Madrid Árabe مدريد



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Te invitamos a un viaje en el tiempo para descubrir el Madrid más mágico, misterioso y musulmán. Madrid es la única capital europea fundada por los árabes en el siglo IX. Su emplazamiento, el diseño urbano e incluso el origen de la Virgen de la Almudena son parte del legado del Madrid árabe, que durante 200 años fue una ciudad fortaleza clave en la defensa de Al Andalus. Bienvenidos a Mayrit. -
El punto de inicio es el Museo de San Isidro de Madrid, en especial la sala dedicada a la arqueología islámica de la ciudad, con una introducción a la historia árabe/andalusí de la ciudad.
A la salida, la ruta continúa a pie por los distintos puntos del barrio de La Morería (actual Latina) para explicar las calles, las plazas y los vestigios de esta zona, que fue el arrabal mudéjar de la ciudad. Este recorrido no se ofrece en otras rutas similares cuando La Latina contiene un pasado islámico muy interesante por la presencia morisca que hubo en este lugar tras la conquista cristiana de Mayrit.
Así, las paradas serían en la Plaza Puerta de Moros (donde se ubicó el cementerio islámico), la calle y plaza de la Morería, la Plaza del Alamillo (donde se situaba el antiguo Tribunal de Justicia de la comunidad musulmana), los restos de la muralla cristiana que incorporó el arrabal mudéjar a la ciudad, el viaje del agua de la Plaza de los Carros y la plaza de la Paja (que acogió el zoco mayor). El último punto visitable en La Morería sería la iglesia de San Pedro el Viejo con su bella torre mudéjar.
Tras ello, se cruza a la calle Segovia, por donde discurría el arroyo de San Pedro que separaba el primer recinto amurallado del arrabal mozárabe, más tarde mudéjar. En esta zona también se situaban los baños árabes públicos de la ciudad, aprovechando el cauce del arroyo.
Después, se continúa hacia la muralla de la Cuesta de la Vega, parando antes en aquellos tramos situados en restaurantes y viviendas que contienen pequeños lienzos de la muralla emiral. Una vez en la Cuesta de la Vega, se explica también la historia de las tres puertas que daban acceso a Mayrit y pasaremos por los tres lugares donde el Ayuntamiento ha colocado placas que recuerdan la situación de los tres accesos. Más tarde, se cruza a la zona donde se levantó la mezquita aljama frente a la actual Capitanía General y se camina hasta la Casa y Torre de Lujanes.
La ruta vuelve sus pasos hasta la Iglesia de San Nicolás para contemplar no solo su exterior sino también el interior del templo, que conserva el artesonado mudéjar más bello de la región, el arco califal más grande de España así como otros elementos mudéjares. Acto seguido, se camina a la Plaza de Ramales donde se ubican los únicos silos islámicos visibles.
Desde allí tiempo se desciende a los tres estacionamientos que exhiben vestigios de la época musulmana. En este caso el de Ramales, con copias de cerámicas recogidas en ese mismo lugar, y el de Plaza de Oriente con vitrinas de dibujos y utensilios recogidos en excavaciones en el lugar. Cierra la ruta la atalaya islámica que se encuentra en el mismo parking.
Concluye la visita en la misma Plaza de Oriente donde tras haber finalizar las explicaciones del pasado árabe de la ciudad, comento brevemente cual es la situación de la comunidad musulmana que actualmente reside en Madrid (mezquitas, procedencia de los musulmanes, asociaciones, etc) para trazar un breve panorama de esta comunidad en nuestra ciudad.

pd. A lo largo del recorrido se irán narrando todas las leyendas de Mayrit (Virgen de la Almudena, San Isidro, los ‘gatos madrileños’) así como el legado islámico en la ciudad (nombre, emplazamiento,..etc)


SAN ISIDRO ERA MORO





Mayrit o Magerit | El origen musulmán de san Isidro

Madrid carecía de población autóctona antes de la invasión de Mohamed I, Una cátedra de Historia Medieval de la Universidad Complutense trabaja desde hace algunos meses sobre la hipótesis según la cual, san Isidro, el patrón de Madrid, podría ser, hasta su conversión, musulmán. La teoría, contemplada por Cristina Segura, titular de Historia Medieval, parte de una evidencia histórica: el enclave sobre el que se irguió Madrid antes de su fortificación por Mohamed I, en la segunda mitad del siglo IX, carecía de población autóctona preexistente. No hay testimonio alguno de asentamientos anteriores desde la edad del bronce.
Los testimonios materiales sobre el patrón madrileño son sólo un códice de fines del siglo XIII; la arqueta de su sepultura, hoy en el testero de la girola de la catedral de la Almudena y su propio cuerpo -murió en torno al año de 1172- del que la tradición dice que fue hallado incorrupto 40 años después de su muerte, tras la que fue inhumado en el cementerio de San Andrés, junto a la hoy parroquia del mismo nombre. Tras ser enterrado entre 1535 y 1555 en la Capilla del Obispo y regresar a su entierro de San Andrés, su cuerpo se conserva hoy en una urna de plata, regalo de la reina Mariana de Neoburgo, esposa de Carlos II, en el altar mayor de la colegiata de San Isidro en la calle de Toledo. “El sarcófago fue abierto por última vez en 1982”, informa José Sánchez, sacristán de la colegiata.

Los otros testimonios, orales y documentales sobre vida y milagros de Isidro, fueron elaborados a partir de 1212, fecha de la batalla de las Navas de Tolosa. Por primera vez hay noticia allí de una presencia del concejo madrileño, mediante un destacamento que combate junto a las huestes cristianas, bajo estandarte heráldico propio, osa incluida, contra las tropas islámicas.
Prosiguen hasta 400 testimonios de milagros entre finales del siglo XIII y mediados del siglo XVI, para culminar a principios del siglo siguiente -en torno a la expulsión de los moriscos- en que en marzo de 1622, el papa Gregorio XV canoniza a san Isidro, si bien no se oficializa hasta su firma en 1724 por Benedicto XIII.
El nacimiento de Isidro, según las más antiguas crónicas, hagiografías religiosas y posteriores recreaciones que abarcan hasta el siglo XVIII, data de 1082, poco antes de que el rey Alfonso VI recobrara en 1086 la plaza madrileña junto con la de Toledo, en poder del islam desde tres siglos antes. Por consiguiente, si Isidro era lugareño de Madrid, sus progenitores descendían o de las huestes o de los colonos que vinieron al centro de Castilla con los musulmanes.
Otra hipótesis que se baraja desde la cátedra que regenta la historiadora Segura es etimológica: “El nombre propio del patrón derivaría del árabe Driss e Isidro sería su castellanización”.
La vida del labrador, narrada por el cronista Juan Gil de Zamora un siglo después de la muerte de Isidro en el llamado Códice de Juan Diácono, se ve vinculada al arte del agua, milagros incluidos. Su iconografía le coloca siempre una aguijada en la mano, vara instrumental para la fontanería. La tradición cristiana señala que Illán, hijo de Isidro y de María, llamada luego de la Cabeza, lugareña de Uceda y vecina de Torrelaguna, cayó a un pozo muy profundo mientras él faenaba en el campo. Tras rezar devotamente junto a su mujer, el agua del pozo afluyó copiosamente por el brocal e Illán reapareció sobre las aguas, sano y salvo. Este pozo, dice la tradición, es el que se conserva en el Museo de los Orígenes, en la plaza de San Andrés, con 27 metros de profundidad, tres de ellos de agua.
El arca donde estuvieron sus restos presenta en su facies anterior una gran noria de cangilones, emblema de la hidráulica árabe. Tanto la representación de Isidro como la de su esposa, María, se muestran siempre velados con tocados similares a kefias, bajo arcadas mudéjares.
Para Segura, “la importancia en Madrid de la comunidad mudéjar -la subsistente a la conquista por Alfonso VI- fue muy grande y contaba con representantes propios, llamados alamines”. Así, “de ello derivaría el nombre de la plaza del Alamillo, no de una especie vegetal, sino de la sede del alguacil mudéjar madrileño”. Otro aspecto que contemplan los historiadores es la actitud invariante de la iglesia de Roma por integrar factores creenciales de religiones preexistentes en su propio discurso. Así, al igual que la Virgen de la Almudena tiene un nombre de origen árabe -como la de Fátima- la veneración por Isidro, convenientemente integrada, podría proceder de otra confesión. La santidad es una hierofanía, manifestación de lo sagrado y no monopolio de ninguna religión, según el gran pensador de las religiones, Mircea Eliade.
Se sabe que Madrid era un producto medieval. ¿Qué supone tal afirmación? Entre los siglos IV y VII después de Cristo resulta palpable la decadencia de la población en el territorio madrileño, hasta la práctica desaparición de todo núcleo que pudiera ser considerado urbano, incluso dentro de las coordenadas de la época. Ni tan siquiera Complutum conservó tal naturaleza, pues a la altura del siglo VII era poco más que un despoblado. Esta situación de decadencia no vino motivada por el hecho musulman. Se trata de un lento pero persistente proceso que enraíza con la crisis del Bajo Imperio Romano y que alcanza su cenit al final de la época visigoda. Si Toledo conservó a lo largo de estos siglos su personalidad, incrementada incluso por la radicación en ella de la capitalidad del reino visigodo después de la desaparición del reino de Tolosa, confirmada en el IV Concilio de Toledo del 633 cuando Sisenando ocupó el trono después de destronar a Suintila; no sucedió lo mismo con los núcleos existentes en el territorio madrileño. Una vez consolidada la presencia musulmana en la Península, la región central se convirtió en una especie de tierra de nadie. Un auténtico vacío demográfico que sólo empezó a cobrar valor, por razones de tipo estratégico, conforme se acentuó la presión militar de los reinos cristianos del Norte. De esta manera, el territorio madrileño adquirió una creciente importancia en función de la defensa de Toledo, hasta llegar a ser la posición defensiva más avanzada de la comarca septentrional y fronteriza de la Marca media, cuya capital era Toledo.
En este contexto de clara impronta militar, Talamanca se configuró como la fortaleza vigilante del camino que unía el murallón defensivo de la Sierra con Toledo. A partir de la segunda mitad del siglo IX una colina situada en la margen izquierda del río Manzanares, enlace natural entre la Vía Lata y Toledo, comenzó a adquirir un destacado interés estratégico, hasta el punto de que, en una indeterminada fecha sujeta al debate historiográfico pero que podemos establecer entre el 860 y 880, allí se construyó una fortaleza. La ciudad de Madrid salía a la palestra de la Historia bajo la forma de un pequeño núcleo amurallado, de corte militar, denominado Mayrit. En efecto, Mayrit nació como un ribat; es decir, una comunidad a la vez religiosa y militar, donde pequeños grupos de musulmanes se preparaban para la yihad (esfuerzo) Clásica de las zonas fronterizas, vendría a ser la contrapartida musulmana del ideal guerrero-cristiano de los reinos del Norte, sobre el que se forjó la ideología de la mal llamada Reconquista y que posteriormente cristalizó en la formación de las órdenes religiosas y sus establecimientos.
Ese ribat llamado Mayrit pronto se convirtió en el principal enclave musulmán del territorio, disputando la primacía a Talamanca, incluso en el siglo X llegó a contar en algunas ocasiones con gobernador propio. En el emplazamiento que ocupa actualmente el Palacio Real se erigió en época del emir Muhammad I (852-886) una fortaleza con su torre y el recinto amurallado contiguo, ampliado y reformado en el siglo X, con murallas de hasta 6 metros de espesor, a saber que se defendian. Separado por un barranco -hoy en día la calle Segovia- se extendió el arrabal por las cercanías de la Cava Baja. En el cruce de las calles de Bailén y Mayor estaba radicada la Mezquita Mayor.
Ribat de Madrid (Al-Madridi) Dibujo de J. Cornelius Vermeyen del viejo Alcázar. La imagen corresponde, aproximadamente, al año 1534, antes de la ampliación emprendida por Carlos I en 1537, la primera de envergadura realizada en el edificio. Es probable que éste fuera el aspecto que presentaba el castillo musulmán, cuya estructura y muros sirvieron de base al palacio real promovido por el emperador.
El desaparecido Real Alcázar de Madrid estuvo situado en el solar donde actualmente se erige el Palacio Real, en la ciudad española de Madrid. Construido como fortaleza musulmana en el siglo IX, el edificio fue ampliándose y mejorándose con el paso de los siglos, hasta convertirse en palacio real. Pese a ello, siguió conservando su primitiva denominación de alcázar.
La primera ampliación de importancia acometida en el edificio se efectuó en el año 1537, por encargo del emperador Carlos I, pero su aspecto exterior final corresponde a las obras realizadas en 1636 por el arquitecto Juan Gómez de Mora, impulsadas por el rey Felipe IV.
Fue residencia de la Familia Real española y sede de la Corte desde la dinastía de los Trastámara hasta su destrucción en un incendio en la Nochebuena de 1734, en tiempos de Felipe V.
Orígenes
Existe una amplia documentación sobre la planta y el aspecto exterior que tuvo el edificio entre el siglo XVI y 1734, cuando desapareció en un incendio: numerosos textos, grabados, planos, maquetas y pinturas. Sin embargo, las imágenes de su interior son muy escasas y las referencias sobre su origen tampoco son abundantes.
El primer dibujo que se tiene del Alcázar fue realizado por J. Cornelius Vermeyen hacia el año 1534, tres decenios antes de la designación de Madrid como capital de España (véase la imagen 2).[1] En él se muestra un castillo articulado en dos cuerpos principales, que tal vez pueda corresponderse, al menos parcialmente, con la estructura de la fortaleza musulmana sobre la que se asienta.
Esta primitiva fortificación fue levantada por el emir cordobés Muhamad I (852-886), en una fecha indeterminada comprendida entre los años 860 y 880. Era el núcleo central de la ciudadela islámica de Mayrit, un recinto amurallado de aproximadamente cuatro hectáreas, integrado, además de por el castillo, por una mezquita y por la casa del gobernador o emir.
Su enclave, en un terreno escarpado, coincidente con el emplazamiento del actual Palacio Real, reunía un gran valor estratégico, dado que permitía la vigilancia del camino fluvial del Manzanares. Éste resultaba clave en la defensa de Toledo, ante las frecuentes incursiones de los reinos cristianos en tierras de Al-Ándalus.
Es probable que el castillo fuera fruto de la evolución, en ese mismo lugar, de diferentes construcciones militares anteriores: primeramente, una atalaya de observación y, con posterioridad, quizá un pequeño fortín.
El viejo castillo fue objeto de diferentes ampliaciones con el paso del tiempo, quedando la estructura original integrada dentro de los añadidos. Así puede observarse en algunos grabados y pinturas del siglo XVII, en los que aparecen, en la fachada occidental (la que da al río Manzanares), cubos semicirculares que desentonan con el diseño general del edificio (véase la imagen 1). Cabe pensar que esa fachada pertenecía originalmente al castillo musulmán y que se incorporó al alcázar, al utilizar la fortaleza inicial como base del nuevo edificio.
Carvajal: Este contenido militar actúa de elemento definitorio por excelencia. Así el territorio madrileño se jerarquiza en función de tres núcleos principales, Mayrit, Talamanca y Qal’-at’-Abd-Al-Salam (Alcalá de Henares), los dos últimos de similar estructura a la que hemos apuntado para el caso de Mayrit. Todos ellos están situados estratégicamente en las tres vías fluviales más importantes de la región que, además, coinciden con las principales vías de comunicación: Talamanca en el Jarama, Mayrit en el Manzanares y Alcalá en el Henares. Servían tanto de instrumentos de defensa como de garantía para la utilización de estos caminos. Talamanca era la primera plaza defensiva más acá del Sistema Central. Alcalá era un bastión fundamental en el trayecto Toledo-Medinaceli y Mayrit se constituía en el más importante resguardo defensivo de Toledo. Conforme se incrementó la presión conquistadora de los cristianos, el enclave militar madrileño adquirió una mayor relevancia en todo el sistema defensivo de la Marca Central musulmana. Tengamos en cuenta que si en un primer momento, siglo VIII, fue el camino del Henares el más transitado por los musulmanes como salida natural hacia Zaragoza y el que contempló las primeras correrías cristianas; a partir del siglo IX, el mayor empuje del reino asturleonés le posibilita, dada su pujanza repobladora, contar con sólidas bases de sustentación en la Meseta Norte, hizo de Talamanca la plaza fuerte más importante de la zona, tomada circunstancialmente por Ordoño I en el 861. Los musulmanes comprendieron que el peligro provenía frontalmente del Norte, a pesar del murallón natural de la Sierra. Con la incursión en el 881 de Alfonso III, que llegó a las inmediaciones de Toledo, la primacía defensiva de Mayrit se hizo más patente todavía, desplazando definitivamente a Talamanca, con ello la alcazaba madrileña se convirtió en el asentamiento humano más significativo del territorio.
Acompañaban a estos tres núcleos de población, varias pequeñas fortalezas y asentamientos rurales como Qal’-at-Jalifa (Villaviciosa de Odón), Rivas de Jarama (Rivas-Vaciamadrid), Sal Galindo, junto al Tajuña, en el actual término de Chinchón, la Marañosa (en San Martín de la Vega), Malsobaco (en Paracuellos del Jarama) y Cernera (en Mejorada del Campo). Completaba el entramado humano madrileño un hábitat disperso de alquerías y granjas por todo el territorio, y, finalmente, un conjunto de torres atalaya dispuesto en cuatro hileras, situadas en lugares estratégicos con la misión de alertar de posibles incursiones cristianas. Una primera hilera estaba situada a lo largo del río Jarama, en sitios como el Berrueco, el Vellón, el Molar y Alcobendas. La segunda trama vigilaba los pasos de la Sierra con Madrid, bordeando la vieja calzada romana, en lugares como Torrelodones, Hoyo del Manzanares… La tercera hilera situada a lo largo del cauce del Manzanares cubriría el camino de Mayrit a Toledo, con torres en Torrejón de la Calzada, Torrejón de Velasco, Cubas y Valdemoro. Por fin, el cuarto tramo emplazado en el oeste y Suroeste de la actual provincia, surcaba la ruta próxima del río Guadarrama, con Alamín y Almenares entre otros. Así quedó estructurado el territorio madrileño durante los siglos IX y X, cada vez más sujeto a la presión leonesa cuyas avanzadillas asolaban con frecuencia la región. Ramiro II en el 939 tomó la alcazaba madrileña, abandonándola de forma inmediata; igual suerte corrió Mayrit en 1047, cuando fue tomada por Fernando I. Estas incursiones aventuraban la definitiva caída de Madrid en manos cristianas (Final del escrito de Carvajal)

El Museo del Prado celebra el tercer centenario del nacimiento de Carlos III

Proclamación de Carlos III en Madrid. Tomás Francisco Prieto. Acuñación. Plata. 37,5 x 3,5 mm. 1759. Madrid, Museo Nacional del Prado.

Con una instalación especial protagonizada por Carlos III, cazador, obra de Goya recientemente restaurada

“Carlos III, cazador de Francisco de Goya. Relaciones y divergencias” es el título de la instalación especial, en la sala 37 del edificio Villanueva, que el Museo del Prado dedica al monarca en el III centenario de su nacimiento y con la que pretende rendir homenaje también a la Fundación Iberdrola España como benefactora de su programa de Restauraciones.

La reciente restauración del Retrato de Carlos III, cazador de Goya, actuación enmarcada en el programa de Restauraciones del Museo que patrocina la Fundación Iberdrola España, revela una pintura de calidad extraordinaria cuya técnica transmite poderosamente la personalidad del retratado y evidencia que fue pintado del natural desvirtuando así la idea, vigente hasta ahora, de que siguió el modelo acuñado por Antón Rafael Mengs en su retrato de hacia 1765. La posibilidad de establecer una comparación entre ambos originales se hace accesible al público por primera vez en esta instalación.

La figura del Carlos III se une aquí a cuatro medallas que revelan su efigie dinástica, desde el período italiano hasta el reinado español, y a un grupo de siete pinturas y dos estampas que le muestran desde su infancia hasta el retrato de Mengs y la interpretación final de Goya.

Madrid, 19 de diciembre de 2016.- Aunque el Museo del Prado ha participado de las exposiciones celebradas en Madrid con motivo del III centenario del nacimiento de Carlos III con el préstamo de un grupo numeroso de sus obras más significativas, también ha querido homenajear al monarca ilustrado, cuya figura fue esencial para las artes, desde el interior del edificio que él mismo ordenó construir.
Carlos III, cazador. Francisco de Goya. Óleo sobre lienzo. 207 x 126 cm. Hacia 1786. Madrid, Museo Nacional del Prado.

Para ello se ha organizado una instalación sintética y relevante protagonizada por Carlos III, cazador de Francisco de Goya. Una obra que ha sido restaurada recientemente con el apoyo de la Fundación Iberdrola España y que se presenta por primera vez al público en todo su esplendor. Esta pintura no ha tenido la consideración y valoración de otras obras del artista, ya que fue considerada copia y obra menor desde su llegada al Museo en 1847, aunque sí se catalogó como de la mano del pintor desde 1900.

Sin embargo, la limpieza de sus barnices oxidados ha revelado una pintura en perfecto estado de conservación y de una calidad realmente excepcional. Su técnica evidencia un retrato pintado ante el modelo por la precisión, variedad y riqueza de las pinceladas, los matices de color y las exquisitas transparencias que transmiten poderosamente la personalidad del rey. Además, su procedencia directa de la colección real apoya que fuera éste uno de los primeros retratos del monarca pintados por Goya. Así, técnica y procedencia desvirtúan ahora la idea establecida desde antiguo y recogida hasta en la bibliografía más reciente de que Goya no lo hizo del natural y de que siguió el modelo acuñado por Antón Rafael Mengs en su excepcional retrato de hacia 1765, como podrá constatarse en esta muestra.
Carlos III, niño. Jean Ranc. Óleo sobre lienzo. 145,5 x 116,5 cm. Hacia 1724. Madrid, Museo Nacional del Prado.

La figura del rey se une en esta instalación a varias medallas que revelan la elaboración de su efigie dinástica, desde el período italiano hasta el reinado español, y a un grupo de pinturas y estampas que le muestran desde el prometedor heredero que era ya desde su infancia hasta la creación del retrato oficial por Mengs o la interpretación final de Goya.

Este último, con su visión del rey como cazador, hace entroncar al monarca con sus antecesores de la casa de Austria, especialmente con los retratos de Felipe IV, del infante don Fernando y del príncipe Baltasar Carlos como cazadores de Velázquez. Sin embargo, la transformación que Goya impone a la imagen regia es portentosa por su nuevo y penetrante naturalismo, por la cercanía al espectador/súbdito y por la inclusión de su figura en un paisaje áspero que no deja resquicio al convencionalismo del agradable bosque de verde vegetación y poblado de ciervos de retratos de artistas anteriores, incluido Mengs. En Goya, el amplio paisaje visto desde arriba, abrupto, seco, recorrido por un breve riachuelo en cascada y cerrado al fondo por altas montañas, abren el camino a una nueva interpretación de la realeza poco antes del estallido, en 1789, de la Revolución Francesa.

Carlos III

Carlos III reinó en España desde 1759, tras la muerte prematura y sin descendencia de sus hermanos mayores, Luis I y Fernando VI, hijos de María Luisa Gabriela de Saboya, primera esposa de Felipe V. La ambición política de su madre y las alianzas con Francia de Felipe V situaron a Carlos como duque de Parma (1731-1735) y después, como rey de Nápoles y Sicilia (1734-1759). Los treinta años del reinado de Carlos III en España fueron provechosos por la inteligencia del monarca, que estimuló políticas ilustradas y se rodeó de ministros modernos en todos los campos. Fomentó el comercio y la industria, pero alentó asimismo las artes y, por él, llegaron a España artista como Giambattista Tiépolo y, sobre todo, Anton Raphael Mengs, determinantes en el panorama artístico español. Con Carlos III se fomentó, además, la presencia de los artistas españoles en los proyectos decorativos de sus palacios, entre los que Francisco de Goya fue, sin duda, el genio incuestionable.

Carlos III. Antón Rafael Mengs. Óleo sobre lienzo. 151, 1 x 109 cm. Hacia 1765. Madrid, Museo Nacional del Prado.

Los héroes también mueren, y generalmente de mala manera

Aquiles agoniza con la flecha en el talón

Carlos García Gual repasa en su nuevo libro el final de 25 famosos personajes de los mitos griegos. “No abunda la bella muerte”, subraya el escritor, crítico y traductor

Por Jacinto Antón

La última aventura del héroe es su muerte, y a menudo no resulta acorde con su vida. Grandes héroes clásicos han tenido muertes malas, miserables, infames, extrañas y hasta risibles. Al aventurero Jasón, el líder de los Argonautas que consiguieron el Vellocino de Oro, lo mató su propio barco, el viejo Argo, cuando un día que el héroe descansaba a la sombra del navío varado y carcomido le cayó en la cabeza el mástil, que ya es muerte tonta cuando has lidiado con una serpiente monstruosa y con los guerreros spartoi nacidos de los dientes del dragón de Ares.

A Perseo, vencedor de la gorgona Medusa, una fuente le atribuye haber muerto de una forma aún más absurda: enfurecido con su suegro Cefeo, extrajo la cabeza del monstruo y la alzó para que la mirada petrificara al padre de Andrómeda, olvidando que este era ciego; sorprendido porque la cabeza no produjera el acostumbrado efecto, la volvió para observar porqué fallaba y se convirtió en piedra él mismo.

Son algunas de las historias sorprendentes que cuenta Carlos García Gual (Palma, 1943) en su último libro, La muerte de los héroes, un breve —un centenar y medio de páginas— pero absolutamente apasionante compendio de mitos griegos en torno al final de 25 personajes clásicos que el escritor, crítico, traductor y catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense acaba de publicar en Turner. El libro se divide en tres apartados: en el primero se recogen las muertes de héroes míticos (Edipo, Heracles, Teseo, Belerofonte...), en el segundo las de héroes homéricos (Agamenón, Aquiles, Ulises, los dos Áyax...) y en un tercero se añaden las muertes de tres heroínas trágicas: Clitemnestra, Casandra y Antígona.

“Me ha quedado más tristón que el libro de las sirenas, ¿verdad?”, reflexiona García Gual. “Estos héroes son viejos amigos en sus últimos momentos, cuando cae el telón. En los mitos y leyendas a menudo la muerte queda aparte y no se cuenta, solo salen las hazañas. Yo he espigado textos y autores, acá y allá, en busca de datos literarios sobre esas muertes de héroes, muchas veces poco conocidas. En algún caso, la muerte se cuenta en fuentes primeras, como la de Edipo en Edipo en Colono. En otros he usado fuentes muy secundarias o tardías”.

ASÍ ACABARON...
Las muertes de los héroes griegos son muy variadas y algunas pintorescas. Esta es una sucinta lista de algunas de ellas:

Orfeo: Descuartizado por las bacantes. Su cabeza siguió cantando.

Alcmeón: Asesinado por su suegro y sus cuñados.

Teseo: Empujado a un barranco. Según otras fuentes, tropezó.

Belerofonte: Derribado del caballo (volador).

Áyax Telamón: Suicidado con su propia espada.

Áyax el Menor: Ahogado en el mar.

Ulises: Atravesado por la lanza marina (con punta de espina de raya) del hijo que tuvo con Circe y al que no conocía.

Aquiles: Muerto por las flechas de Paris (o del mismísimo Apolo).

Paris: Asaeteado por Filoctetes; quien a flecha mata...

Asclepio: Fulminado por un rayo de Zeus por resucitar a un muerto.

Menelao: Uno de los pocos que murió en la cama (otro es Néstor, rey de Pilos). Desde luego no lo mató Eric Bana (Héctor) como en el filme Troya.

“Lo interesante del héroe”, medita el autor, “es su fragilidad, que no sea de una pieza. El héroe al final se rompe. Muere y cae”. García Gual resalta que se dan muy pocas “bellas muertes” entre los héroes griegos y apunta que en el momento final se destaca más el páthos, el sufrimiento, que el kléos, la gloria.

Hay muchas muertes malas, en cambio. “Sí, quizá la peor la de Heracles, Hércules, que se lanza a una pira atormentado por la túnica envenenada que le regala, ignorante de lo que provoca, su amada Deyanira. Morir por culpa de quien te ama... qué trágico es eso. O la de Ulises —que no se cuenta en la Odisea—, muerto a manos del hijo que tuvo con Circe, Telégono, que lo mata sin saber que es su padre”. Lo mata con una lanza que tiene por punta una espina de raya. “Con eso cumple la profecía de que la muerte le vendría del mar. Es curioso, ¿no es cierto? He leído que algunos pueblos en Oceanía usan esas espinas o dardos como armas”.

La muerte de Jasón en cambio, apunta el estudioso, resulta irónica, como la de Perseo. La de Agamenón, muerto como una res sacrificial bajo el hacha que esgrime su esposa Clitemnestra también es mala malísima. “Pero estaba justificada, había inmolado a su propia hija Ifigenia para propiciar a Artemisa y que la flota griega pudiera partir contra Troya, y regresaba a casa con una princesa troyana cautiva como amante, Casandra”. ¿No prefigura Clitemnestra, “de ojos de perra”(Homero), a Lady Macbeth en su sangrienta decisión? “Puede ser, pero Lady Macbeth no mata a su marido, lo de Clitemnestra es más grave”.

El escritor tiene una debilidad por la muerte de Héctor. “Es el héroe más moderno y humano de la Ilíada, el más querido por Homero. No lucha por la gloria sino por los suyos y por su patria: es un héroe cívico. Aquiles, en cambio, aunque un pedazo de héroe épico sin duda, es un héroe de corte más primitivo: egoísta, soberbio”. Héctor vence a su miedo para afrontar la muerte segura a manos de Aquiles. “Sí, cumple su deber. Hay algo en ese episodio muy conmovedor, la Ilíada es tanto la tragedia de Héctor como la cólera de Aquiles”. Algunas muertes de héroes clásicos recuerdan aquella frase de Batman en El caballero oscuro: “O mueres como un héroe o vives lo suficiente para verte convertido en villano”.

Ajax se da muerte con su espada, siglos VI-IV antes de Cristo.

¿Hay ecos de los héroes griegos en los de ahora? “Sí, sin duda; pero los héroes actuales, que se refugian en el cómic o en el cine de género, en La guerra de las galaxias, por ejemplo, son como calderilla en comparación. Les veo poca personalidad propia. Los antiguos tenían más carácter individual, Aquiles, Héctor, Ulises. ¡Eso son palabras mayores! Los de ahora me parecen algo aburridos, todos tienen que echar mano de la ambigüedad, la traición, la maldad incluso. ¿Superman? Un birrioso, es más lista su novia”. Por Lobezno ya ni le pregunto.

García Gual sostiene que “los héroes hoy no están en boga” y que vivimos “una época sin grandes héroes”, de “héroes menores”. Puesto a citar un héroe moderno que le guste, tras pensarlo mucho, nombra a Lawrence de Arabia. Reconoce que ha escrito su libro, además de para mostrar “qué variados son los caminos que los conducen al Hades”, para recordar y reivindicar a los viejos héroes. Lo hace “con cierto ardor, con la intensidad de quien visita a antiguos amigos en el momento de la despedida”.


Fuente: El País

Mamuts y rinocerontes lanudos habitaron en el noreste peninsular hace más de 40.000 años

Un estudio paleontológico recientemente publicado en la prestigiosa revista Paleo3 (Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology), liderado por la Universidad de Oviedo, en el que ha participado Ruth Blasco (izquierda), especialista en Tafonomía del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), así como miembros de la Universidad Rovira i Virgili y el IPHES, revela la presencia de mamuts y rinocerontes lanudos en el yacimiento de la Cova de les Teixoneres (Moià, Barcelona), debido a un clima mucho más frío en el noreste peninsular durante el Paleolítico medio.

El análisis de más de 25.000 restos de ungulados procedentes de este yacimiento catalán, datados entre los 45.000 y los 50.000 años de antigüedad, indica una mezcla de animales templados, como el corzo y el asno silvestre, con animales fríos propios del otro lado de los Pirineos, como el mamut y el rinoceronte lanudo, además de otras especies con una gran tolerancia climática, como el ciervo, el caballo, el uro, la cabra, el rebeco y el jabalí.

La variedad de animales de Teixoneres fue consecuencia de la diversidad de ambientes alrededor de la cueva, que combinaba ambientes esteparios y praderas, con áreas boscosas y zonas escarpadas. Según Ruth Blasco, codirectora del yacimiento, “esta diversidad facilitaría sin duda la presencia de un buen elenco de predadores, como son las hienas de las cavernas, las auténticas protagonistas de la cueva, los leones, los osos de las cavernas y también de los grupos de neandertales”.

Cova de les Teixoneres

Barrera biogeográfica
Esta presencia de animales fríos plantea además interesantes cuestiones de tipo biogeográfico y paleoecológico. Queda por esclarecer si estos animales fríos llegaron a la comarca barcelonesa del Moianès empujados por una pulsación climática fría o, por el contrario, formaban parte de una población autóctona, en cuyo caso, sería la más meridional de Europa occidental.

Los Pirineos y la Cordillera Cantábrica actuaron frecuentemente como una barrera biogeográfica que convertía a la Península Ibérica en un refugio para especies más templadas. “Por esta razón, las noticias de la presencia de especies frías como el mamut, el rinoceronte lanudo o el reno en los yacimientos del Paleolítico medio peninsular suelen ser más bien escasas”, afirma Ruth Blasco.
La excavación en la Cova de les Teixoneres se lleva desarrollando desde el 2003 sobre una base de intervenciones sistemáticas, las cuales se enmarcan dentro del proyecto de investigación "Compartiendo el espacio: la interacción entre homínidos y carnívoros en el Noreste Peninsular" cofinanciado por la Generalitat de Cataluña.

Fuente: cenieh.es | 16 de diciembre de 2016

La Universidad de Alicante publica "Cabezo redondo (Villena, Alicante)", obra de divulgación científica que compila veinte años de trabajos arqueológicos

Los arqueólogos de la Universidad de Alicante Mauro S. Hernández Pérez, catedrático de Prehistoria, Gabriel García Atiénzar y Virginia Barciela González son los autores de "Cabezo redondo (Villena, Alicante)".

El libro de alta divulgación científica reúne veinte años de trabajos arqueológicos realizados en este yacimiento de la Edad del Bronce, situado en el término municipal de Villena, y donde se ha descubierto el más importante conjunto de orfebrería de toda la Prehistoria de la Europa occidental.
Esta obra recoge el testigo legado por José María Soler, ilustre historiador de Villena, quien rescató este yacimiento y lo legó para las futuras generaciones.

Una de las novedades del volumen es que por primera vez se ofrece la cronología del Tesoro de Villena. El pueblo se ocupó de 1.600 a 1.200 a.C. (segunda mitad del 2º milenio a.C.). A lo largo de este tiempo acumularon cerca de diez kilos de oro en forma de pulseras y vasijas. Además, se han encontrado abundantes objetos de oro y plata. Entre las primicias, el libro muestra y explica en el capítulo dedicado a los materiales, un conjunto de objetos de oro que son clave (páginas 96 y 97) y que han sido descubiertos en los últimos cinco años.
Tras los inicios en los años cincuenta y principios de los sesenta, en los que José María Soler excavó en el Cabezo Redondo, Mauro Hernández tomó el testigo en el año 1987; en 2005, se incorporaron Gabriel García Atiénzar, profesor, y Virginia Barciela González, colaboradora honorífica, los tres de Prehistoria, con los que ahora comparte firma en este libro.

Tesorillo del Cabezo Redondo

Conjunto del Tesoro de Villena

A través de diferentes capítulos, y con la colaboración de un amplio grupo de investigadores, se analizan diferentes aspectos que van desde la economía hasta la geografía, pasando por el mundo funerario, la arquitectura o la organización social. A lo largo de estas páginas se narra la historia de un grupo humano que alcanzó notables cotas de complejidad social, tal y como se refleja en la organización del poblado, en sus construcciones o en las diferentes concentraciones de objetos exóticos, entre los que cabe destacar los elementos de oro que encuentra en el Tesorillo del Cabezo Redondo y en el Tesoro de Villena su mejor exponente.

Los investigadores han recogido una importante documentación arqueológica; se ha encontrado una enorme cantidad de cerámica de calidad, decorada y sin decorar; artesanía de todo tipo de la Edad del Bronce, en metal y marfil importado. También se han hallado miles de fragmentos de huesos, restos de sus comidas, encontrando animales domésticos, salvajes, aves y peces; trigo, guisantes, habas y, sobretodo, cebada; objetos de hueso únicos, como puntas de flecha o peines; cuentas de collar de pasta vítrea. Y todo esto habiendo excavado, hasta la fecha, una quinta parte del cerro de propiedad de estado español.


Una extensa cantidad de imágenes, entre fotografías de gran calidad como dibujos, ilustraciones, mapas y cartelería enseñan, a lo largo de la monografía, los diferentes aspectos que el libro documenta. El mundo funerario es un ejemplo; los niños son enterrados dentro de vasijas o en fosas, y los adultos en grietas de las laderas o bajo el suelo de las casas. Los investigadores constatan la presencia de enterramientos bajo las casas, apenas mujeres, especifica Mauro Hernández.
Cabezo redondo (Villena, Alicante) es el resultado de las excavaciones por las que han pasado varias generaciones de alumnos universitarios, tanto de la UA como de otras universidades. Mauro recuerda cómo antes las campañas duraban un mes.

Firman sus textos en el prefacio Carmen Amoraga, directora general de Cultura y Patrimonio de la Generalitat Valenciana; Amparo Navarro, vicerrectora de Investigación y Transferencia del Conocimiento de la UA; y el alcalde de Villena, Javier Esquembre, todos ellos representantes de las entidades colaboradoras en el proyecto. Edita Publicaciones Universidad de Alicante.

Detalles del libro