El esmalte de los homínidos de Atapuerca crecía más rápido que el de los humanos modernos
El Grupo de Antropología Dental del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) acaba de publicar en la revista Scientific Reports un artículo liderado por el paleoantropólogo Mario Modesto-Mata, que por primera vez aborda el conteo de los dos tipos de líneas de crecimiento que se observan en el esmalte de los dientes de los homínidos del Pleistoceno Inferior y Pleistoceno Medio de Europa. En particular, esta investigación se ha centrado en las especies reconocidas en los yacimientos de la sierra de Atapuerca. Los resultados indican que el crecimiento del esmalte de estos homininos podría ser hasta un 25% más rápido que en Homo sapiens.
En este trabajo, en el que también han participado la Universidad de Nueva York y el University College London, entre otras instituciones, se estudia en detalle la formación del esmalte de los homínidos de Atapuerca, tanto de los yacimientos de la Sima del Elefante (1,2 millones de años), como de Gran Dolina-TD6 (Homo antecessor: 850.000 años) y de la Sima de los Huesos, (430.000 años), así como una colección relativamente amplia de dientes de Homo sapiens.
Como explica Modesto-Mata (izquierda), “los dientes crecen como las cebollas, los troncos de los árboles, las estalactitas, el pelo…, es decir, a capas y con intervalos regulares de formación, y es precisamente esa forma de crecer lo que nos permite identificar las diferentes líneas de crecimiento del esmalte”.
Existen dos tipos de líneas de crecimiento en el esmalte que permanecen inalteradas durante toda la vida: las estrías cortas y las estrías largas. Las estrías cortas, técnicamente denominadas estrías transversales, se forman cada día (crecimiento circadiano) mediante la deposición de proteínas específicas por parte de los ameloblastos, que son las células encargadas de formar esmalte. Cuando las proteínas cristalizan se puede observar una distancia de unas pocas micras entre cada dos estrías transversales. Aproximadamente, cada 7-8 días cesa la labor de los ameloblastos durante un corto espacio de tiempo.
Ese breve parón da lugar a la formación de las estrías largas, unas estrías visibles con microscopios de pocos aumentos que describió Anders Retzius ya en el siglo XIX. Entre cada dos estrías de Retzius se contabilizan unas 7 u 8 estrías transversales, lo que permite saber con mucha precisión el tiempo de formación del esmalte de los dientes. Ese número, que se denomina periodicidad, es constante en todos los dientes de un mismo individuo, y parece ser diferente en cada especie de homínidos.
Las líneas de Atapuerca
Los datos observados en esta investigación sugieren que la periodicidad era menor en especies ancestrales, como las que vivieron en la sierra de Atapuerca. Es decir, el esmalte de los dientes de los humanos recuperados en los yacimientos de la Sima del Elefante, Gran Dolina y Sima de los Huesos se formaba con mayor rapidez que en las poblaciones humanas actuales. “Las estimaciones realizadas en este trabajo indican que las coronas de los dientes de especies como Homo antecessor se formaban hasta un 25% más rápido que las de los humanos recientes”, señala Modesto-Mata.
Uno de los principales problemas al que se han enfrentado los autores ha sido el hecho de trabajar con dientes gastados por efecto de la masticación de los alimentos. Una parte de las estrías de crecimiento desaparecen al mismo tiempo que el esmalte se va gastando por el uso. “Para solventar este problema desarrollamos una técnica estadística basada en regresiones polinomiales que nos permite estimar el porcentaje de esmalte perdido, y así poder compensar las líneas de crecimiento desaparecidas” explica Modesto-Mata.
Los datos obtenidos en esta investigación, sumados a otros estudios en curso sobre el desarrollo dental relativo y el crecimiento de las raíces, podrían sentar las primeras evidencias sólidas para demostrar un avance en la madurez esquelética de las especies obtenidas en los yacimientos de la sierra de Atapuerca. “Si es así, estos humanos llegaban a la edad adulta varios años antes que nosotros”, concluye Modesto-Mata.
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