Núcleos de tierra desentrañan los misterios de la antigua civilización de la isla de Malta

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Los templos de Ġgantija, en Malta, se encuentran entre los primeros edificios independientes conocidos


Los misterios de una antigua civilización que sobrevivió durante más de un milenio en el archipiélago maltés, y luego se derrumbó en dos generaciones, están siendo descifrados por arqueólogos que analizan el polen enterrado profundamente, así como el ADN de antiguos cráneos y huesos, técnicas se están expandiendo en la actualidad en entornos donde antes se creía que no era posible utilizar.
La cultura de los Templos Megalíticos de Malta, en el Mediterráneo, comenzó hace casi 6.000 años y, en su apogeo, probablemente contaba con varios miles de personas, esto es, con una densidad poblacional mucho mayor que en la Europa continental en ese momento. La gente de la isla construyó enclaves sagrados elaborados, como el famoso complejo de los Templos de Ggantija, donde sus edificios constituyen las primeras construcciones independientes conocidas.
Sin embargo, después de 1.500 años, su derrumbe fue efectivo.

La profesora Caroline Malone (izquierda), especialista en prehistoria en la Queen's University Belfast, en Irlanda del Norte, ha querido comprender cómo la frágil ecología de la isla mantuvo a la gente durante tanto tiempo, a pesar de las sequías, las tormentas violentas y la erosión del suelo, y por qué finalmente fracasó.
Ella dirige un proyecto ambicioso, Fragsus, el cual se basa en la utilización de múltiples herramientas arqueológicas tendentes a encontrar algunas respuestas. En este sentido, los científicos han perforado núcleos terrestres de entre 8 y 30 metros de profundidad, a fin de datar los sedimentos mediante carbono 14 y comprender a qué periodo de tiempo pertenecen.

Así mismo, han recopilado el polen a intervalos de 2 cm y y analizado sus firmas químicas impresas por el ambiente circundante con el fin de comprender qué nutrientes absorbían del suelo las plantas parentales. "Además, los moluscos incrustados en el suelo nos revelan detalles del paisaje, ya que los caracoles son muy particulares sobre el lugar dónde viven y no se suelen mover muy lejos", dijo la profesora Malone.

Mientras tanto, otros especialistas evalúan el desgaste de decenas de miles de huesos humanos de un enterramiento para comprender el estilo de vida de los isleños. El equipo ha abierto nuevos caminos al analizar el ADN de los restos óseos, añade la profesora Malone. Generalmente se había pensado que la calidez de cualquier clima al sur de los Alpes destruiría ese ADN antiguo, pero ha resultado que los cráneos enterrados a una profundidad relativamente fría de cinco metros todavía albergaban ADN en la zona detrás del oído.

Foto: El sitio del templo de Santa Verna bajo excavación. La imagen muestra al equipo reabriendo la trinchera de Ashby que atravesaba el pasaje principal del templo.

Erosión

Por lo que han descubierto, el equipo piensa que estas personas entendieron la importancia de la gestión del suelo para evitar la inanición. Cien años después de su llegada al pequeño archipiélago maltés de 316 kilómetros cuadrados habían derribado la mayoría de los árboles y expuesto el suelo a una erosión drástica.

Para sobrevivir, criaron animales lecheros en lugar de priorizar la carne, matando el ganado recién nacido antes de que tuvieran la oportunidad de pastar. Mezclaron el estiércol del ganado con la tierra del suelo e incluso pudieron haber realizado viajes agotadores transportando suelo lavado hacia los valles que se encuentran cuesta arriba con el fin de refrescar los campos de las tierras altas. Las evidencias de esto se encuentran en surcos extraños y paralelos en el suelo que pueden ser huellas de carretas, así como en señales de los esqueletos, en los que los tejidos blandos a veces se encuentran desgastados por completo debido a una actividad dura y repetitiva.

"Curiosamente, casi no comían pescado", comenta la profesora Malone.

Foto: Escaneo láser 3D de los silos de la Edad de Bronce excavados en Nuffara. El silo de la izquierda contenía material de la Edad de Bronce, púnico, romano y medieval (cortesía de John Meneely).

Para lograr ese esfuerzo colaborativo tan complejo, algo poderoso tuvo que haber unido a la comunidad: los templos. Hasta ahora, se pensaba que la Cultura de los Templos se centraba en la adoración de una diosa madre, pero la profesora Malone cree que estaba más orientada hacia una cultura hogareña, basada en el ritual y el banquete, donde la comida, en lugar de una deidad, era más venerada. En los complejos edificados resulta evidente que las gentes exhibían su ganado y la cosecha agrícola en bancos y altares especiales, al tiempo que almacenaban sus alimentos y realizaban fiestas.

"No hay pruebas esqueléticas de muertes violentas ni tampoco de fortificaciones", dice la profesora Malone. "En su lugar, la sociedad parece haber sobrevivido mediante la cooperación y el intercambio".


Foto: Pared / rampa colapsada frente al Templo de Ggantija (fondo), bajo excavación.

Deficiencias

A pesar de la fortaleza y el éxito de tal sociedad, a medida que pasaron los siglos la erosión del suelo y las condiciones climáticas empeoraron, como así lo demuestran los diferentes tipos de polen hallados en el subsuelo, la disminución del número de restos arbóreos y los huesos humanos deteriorados por deficiencias en la dieta.

En los siglos finales de la Cultura de los Templos, entre el 2600 a.C. y el 2400 a.C., la mitad de los fallecidos eran niños.

"Otros factores probablemente contribuyeron a su declive", agrega la profesora Malone. "Los cráneos adultos de ese tiempo son muy variados, su ADN indica la llegada de inmigrantes procedentes de las estepas euroasiáticas y el África subsahariana, lo que posiblemente causó presión en la población, así como nuevas enfermedades".
El golpe decisivo puede haber sido una catástrofe desconocida ocurrida alrededor de 2.350 a.C., un período durante el cual, según el análisis de los anillos de los árboles, toda la región sufrió un evento climático catastrófico, posiblemente una nube de polvo causada por una erupción volcánica.

El ADN paleoambiental registrado en núcleos de sedimentos terrestres proporciona una perspectiva a largo plazo sobre cómo las Islas Canarias resistieron el cambio climático. Crédito: Lea de Nascimento

Laboratorios

Las islas del archipiélago maltés pueden ser usadas como laboratorios para comprender el cambio en el mundo, señala el profesor Malone.

Sin embargo, las peculiaridades geográficas de las mismas también pueden presentar problemas al hacer redundantes las técnicas de investigación convencionales. En las Islas Canarias, en España, por ejemplo, el polen antiguo no está bien conservado en el terreno local. Además, muchas plantas importantes de las islas, como sus emblemáticos árboles de laurel, producen polen nulo o escaso, y las condiciones ambientales también han erosionado otras piezas de evidencia, como los macrofósiles.

La Dra. Lea de Nascimento (izquierda), especialista en ecología en la Universidad de La Laguna, Tenerife, dijo: "Nos falta una buena preservación de todos los elementos convencionales".

Ella busca reconstruir la historia de la vegetación en las Islas Canarias, en particular, cómo era antes de que los humanos llegaran hace más de 2.000 años. Para hacerlo, está utilizando la nueva técnica paleoecológica llamada análisis del ADN paleoambiental.

El ADN paleoambiental queda fijado en el suelo o el agua mediante microorganismos, especies de plantas y animales, y los científicos lo analizan cada vez más para descubrir lo qué está pasando en el entorno actual. Es una herramienta paleoecológica relativamente nueva, que hasta ahora se ha utilizado en lugares mas fríos y secos debido a la vulnerabilidad del polen al calor y la humedad. Sin embargo, la Dra. de Nascimento está tratando de investigar el polen de las Islas Canarias en muestras de núcleos de tierra que abarcan varios miles de años.

A través del proyecto ISLANDPALECO, ella ha pasado dos años en un laboratorio de Nueva Zelanda aprendiendo de expertos cómo buscar ADN paleoambiental en núcleos de sedimentos. Después de un año de contratiempos, ha logrado encontrar ADN de 100 años de antigüedad en una variedad mucho más rica que la que se puede encontrar en el registro del polen, si bien todavía espera poder recuperar ADN paleoambiental.

"Si usted tiene una perspectiva de largo plazo, podrá conocer la resiliencia de los ecosistemas", dijo. "Ello nos ayudará a comprender cómo reaccionará un ecosistema si seguimos presionándolo en el futuro, o cómo responderá al cambio climático".
"Saber más sobre los ecosistemas pasados también ayudará a los conservacionistas actuales a restaurar los paisajes agotados por los humanos y los animales que se trajeron", agrega. "El problema es que puede suponer invertir mucho dinero restaurar un ecosistema que nunca estuvo ahí".



Fuente: phys.org | 11 de julio de 2019

Aníbal Clemente

Historia y Arqueología. Publicación digital de divulgación cultural.

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