Las dos rutas migratorias que llevaron la agricultura al sur de Europa

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Reproducción de una hoz aserrada neolítica (Plos ONE)

Desde el Mar Egeo hasta las costas atlánticas de Portugal. Herramientas como las primeras hoces de siega que se utilizaron durante la cosecha son la clave que ha permitido descubrir que, hace unos 9.000 años, la agricultura se transmitió por el sur de Europa a través de dos grandes rutas migratorias.

Durante su expansión, las sociedades neolíticas sufrieron cambios importantes a los que tuvieron que hacer frente. Retos demográficos, sociales, ambientales, climáticos y también vinculados a la disponibilidad de recursos y materias primas. Por eso su tecnología no fue uniforme, sino que se fue modificando mientras los grupos de migrantes ocupaban nuevos territorios en la costa mediterránea, según explican los investigadores de la Institución Milà i Fontanals de Barcelona en un estudio publicado en la revista Plos ONE.

Migración

Las conclusiones del equipo liderado por Niccolò Mazzucco (izquierda) han permitido identificar dos rutas principales a través de las cuales se fue expandiendo la agricultura y la ganadería desde que la primera ola de cultivadores se trasladó a Chipre durante los siglos X-IX a. C.
La primera de ellas, que comenzó a utilizarse alrededor del 6.700 a.C., era marítima y se extendía desde los Balcanes hasta la Península Ibérica.
El segundo camino por el que se movieron los grupos de población es menos conocido y más septentrional. Cruzaba el Adriático y se puso de moda hacia el 5.500 a.C. “Con sus viajes, estas personas llevaban consigo nuevas tecnologías y nuevas ideas”, explican los especialistas.

Los investigadores han estudiado, en los últimos diez años, alrededor de 50.000 piezas líticas de 80 yacimientos de Grecia, Italia, Francia, España y Portugal -algunos muy destacados como el de Knossos (Creta), el asentamiento lacustre de La Draga (Banyoles/Girona) y el subacuático de la Marmotta (Roma)- datados entre los años 7.000 y 5.000 a. C.

A principios del VII milenio a. C., coexistieron varios tipos de instrumentos de cosecha entre Anatolia, la Media Luna Fértil y Chipre, incluidas las hoces curvas con filos de corte rectos o los cuchillos. Pero las hoces aserradas -que han aparecido tanto en el Egeo como en Andalucía, pasando por el valle del Po (norte de Italia)- fueron el principal utensilio al comienzo de la expansión agrícola debido a su mayor adaptabilidad y facilidad de mantenimiento.

Marco geográfico del estudio y enclaves estudiados

Expansión agrícola

El excepcional estado de conservación de muchas de las hoces encontradas ha permitido analizar las partes de madera e incluso las resinas empleadas para fijar las piedras. El análisis de las huellas microscópicas de estas herramientas ha permitido descubrir de qué forma fueron elaboradas y utilizadas, así como la gestión de la siega dependiendo de la madurez de los cereales o del uso que se le iba a dar a las semillas y los tallos.

“La ruta marítima iba desde los Balcanes, pasaba por el sur de Italia y el golfo de León, y llegó hasta el sur de la península ibérica hacia el 5.300 a. C.”, apunta Mazzucco en un comunicado. En esta vía, los grupos de agricultores utilizaban unas hoces curvas, con pequeños pedernales de sílex insertados en un mango de madera, formando un filo dentado que se iban sustituyendo con el uso.

A) Hoces de madera de La Marmotta; B) Cuchillos cosechadores de La Draga; C) Cuchillos de cosecha de La Draga (madera) y de Costamar (Castellón); D) Cuchillos de cosecha de Egolzwil 3 (Suiza) (Plos ONE)

El segunda itinerario, hasta ahora muy poco estudiado, salía de los Balcanes y pasaba sucesivamente por el Adriático, el norte de Italia y el sur de Francia hasta llegar a la península ibérica. “En esta segunda vía, las herramientas de siega que se difundieron se caracterizaban por tener láminas de sílex más anchas y largas. Este tipo de hojas se producían a través de procesos de manufactura más complejos y, a medida que se desgastaban, se afilaban con pequeños golpes”, completa Niccolò Mazzucco.

El trabajo revela, pues, cuáles fueron las primeras hoces que los colonos neolíticos difundieron en el Mediterráneo, su distribución geográfica y cómo evolucionaron a lo largo del tiempo, como resultado de las adaptaciones de los grupos de migrantes a los territorios recientemente ocupados. “A partir de una pieza lítica, podemos reconstruir cómo eran, qué forma tenían, cómo habían sido usadas y para qué tipo de cultivo, normalmente trigo o cebada”, detalla el investigador Juan Gibaja (izquierda).

La cosecha es una operación clave dentro de la producción agrícola. Es una tarea de trabajo intensivo y tiempo crítico; realizarla en el momento adecuado maximiza el rendimiento y minimiza la pérdida y el deterioro del grano.

“Generalmente el estudio de la difusión de la agricultura se ha abordado a través del análisis de las semillas de los cereales cultivado, puesto que en los yacimientos arqueológicos se recupera una amplia variedad de semillas de cereales. Pero esta gran variabilidad es producto de factores muy diversos, como las condiciones ambientales y la adaptación del cereal cultivado a una zona climática, por lo que resulta más difícil identificar rutas de dispersión a partir de su estudio. En cambio, el análisis de las piezas líticas permite aportar nueva información, dado que, por su naturaleza mineral, estas piezas suelen conservarse mejor y habitualmente son fáciles de encontrar y detectar en una excavación arqueológica. Su estudio nos ha permitido seguir el camino de las comunidades neolíticas desde una perspectiva diferente”, añade Gibaja.

Fuentes: lavanguardia.com | noticiasdelaciencia.com | 4 de mayo de 2020

Aníbal Clemente

Historia y Arqueología. Publicación digital de divulgación cultural.

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