en Wikimedia Commons

Pero el mayor descubrimiento todavía se haría esperar unos años más. Mientras tanto los hallazgos situaban a Ebla como un importante centro comercial y de poder desde el tercero hasta mediados del segundo milenio a.C. comparable a Egipto y Mesopotamia.

Desde su fundación en la temprana Edad del Bronce, alrededor del año 3500 a.C. hasta su destrucción por los hititas hacia 1600 a.C. Ebla floreció creando una gran red comercial que abarcaba todo el norte y este de la actual Siria. Por ella pasaban mercancías procedentes de Sumeria, Chipre, Egipto e incluso de Oriente Medio.

Extensión del área de influencia de Ebla en su apogeo / foto Sémhur en Wikimedia Commons

La ciudad estaba controlada por los comerciantes, que elegían un rey de entre ellos, para que velase por la actividad comercial y la defensa, encargada a mercenarios, y la expansión de las rutas. El rey, que era electivo, estaba controlado por un consejo de ancianos, y su poder limitado por el de la reina, que tenía influencia efectiva tanto en los asuntos de estado como en los religiosos.

Ebla sobrevivió a una primera destrucción hacia el año 2250 a.C. a manos de los acadios, quienes incendiaron la ciudad, arrasando los palacios. Fue abandonada pero recuperó su esplendor cuatro siglos más tarde, entre 1850 y 1650 a.C., con Ibbit-Lim como su primer rey en este nuevo período, y el asentamiento de los amorreos, un pueblo semita de origen nómada. La segunda y definitiva tuvo lugar entre 1650 y 1600 a.C. Esta vez fue el rey hitita Mursili I (o quizá Hattusili I) y Ebla ya nunca se recuperó, quedando desierta y olvidada hasta que los arqueólogos comenzaron las excavaciones más de 3.500 años después.

La antigua Ebla / foto Barlemi74 en Wikimedia Commons

Pero ese incendio de 2250 a.C. fue el que propició precisamente uno de los mayores descubrimientos arqueológicos de la Historia. En 1974 el equipo de Paolo Matthiae encontraba en el denominado Palacio G dos pequeñas salas situadas frente a otra más grande en la que había un estrado elevado. En ellas aparecieron más de 20.000 tablillas de arcilla, muchas de ellas rotas en múltiples fragmentos, con escritura cuneiforme que databan de entre el años 2300 y 2250 a.C.
Las tablillas estaban en el lugar donde cayeron cuando las estanterías de madera que las sostenían se quemaron. Incluso aparecieron algunas de las etiquetas, también de arcilla, que ayudaban a archivarlas ordenadamente en los estantes. El fuego, que había destruido el palacio, había cocido las tablillas conservándolas para la posteridad, y al caer, quedaron ordenadas en el suelo tal y como estaban originalmente en el archivo palacial.

Ruinas del Palacio G de Ebla / foto Marina Milella / DecArch en Wikimedia Commons

Una de las salas almacenaba registros económicos y burocráticos, mientras que en la otra estaban los textos rituales y literarios, muchos de ellos empleados en la enseñanza de los nuevos escribas. El problema era que las tablillas estaban escritas en dos idiomas, unas en sumerio (cuyo desciframiento culminaría Arno Poebel en 1923) y otras en un idioma absolutamente desconocido pero que utilizaba la escritura cuneiforme sumeria como representación fonética.

Estos sumerogramas son caracteres cuneiformes que se usaban para representar sonidos en otros idiomas distintos del sumerio, de modo que quienes los redactaron no necesariamente tenían conocimiento del idioma sumerio. Se trata del primer ejemplo de transcripción fonética conocido (uso de un sistema creado para otro idioma en la representación de sonidos) y por ello marca un punto clave en la historia de la escritura.

Una de las tablillas / foto UCLA

Muchas de las tablillas contenían listas de palabras bilingües, en ambos idiomas, lo que permitió que este idioma desconocido fuera descifrado por Giovanni Pettinato, epigrafista jefe de la expedición, quien se percató de su origen semítico pero anterior al ugarítico y el hebreo. Había descubierto el idioma eblaíta, que en realidad era una lengua franca de los comerciantes hablada en muchos otros lugares de la zona, y no un idioma de habla cotidiana.
Esto, junto con la posición de las tablillas en el momento de ser descubiertas, llevaron a la conclusión de que habían sido originalmente ordenadas en los estantes por temas, con su correspondiente etiqueta. Se colocaban en posición vertical y separadas unas de otras por fragmentos de barro cocido. Además, las tablillas muestran evidencias de clasificación y catalogación para facilitar su recuperación, así como de disposición por forma, tamaño y contenido. Las excavaciones no han encontrado en Mesopotamia prácticas archivísticas tan avanzadas.
Tablillas de Ebla / foto UCLA

La información proporcionada por las tablillas reveló la importancia comercial de la ciudad. En ellas se reflejan los registros económicos e inventarios de las relaciones comerciales de importación y exportación. Una de las curiosidades más significativas de que informan es que se producían varios tipos de cerveza, incluyendo una llamada precisamente Ebla y que podría ser la primera marca de cerveza conocida. Contienen también listas de reyes, ordenanzas, edictos, y tratados diplomáticos con otras ciudades, los más antiguos encontrados hasta el momento.

Uno de estos tratados es el de Ebla-Abarsal, datado hacia el año 2350 a.C. y establecido entre ambas ciudades (Abarsal nunca ha sido encontrada) cercanas. En él se establecen las áreas de influencia de Ebla, se fijan multas y sanciones en caso de incumplimiento y se regula el uso del agua, entre otras cosas.

Otra vista del Palacio G de Ebla / foto dominio público en Wikimedia Commons

Hoy las tablillas, que según Robert Hetzron conforman el mayor archivo conocido de la Edad del Bronce, están repartidas por diversos museos en Alepo, Damasco e Idlib. La mayoría de ellas con su correspondiente transliteración están digitalizadas en Ebla Digital Archives, un proyecto de la Universidad Ca’Foscari de Venecia que se puede consultar online.

No obstante parece que existió una cierta censura del gobierno sirio sobre las tablillas, que tiene que ver con supuestas relaciones encontradas en los textos de Ebla con el marco bíblico del Génesis que Pettinato afirmó haber descubierto: menciones a los patriarcas, Yahvé, Sodoma y Gomorra. Tras la controversia y el conflicto académico suscitado Pettinato se retractó de sus afirmaciones y, según J.J.M.Roberts, fue apartado del comité encargado de la publicación de los textos.
Fuentes: Ebla, una ciudad olvidada (Giovanni Pettinato) / The Semitic Languages (Robert Hetzron) / Cities of the Middle East and North Africa: A Historical Encyclopedia (Michael Dumper, Bruce E.Stanley eds.) / Ebla Digital Archives / The Bible and the Ancient Near East (J.J.M.Roberts) / Wikipedia.

Fuente: labrujulaverde.com | 11 de diciembre de 2018

El cadáver de una joven de hace unos 5.000 años desvela la primera pandemia conocida

Restos mortales de la joven de 20 años en la que se encontró la bacteria de la peste. UNIVERSIDAD DE GOTEMBURGO


Un equipo de genetistas ha encontrado el primer caso conocido de peste en el cadáver de una campesina de unos 20 años que fue enterrada hace unos 5.000 en Suecia. La cepa de la bacteria Yersinia pestis hallada en el ADN extraído de sus dientes presenta las mismas variantes genéticas que en la actualidad hacen mortal la peste pulmonar si no es tratada a tiempo. Otro cadáver de un agricultor veinteañero en la misma tumba de Frälsegården, al sur del país, también tiene rastros del patógeno. Los autores del hallazgo creen que están ante los indicios de la primera gran pandemia de la humanidad.

Hace unos 5.000 años, Europa vivía una etapa oscura de la que se sabe muy poco. Hacía siglos que unos inmigrantes asiáticos habían traído los cultivos y la ganadería al continente. Por aquella época ya habían florecido las primeras ciudades con hasta 20.000 habitantes, donde convivían personas y ganado en un espacio reducido y con poca higiene. Por razones desconocidas, en esa época hubo un brusco descenso de la población de entre un 30% y un 60%, similar al que ocurrió en la Edad Media con la peste negra. Algunas de las ciudades fueron quemadas y abandonadas. Fue el final de la Edad de Piedra.
Cadáver de un enterramiento de la cultura yamna pintado de ocre rojo. RASMUSSEN ET AL./CELL 2015

La cepa de peste que mató a la muchacha sueca apareció hace unos 5.700 años, según su análisis genético, lo que la convierte en la más cercana al ancestro de todas las variantes de peste que han surgido desde entonces. Genetistas de Suecia, Dinamarca y Francia han analizado el genoma de más de mil cadáveres de esta época y la posterior Edad del Bronce.

Los resultados muestran que “en un período muy corto de tiempo, 600 años aproximadamente, muchas cepas de peste se expandieron a lo largo de toda Eurasia, desde el sureste de la estepa rusa hasta Suecia”, explica Nicolás Rascován (izquierda), biólogo de la Universidad de Aix-Marsella y primer autor de un estudio publicado hoy en Cell sobre estos hallazgos.
“También mostramos que no existieron grandes migraciones humanas que puedan explicar esta dispersión, dado que no vemos mestizaje entre las diferentes poblaciones infectadas. Justo en la época en la que vemos expandirse la peste surgieron grandes innovaciones tecnológicas como el transporte rodado y la tracción animal, los medios ideales para esparcir el patógeno a grandes distancias. Es la primera vez en la historia de la humanidad que se dieron simultáneamente las condiciones adecuadas para la emergencia de enfermedades y a la vez su esparcimiento a grandes distancias y por eso pensamos que probablemente esta fue la primera gran pandemia”, explica este investigador argentino.

El estudio señala que el ancestro común de todas las Yersinia pestis modernas debió aparecer en algún lugar en Europa del este. El equipo propone como hipótesis que su origen pudo estar en el seno de la enigmática cultura de Cucuteni, que floreció en las actuales Moldavia, Rumanía y Ucrania hace unos 5.700 años y cuyos grandes asentamientos fueron pasto del fuego intencionado. El objetivo del equipo es intentar encontrar ADN en uno de estos yacimientos arrasados para confirmar su idea.
Después de la crisis del Neolítico, hace unos 4.700 años, llegó una nueva oleada de inmigrantes: los yamna, una estirpe de pastores nómadas de las estepas de Eurasia a los que algunos expertos culpan de invadir Europa a sangre y fuego y reemplazar casi por completo a los varones locales. Se ha considerado la posibilidad de que los yamna, que también introdujeron las lenguas indoeuropeas, trajesen consigo la peste.

Pero el nuevo trabajo muestra que la enfermedad llevaba en Europa cientos de años. “Creemos que lo que estas gentes se encontraron fue una Europa con ciudades fantasmas y una población diezmada por la peste y otras causas”, explica Simon Rasmussen (izquierda), genetista de la Universidad de Copenhague y coautor del estudio. “Los yamna tenían un estilo de vida completamente diferente, no construyeron grandes asentamientos, con lo que posiblemente fueron menos vulnerables a la enfermedad de los campesinos”, resalta el investigador.

Carles Lalueza-Fox (derecha), genetista del Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona, estudia la marca genética de los yamna y de la peste en poblaciones de la península Ibérica. “Era una época de crisis, violencia y asentamientos abandonados que hasta ahora se habían achacado a otras causas, como la aridificación de los cultivos, pero esta nueva explicación parece más plausible”, opina. El experto destaca que gracias al análisis de ADN antiguo hallado en las tumbas que había sido descartado pero estaba accesible en bases de datos públicas, los autores de este estudio han conseguido destapar una “pandemia de la que hasta ahora no había ningún registro histórico”.

Modelo de dispersión propuesto de la bacteria Yersinia pestis durante el Neolítico y Edad del Bronce.

La bacteria de la peste comenzó siendo un microbio inofensivo, destacan los autores del estudio. Las pestes del Neolítico y la Edad del Bronce eran probablemente menos virulentas que las que produjeron las peores pandemias, como la de Justiniano en en siglo VI -40 millones de muertos- o la peste negra medieval que aniquiló a la mitad de los habitantes de las grandes ciudades europeas, pues no tenían el gen que le permite transmitirse por pulgas —que a su vez cabalgan en ratas— y otras mutaciones que incrementaron mucho su agresividad. Es lo mismo que después sucedería con la viruela, la malaria, el ébola y el zika, y lo que podría pasar con la próxima gran pandemia de este siglo.

Fuente: elpais.com | 7 de diciembre de 2018

El descubrimiento de un aljibe en un castro refuerza el “desarrollado” pasado prerromano de Galicia

Castro de Viladonga, en el municipio lucense de Castro de Rei, con el aljibe al descubierto en el ángulo inferior. TERRA-ARQUEOS

En lo alto de un monte desde donde las vistas sobre la comarca de A Terra Chá gallega son privilegiadas, se erige un antiguo poblado fortificado, el Castro de Viladonga. Un nuevo descubrimiento ha puesto en entredicho lo que se sabía hasta ahora sobre este yacimiento arqueológico ubicado a 535 metros sobre el nivel del mar en el municipio Castro de Rei (5.000 habitantes), a 23 kilómetros al noroeste de Lugo.

Se trata del hallazgo de un aljibe de más de 70 metros cuadrados y cuatro de profundidad con capacidad para almacenar más de 150.000 litros de agua y abastecer a más de 300 personas, en la zona nordeste del castro. El depósito fue construido en el siglo III a. C., a diferencia de la mayor parte de las estructuras descubiertas hasta ahora en el lugar, que fueron fabricadas en plena época romana, entre los siglos II y V d. C. El aljibe excavado en la roca y hallado debajo de una muralla de esta fortificación, considerada Bien de Interés Cultural desde 2009, es la punta de lanza para ahondar en el pasado prerromano de la cultura castreña.

El descubrimiento dirigido por el arqueólogo Miguel Ángel López (izquierda) en este castro muestra, según los expertos, el desarrollo que ya existía entonces. “Es la primera vez que aparece un aljibe dentro de la zona amurallada del castro de Viladonga”, asegura por teléfono López, el director de la obra. Hace dos semanas López y su equipo de 10 especialistas descubrieron siete escalones en muy buen estado en la segunda muralla y un torreón de más de cinco metros de diámetro. Pero nada tan trascendente como este hallazgo realizado en el marco de la excavación aprobada por la Consellería de Cultura de la Xunta de Galicia y ejecutada por la empresa Terra-Arqueos.

El hecho de tener agua pudo haber permitido a los habitantes resistir en caso de ataque, detalla López. “En los asentamientos castreños no es habitual encontrar los sistemas de abastecimiento de agua”, opina el arqueólogo gallego Ángel Concheiro (derecha), a la espera de que la Xunta confirme los resultados de este hallazgo. El suministro de agua era una cuestión fundamental en las sociedades antiguas, no era algo tan fácil como abrir el grifo, explica Concheiro. Esta era necesaria no solo para beber, sino también para lavar, para el ganado, para la alfarería y la artesanía textil. El depósito recogía el agua de lluvia y era abastecido por un antiguo manantial.

La operación ha sido muy complicada, según Miguel Ángel López, conocido por sus trabajos en el templo de Amenofis III en Luxor (Egipto). Además de los daños provocados por el paso del tiempo y el maltrato humano, la estructura se encuentra muy deteriorada por los derrumbes, lo que dificulta la distinción de los muros. Para dejar al descubierto la construcción subterránea fueron necesarios dos meses de trabajo en los que los arqueólogos extrajeron más de 340 metros cúbicos de tierra y más de 120 toneladas de piedra. La excavación, que todavía no ha terminado, y que cuenta con un presupuesto de casi 200.000 euros, el 80% procedente del programa FEDER de la Unión Europea, ha permitido extraer todo tipo de objetos, entre los que se hallan piezas de cerámica común y de lujo como la terra sigillata, piezas de hierro (clavos, hoces), algunas de bronce (placas, fragmentos de caldero), así como huesos de animales.

Aljibe hallado en Viladonga. TERRA-ARQUEOS

La ubicación del antiguo depósito de agua, que fue hallado debajo de una de las murallas, le permitió a Miguel Ángel López suponer que fue construido antes. Y las pruebas de carbono 14 le hicieron concluir que fue edificado en el siglo III de la era precristiana.

Su hallazgo cambia por completo la historia del castro. “Un aljibe prerromano nos indica que ese yacimiento arqueológico ya era potente, sofisticado y que albergaba una comunidad importante”, asegura Concheiro, y explica la importancia de este descubrimiento no solo para el conocimiento de este castro erigido en la segunda Edad de Hierro, sino para la cultura castreña en general. “Esto nos dice que el mundo castreño prerromano conocía los sistemas de abastecimiento, de captación y almacenamiento de agua, y que desarrolló arquitecturas complejas y monumentales para solucionar este problema”, añade.

La antigua aldea se compone de una gran acrópolis central, dos pasos principales que la cruzan de norte a sur y de este a oeste, una ronda interior que la circunda, y viviendas organizadas en barrios, todo rodeado de murallas y fosos. Las primeras excavaciones comenzaron en 1971 y le siguieron otras campañas en los años ochenta, noventa y en 2000.

Hasta ahora los datos más antiguos, que datan de los siglos II y I a. C., se habían encontrado precisamente en esa zona del castro. Pero había pocos que permitieran suponer que hubo un asentamiento importante en aquella época, la mayoría de las estructuras y edificaciones descubiertas hasta ahora son posteriores. Su forma cuadrangular, muchas de ellas con esquinas en ángulo recto, dan cuenta de la época tardorromana. Lo mismo ocurre con otros objetos, como las tejas de barro.

Olla de cerámica hallada en el castro de Viladonga.

La zona nordeste del castro era la más olvidada, desde los años ochenta no se habían realizado excavaciones. En ese entonces una de las esquina del aljibe ya había sido excavada pero no había sido identificada como un depósito de agua. Pero Miguel Ángel López se dio cuenta de que aquel trozo de muro que salía no era el de una vivienda habitual. Al distinguir los diferentes tipos de piedra presentes en la construcción (de cimentación y paramento, de muralla y aljibe, de cubierta y contrapeso) vio que se trataba de un aljibe. No es la primera vez que trabaja con este tipo de construcción; lo había hecho antes en el Castro de San Cibrao de Las, a 18 kilómetros al oeste de Ourense, y en la antigua fábrica de tabacos en Gijón.

Para Concheiro esto demuestra que “la sociedad de hierro antigua no tenía nada de simple, de pobre y de atrasada, sino que era una sociedad con suficiente grado de desarrollo, monumentalidad y riqueza”. Para López, el hallazgo es un punto de partida muy importante para seguir avanzando en el conocimiento de la cultura castreña.

Fuente: elpais.com | 10 de diciembre de 2018