¿Qué comía el primer europeo? Analizando el sarro de los dientes

Mandíbula ATE9-1, obtenida en el yacimiento de la Sima del Elefante (sierra de Atapuerca). Fotografía del autor

La revista Springer Nature acaba de publicar un artículo sobre el análisis de los cálculos dentales obtenidos de los dientes de la mandíbula ATE9-1 del yacimiento de la Sima del Elefante de la sierra de Atapuerca. Recordemos que esta mandíbula fue obtenida en 2007. Su cronología, estimada por el método de los núclidos cosmogénicos en 1.200.000 años, la convertía en el fósil humano más antiguo de Europa. Su descripción y primera interpretación se publicó en la revista Nature y fue portada del número correspondiente. El nuevo trabajo sobre ATE9-1 ha sido liderado por la investigadora Karen Hardy (ICREA, Universidad Autónoma de Barcelona).

El estudio del contenido de los cálculos dentales (popularmente conocido por “sarro”) es una línea de investigación relativamente reciente. La falta de higiene dental en el pasado posibilitaba la acumulación de sales de calcio y fósforo sobre la superficie de los dientes debido a la acción de las bacterias que tenemos en la boca y que viven en ella gracias al entorno favorable que se forma después de cada comidas. Una limpieza exhaustiva de la boca evita la formación de sarro; pero la higiene bucal sistemática es una costumbre muy reciente. Si no se produce esa limpieza poco a poco se forma la “placa bacteriana”. Poco a poco se endurece y solo es posible eliminarla con la limpieza mediante los equipamientos que utilizan los odontólogos. En el pasado esto no era posible y los dientes podían incluso quedar totalmente cubiertos por el sarro.

Cuando se analiza el contenido de los cálculos dentales puede obtenerse información sobre la dieta de los individuos afectados. Algunos componentes específicos de la dieta quedan atrapados en la placa. La identificación no es sencilla, porque esos componentes son microscópicos. Para obtener resultados basta con una muestra de unos pocos miligramos. En nuestro caso se analizaron dos muestras de 0,5 y 0,8 microgramos. Las muestras se someten a un proceso químico complejo de espectrometría y cromatografía antes de la recuperación de los elementos identificables, que apenas miden unas cuantas micras de diámetro.

En el caso de la mandíbula ATE9-1 se tomaron muestras de un premolar. Tras el análisis se obtuvieron evidencias del consumo de ciertas gramíneas, polen de coníferas, carne e insectos. No resulta sorprendente que la dieta de aquellos humanos fuera omnívora, porque desde siempre hemos comido de todo, con mayor proporción de productos vegetales y animales en función de diferentes factores. En nuestras primeras etapas evolutivas, cuando África estaba totalmente cubierta por bosques, la dieta debió de ser fundamentalmente vegetariana. En la Europa de las glaciaciones la carne era casi el único alimento disponible durante el invierno. En cualquier caso, siempre nos hemos adaptado a vivir en todos los ambientes y a comer de casi todo. La poca especialización en la dieta ha sido uno de los factores de nuestro éxito evolutivo.

Los restos de alimentos encontrados en ATE9-1 sugieren un ambiente de bosque húmedo y grandes praderas. Hace 1,2 millones de años el clima de la meseta era más cálido que en la actualidad y la vegetación más exuberante. Las evidencias demuestran que esos alimentos no fueron procesados con fuego. Este resultado era esperable, porque hasta el momento no se ha encontrado ninguna evidencia del uso sistemático de hogueras en ninguno de los yacimientos del Pleistoceno de la sierra de Atapuerca. El control de fuego se socializó en Europa hace unos 400.000 años, de acuerdo con los datos obtenidos en ciertos yacimientos del Pleistoceno Medio. Los homininos de la península Ibérica no tuvieron conocimientos de este gran adelanto cultural hasta finales final de ese período, hace unos 150.000 años.

Microfósiles obtenidos en la placa bacteriana de un premolar de la mandíbula ATE9-1. Imagen publicada por la revista Springer Nature.

Finalmente, entre los restos del sarro de ATE9-1 hay fragmentos microscópicos de madera. Desde hace más de un millón de años los humanos hemos utilizado palillos de materiales desconocidos para extraer los alimentos que quedan atrapados en los espacios interdentales. Un desgaste de aspecto muy particular aparece en la dentina de los dientes de los individuos con dientes más gastados, con reabsorción del hueso alveolar. Estos verdaderos “surcos” de desgaste se encuentran en los homininos de todo el Pleistoceno, incluidos los neandertales, así como en las poblaciones más recientes de épocas históricas. La mandíbula ATE9-1 tiene dientes muy gastados, reabsorción muy evidente del hueso alveolar y la huella evidentes de un quiste en la zona de los incisivos. Un surco de desgaste en el premolar demuestra que el individuo al que perteneció esta mandíbula usaba palillos de dientes para retirar los restos de alimentos que se alojaban entre los dientes. Si la interpretación de Karen Hardy es correcta, ahora podemos especular con la idea de que esos “palillos” eran de algún tipo de madera, como lo que usamos en la actualidad. No hemos cambiado tanto.

Fuente: quo.es | 20 de diciembre de 2016

El gen que conquistó el frío

Los inuit resisten el frío polar gracias a un gen de un homínido extinguido hace unos 40.000 años. Según una investigación que publica la revista 'Molecular Biology and Evolution', los antepasados de los esquimales de Norteamérica y Groenlandia heredaron del hombre de Denisova un gen que propicia la producción de calor por la oxidación de un tipo de grasa, lo que les ha permitido vivir en entornos gélidos.

Los denisovanos se definieron en 2010 como una nueva especie humana a partir del ADN de una falange (derecha) recuperada en los montes Altái (Siberia), que no casaba ni con el nuestro ni con el de los neandertales. La genética ha revelado desde entonces que los humanos modernos -los Homo sapiens, nosotros- no somos una 'especie pura', sino el fruto de cruces con otros homínidos según íbamos conquistando el mundo.

Por eso todos los humanos no africanos tenemos entre un 2% y un 4% de herencia neandertal, consecuencia de encuentros sexuales con esa especie en Oriente Próximo u Oriente Medio hace unos 100.000 años, y los melanesios y australianos portan entre el 1,9% y el 3,4% de genoma denisovano debido a otra hibridación posterior en Asia. Además, en julio pasado, investigadores españoles descubrieron en el genoma de pigmeos actuales de las islas Andamán, en el océano Índico, fragmentos de ADN de otro homínido que vivió en el sureste asiático y también se cruzó con nuestros antepasados.

«La mayoría de los genes de esos homínidos extintos son neutrales o perjudiciales. Nosotros buscamos los pocos que hay beneficiosos», explica Fernando Racimo (izquierda), investigador del Centro del Genoma de Nueva York y autor principal del trabajo sobre los inuit. Al comparar el genoma de 200 esquimales de Groenlandia con los de mil humanos actuales, humanos antiguos, neandertales y denisovanos, su equipo descubrió en los inuit una variante del gen TBX15 similar a la del hombre de Denisova.

«La secuencia de ADN inuit en esa región casa muy bien con el genoma denisovano y se diferencia claramente de las de otros humanos actuales, aunque no podemos descartar la posibilidad de que proceda de otros homínidos arcaicos cuyo genoma desconozcamos. Ese gen ayudó a los inuit a adaptarse al frío ártico como otro gen denisovano, EPAS1, ayudó a los tibetanos a sobrevivir a las condiciones de hipoxia -falta de oxígeno- a gran altitud», dice el científico.

En opinión de Racimo, la hibridación entre nuestros antepasados y los denisovanos sería un buen indicador de que, al igual que los neandertales, esos homínidos asiáticos no eran tan diferentes de nosotros. «De la morfología de los denisovanos sabemos muy poco, por los pocos fósiles encontrados, pero de los neandertales sabemos que no eran tan primitivos, que tenían mayor capacidad craneal que nosotros y que eran diferentes, pero no tanto», concluye el genetista argentino.


Fuente: diariosur.es | 21 de diciembre de 2016

711 LA VERDADERA DIMENSIÓN DE LA INVASIÓN MUSULMANA

Quiero presentarles a Vds honorable público de REHA una obra cumbre sobre el acontecimiento de mayor trascendencia histórica que sufrió nuestro país a lo largo de todos los tiempos.


María Isabel Pérez de Tudela Velasco analiza de forma memorable desde el punto de vista político militar la abrumadora superioridad de los ejércitos musulmanes tras el desastre del Guadalete y la rebelión espontánea y popular en el norte hispano frente a un Imperio musulmán en constante expansión y dotado de una mística religiosa y guerrera sin parangón. Un poder que había derrotado a imperios de la envergadura del Romano Oriental (Bizantino), Persa Sassánida o reinos poderosos como el visigodo de Toledo.

Conozca porqué Don Rodrigo se lo jugó todo a una carta, conozca el error de cálculo de la facción witizana, la doblez de los invasores, su política del terror,  Conozca la resistencia popular y espontánea en el norte, sus verdaderos artífices, un rebelde contumaz del ejército godo arropado de forma desesperada por los clanes del norte.

Conozca en definitiva la forja de una nación a sangre y fuego frente a un imperio bárbaro en el sentido mas estricto de la palabra.

La tumba de Alejandro Magno

La localización de la tumba del gran conquistador de la Antigüedad resulta uno de los casos más misteriosos de la arqueología mundial. No tanto por lo que puede haber en su interior, como por el hecho de que durante siglos su ubicación era archiconocida. La visitaron emperadores, reyes, gobernantes y grandes personajes hasta que, mientras se venía abajo el Imperio romano, se le perdió el rastro para siempre. Alejandro cayó enfermo el 2 de junio del 323 a. C. tras un banquete en Babilonia donde había bebió grandes cantidades de vino.

Durante casi dos semanas Alejandro padeció fiebre alta, escalofríos y cansancio generalizado, unido a un fuerte dolor abdominal, náuseas y vómitos. El 13 de junio, cuando le faltaba poco más de un mes para cumplir los 33 años de edad, falleció el dueño de media Asia sin dejar un heredero claro. Durante dos años sus compañeros se empeñaron en construir un mausoleo de oro macizo con la figura en relieve del Magno.

La estructura contaba en sus extremos con columnas jónicas de oro y en sus laterales incluía escenas de la vida del general. En el palio de púrpura bordada se encontraba expuestos el casco, la armadura y las armas del macedonio. Una vez finalizado, el mausoleo fue transportado desde Babilonia hacia Macedonia por 64 mulas que completaron un recorrido de 1.500 kilómetros. Sin embargo, los restos mortales nunca lograron alcanzar su lugar de nacimiento.

La guerra abierta entre los sucesores de Alejandro Magno fragmentó el imperio del macedonio y entregó la parte Egipcia a Ptolomeo, que se declaró a sí mismo Rey de Egipto. Mientras el cortejo fúnebre con los restos de Alejandro se dirigía a Macedonia, Ptolomeo se apropió de ellos y se los llevó a Egipto. En un principio, adaptó una tumba vacía que había sido preparada para enterrar al último faraón nativo de Egipto, Nectanebo II, y trasladó los restos del que fuera su general a una capilla dentro del templo del Serapeo de Saqqara, en la necrópolis de la antigua Menfis. La grandilocuente tumba se encontraba al final de una larga avenida de esfinges.


Así se fundía un hacha en la Edad de Bronce

El artista multidisciplinar José Manuel Díaz Cerpa, conocido como 'Vichero' y especializado en la escultura en bronce, ha logrado fundir en dicha aleación las hojas de un hacha y una espada, mediante hornos de adobe construidos sólo con barro, paja, piedras, madera y sus propias manos, al objeto de investigar y recuperar las primitivas técnicas de fundición con la que habrían sido elaboradas las armas y herramientas durante la Edad del Bronce.


La fundición del bronce no es ningún secreto para el sevillano José Manuel Díaz Cerpa, pues como él mismo explica, ha dedicado aproximadamente "40 años" de su vida a esta actividad. Y precisamente esa pasión por la fundición en bronce es la que ha llevado a este artista autodidacta a promover su propia investigación experimental, acerca de cómo arrancó la fundición del bronce allá en la Edad de los Metales.

Para construir el horno de adobe sólo se precisa barro y paja (Youtube)

Así, en su propia finca de Salteras, José Manuel Díaz Cerpa ha construido hornos de adobe prescindiendo de toda tecnología, tan sólo con "barro, paja, piedras, madera" y sus propias manos, al objeto de poner en práctica sus hipótesis acerca de las primitivas técnicas de fundición en bronce.
La base del horno es de adobe (Youtube)

Gracias a estos hornos, dotados de rejilla, crisol, chimenea e incluso el segundo de ellos con unos fuelles elaborados con "pellejo de cabra" y cosidos con una aguja "de hueso", y mediante fuego logrado a partir de la fricción de fragmentos de caña seca, Díaz Cerpa ha logrado fundir las hojas de un hacha y una espada, como muestra de hecho en los vídeos elaborados por él mismo acerca de los métodos seguidos para conseguir tales armas.

Vista del horno ya preparado para fundir el bronce (Youtube)

Y aunque las fuertes lluvias de las últimas semanas han "maltratado" a los hornos de adobe construidos por este escultor en su finca de Salteras, destruyendo prácticamente el primero de ellos, Díaz Cerpa se ha embarcado en la construcción de un tercer horno de adobe, al objeto de reproducir sin tecnología ninguna el conocido Bronce Carriazo (abajo), una representación en bronce de la diosa fenicia Astarté, datada entre los siglos séptimo y sexto antes de Cristo y legado de la antigua cultura de influencia orientalizante que habría habitado las riberas del Guadalquivir.


Todo ello, además, cuando su primer vídeo acerca de la construcción de su primer horno "prehistórico" y la fundición de la hoja de un hacha roza ya las 600.000 visitas, como reflejo del interés despertado por esta investigación experimental.

El resultado final es un hacha de bronce resistente y afilada (Youtube)

En el Neolítico ya se cocinaba plantas en vasijas de barro

Pintura de arte rupestre que muestra a una figura humana recolectando plantas. Crédito: Misión arqueológica en el Sáhara. Universidad de Roma La Sapienza.

Los humanos del Neolítico en el Sáhara, entonces una sabana, ya procesaban y cocinaban plantas para alimentarse hace 10.200 años y lo hacían en vasijas de barro, según un estudio publicado hoy, lunes 15 de diciembre, por Nature Plant.

El artículo señala que "las técnicas para procesar plantas pudieron haber sido fundamentales" para permitir a los cazadores recolectores al inicio del Holoceno satisfacer sus necesidades dietéticas en el Sahara de Libia.

Foto: Semillas encontradas durante las excavaciones.

Hasta ahora se creía que la alfarería se había inventado en dos momentos diferentes e independientes. La primera en el este de Asia hace unos 16.000 años y la segunda en el norte de África hace 12 000 años.
Aunque existían evidencias de que esos recipientes eran usados para productos de origen animal, como la leche, hasta ahora no se sabía que tuvieran además un uso para procesar o cocinar plantas.

Foto: Fragmento de cerámica. Universidad de Roma. La Sapienza.

Expertos de las universidades británica de Bristol e italianas de Módena, Milán y La Spienza (Roma) analizaron restos de 110 vasijas procedentes de los sitios arqueológicos de Takarkori y Uan Afuda en el Sáhara libio, de los que analizaron los niveles de isótopos de carbono en los residuos grasos. Los análisis demostraron que los humanos usaron esas vasijas para procesar una gran variedad de vegetación, como semillas silvestres, plantas de hoja y acuáticas, que recogían de los lagos cercanos y la sabana.
Foto: Restos de plantas halladas: d) hierba, e) casia, f) fruta, g) hierba, e) grano.

La interpretación de esas huellas químicas viene refrendada por la existencia de múltiples restos de plantas muy bien conservados gracias al ambiente árido del Sáhara. La invención de la cocina fue un paso fundamental en el desarrollo humano y requirió no solo del uso del fuego, sino con el tiempo de la invención de recipientes de barro, que llevaron a la expansión de las técnicas para preparar el alimento.

Sin embargo, hasta ahora no se habían encontrado evidencias de la existencia de técnicas de cocinado de plantas en la prehistoria temprana. La doctora Julie Dunne (izquierda), de la Universidad de Bristol indicó, en un comunicado, que la importancia de las plantas en la dieta prehistórica había sido, hasta ahora, poco reconocida, pero este trabajo la muestra con claridad.

Otro de los autores del artículo, Richard Evershed (derecha), también de Bristol, indicó que el hallazgo "residuos grasos de plantas y cera en esos utensilios prehistóricos proporcionan una visión completamente diferente de como la primera alfarería fue empleada en el Sahara en comparación con otras regiones".


Fuentes: elcomercio.com | bbc.com | 19 de diciembre de 2016