La mujer que busca la desigualdad de género en la prehistoria

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Izquierda: entre los años 2.900 y 2.800 a.C. (Edad del Cobre) fueron enterradas 19 mujeres en el yacimiento de Tholos de Montelirio, cerca a Sevilla. Derecha: Marta Cintas Peña. Cortesía del grupo de investigación Atlas, España.

Unos defienden que el machismo tiene su raíz en la biología, otros se lo atribuyen a la cultura. La historiadora española Marta Cintas Peña buscó entre huesos, tumbas y representaciones gráficas pistas sobre el origen de esta organización social.
Las horas invertidas visitando museos, las maratones de películas sobre la prehistoria y las lecturas ambientadas en ese período le sembraron a Marta Cintas Peña una sospecha. En sus palabras: “ese pasado, descrito a menudo en liderazgos masculinos, enfrentamientos entre hombres o el intercambio de esposas ha sido el de ellos, no el de ellas”. Entender el porqué la llevó a estudiar historia, antropología y a escribir una tesis que le acaba de merecer el título de doctora de la Universidad de Sevilla, en España. La obra, publicada en la revista de la Asociación Europea de Arqueólogos, es considerada el primer examen panorámico sobre desigualdad de género en la prehistoria, enfocada solo en la Península Ibérica.

En ello tardó cinco años buscando pruebas de si existieron o no diferencias entre mujeres y hombres en aquel período, cuando no había escritura, y si esas diferencias representaban una desigualdad. Este embrollo, omnipresente en los debates de género actuales, divide opiniones. Unos creen que el machismo tiene sobre todo una raíz biológica y otros defienden su origen en una cuestión cultural.
La disputa se remonta siglos atrás con postulados como el del padre de la teoría de la evolución, Charles Darwin, quien escribió en 1871 que las características de la fuerza, la creatividad o la inteligencia les correspondían a los hombres, mientras que a las mujeres les pertenecían rasgos diferentes como la belleza y la sociabilidad. Otros autores contemporáneos, como el antropólogo Johann Jakob Bachofen, asimilaban una postura más equitativa entre los géneros, asegurando incluso que la primera organización social natural de la humanidad había sido el matriarcado, derribado después por el patriarcado.
A esa bibliografía, revisada por Peña, se le suman posturas más cercanas, como las reflexiones de Simone de Beauvoir durante los años sesenta o la hipótesis de Gerda Lerner, que sostuvo en la década de los ochenta que “toda la historia era para las mujeres prehistoria” gracias a la hegemonía masculina y a su voz dominante.

Tal bagaje alimentó la búsqueda de la española, que exploró huesos, tumbas y jeroglíficos con la ayuda de su director de tesis, Leonardo García Sanjuán. Esto es, en resumen, el análisis óseo de 2.478 sujetos identificados en 93 yacimientos de la Península Ibérica de esqueletos enterrados en el Paleolítico Superior, Mesolítico, Neolítico y Calcolítico o Edad del Cobre. De ellos, 422 son 12 femeninos o femeninos probables, 522 masculinos o masculinos probables, 729 indeterminados adultos y 805 no adultos de sexo desconocido. Además de una revisión de muestras gráficas y plásticas fijadas sobre las piedras de 122 yacimientos. Esta entrevista es una pizca de sus conclusiones sobre la desigualdad de género en la prehistoria que, como dice ella, “nos expliquen también a nosotras”.

¿Cuál fue la metodología de la investigación?
Nos basamos en tres variables: bioarqueología, prácticas funerarias y representaciones iconográficas. La primera corresponde al bloque más objetivo, por ser el estudio de los esqueletos encontrados en tumbas, que nos hablan de las condiciones de vida de esas personas en el pasado: cómo vivían, las enfermedades marcadas en sus huesos, sus dietas y los desplazamientos por el territorio. El segundo se refiere más a prácticas culturales sobre cómo se enterraba a esas personas; al igual que el tercer bloque, que refleja la manera como se representaban gráficamente estas sociedades. A partir de esas tres diferencias hicimos una comparación, por eso es un estudio multivariable.


¿Cuáles fueron las conclusiones?

En la tesis se abordan distintos períodos desde el Paleolítico Superior, que son sociedades cazadoras recolectoras, hasta el final de la Edad del Cobre, en torno al tercer milenio a. C. Es un período de tiempo que abarca entre el 35.000 y el 3.000 aproximadamente. La conclusión es que antes del Neolítico casi no hay evidencia de diferencias entre hombres y mujeres. La evidencia material de aquella época es mucho más escasa, así que no sabemos si es una ausencia de diferencias o de material. Del Neolítico, que son sociedades sedentarias que ya conocen la agricultura y la ganadería, y empiezan a tener excedentes, hay muchas más tumbas, más esqueletos, más representaciones y es ahí cuando empiezan a haber las primeras diferencias susceptibles, en mi opinión, de desigualdad. Aunque esto siempre hay que tomarlo con mucha cautela, porque son datos que surgen de ciertos contextos, es una propuesta en la que habría que profundizar.

¿Cuáles son esas diferencias que podrían originar la desigualdad de género?
Las que nos parecieron más importantes están relacionadas con el factor de la violencia y en todas ellas prevalecen los hombres. Entre las variables analizadas se encuentra la presencia de traumas en los huesos —ellos tienen traumas de manera más frecuente que ellas; eso no quiere decir que ellas no los tengan nunca— y presencia de proyectiles en sus restos. Puntas de flechas en las tumbas de ellos de manera más frecuente que en ellas, teniendo en cuenta que hay una diferenciación muy importante a escala demográfica entre el número de hombres y número de mujeres enterradas, hay más hombres que mujeres. Mientras que en el plano iconográfico se observa una sobrerrepresentación de los hombres, casi siempre mostrados en escenas de violencia.

¿Por qué cree que se enterraban más hombres que mujeres?
En la base de datos que yo he creado para la tesis doctoral, del conjunto de individuos que se han estudiado para el Neolítico, hay una gran mayoría de hombres frente a una minoría de mujeres y también de sujetos infantiles: niños o niñas. Es completamente imposible que esa diferenciación sea natural, tiene que ser necesariamente cultural. Porque según el índice de masculinidad o razón de sexo, que se emplea para expresar la proporción de sexos en una población, de forma natural nacen 104 o 105 hombres por cada 100 mujeres, pero en los datos en la península ibérica el número no es 104 o 105, sino que es 151. Podrían entenderse varias hipótesis: quizás ellas eran enterradas en otro sitio o sus prácticas funerarias eran distintas, no sabemos justamente por qué.

¿Qué diferencias reflejan las representaciones gráficas entre ellos y ellas?
En el Neolítico, en la península ibérica hay un conjunto de representaciones artísticas que son patrimonio mundial de la Unesco, llamadas arte levantino. Son naturalistas en tanto que representan la figura humana de manera natural y pueden diferenciarse sexualmente. Hay figuras que tienen pecho y otras, pene. El 100 % de las veces en que aparecen hombres estos aparecen con arco y flechas, cazando o enfrentándose entre ellos. Sin embargo, cuando aparecen ellas, las actividades que están realizando no se entienden muy bien. Aparecen en grupo y hay interpretaciones de que están recolectando miel o cuidando. Para la Edad del Cobre, por su parte, las representaciones se resumen en pequeñas figuritas que suelen llamarse ídolos y que tienen ojos, nariz, cejas, una especie de pelo dibujado, pero no caracteres sexuales, por lo que no parece que las sociedades de esa época tuviesen un interés de representarse sexualmente.

¿Que los hombres estuvieran más relacionados con la violencia los hacía superiores a las mujeres?
Habría que ver algunas cosas más, no es solo la violencia. Otras investigaciones hacen pensar que en el Neolítico pudo estar existiendo una manera incipiente de desigualdad en términos de poder, pero no podemos afirmar de manera tajante que hubiera patriarcado. Es muy difícil decir eso con los datos que hay ahora mismo. Sí parece que al menos la violencia puede estar empezando a ser un marcador de género; es decir, un acto, un hecho, un elemento más asociado a los hombres que a las mujeres, y teniendo en cuenta la capacidad coercitiva de la violencia eso podría ser entendido como un elemento de desigualdad. Hay que ser cauteloso, porque no sabemos si fue la causa pero sí sabemos que tiene un papel fundamental.

¿Cuál es el aporte de su investigación al movimiento feminista?
Creo que aporta al feminismo en la medida en que si se busca el origen de algo es porque hay un comienzo de ese algo, porque la desigualdad entre hombres y mujeres es realmente algo cultural. Si encontramos el origen se acabaría el debate entre determinismo y posición sociocultural, porque si algo ha empezado es porque no siempre ha sido así. Si por el contrario no encontramos un origen, también es positivo abordar grandes cuestiones de manera amplia, no considerando solo a los hombres como se ha hecho hasta hace poco. El feminismo ha permitido que se hagan estudios sobre individuos infantiles de cómo eran los niños y las niñas del pasado, y en esa medida está haciendo más democrática la ciencia.

¿Hay un rastro en la prehistoria del modelo tradicional de familia: papá, mamá e hijos?
Si antes se encontraba una tumba de dos adultos y un infantil se decía casi automáticamente que eran el padre, la madre y el niño, antes incluso de que se hiciera un estudio antropológico y físico de los huesos. Eso cada vez es más impensable, porque probablemente no lo sea. Yo no he encontrado ninguna evidencia de nada en particular: ni se repite la familia nuclear estándar ni lo contrario. Lo que hay es una enorme diversidad de formas de enterramiento de tumbas con una persona, con dos, con una mujer o con 18 mujeres. Ese es el caso de un enterramiento llamado Tholos de Montelirio cerca a Sevilla, en Valencina de la Concepción, donde se encontraron más de una decena de mujeres.

Fotografía del yacimeinto Tholos de Montelirio, en Valencina de la Concepción (de la Edad del Cobre) / Cortesía del grupo de investigación Atlas, Universidad de Sevilla, España. Autor: Álvaro Fernández Flores.

Si hay indicios de la desigualdad en el Neolítico, ¿qué pasa en la Edad del Cobre?, ¿hay más rastros?
Eso fue un poco extraño, porque yo hice la tesis cronológicamente. Así que en el Neolítico estábamos muy entusiasmados por la serie de evidencias que había sobre la violencia y la posible diferenciación y desigualdad. Pero cuando empezamos con el siguiente período esperábamos que hubiera más, a manera de línea evolutiva; sin embargo los datos de la diferencia no eran más sino menos. En algunos casos, en las tumbas de esta época, son las mujeres quienes tienen ajuares de mayor cantidad y calidad que ellos. No era entonces un retroceso, pero tampoco fue una continuidad y eso sí que nos sorprendió. Sin embargo, los datos son los datos y quizá tengan relación con nuestra visión lineal de los procesos históricos. Si ha pasado esto primero necesariamente después tiene que aumentar y sin embargo no siempre es así, no siempre hay un proceso de transformación necesariamente exponencial que vaya a más, sino que puede haber retrocesos o avances más adelante.

¿Cuál es su lectura del momento histórico actual frente a la desigualdad de género?
Hay un avance en el sentido de que hay un movimiento de consecución de derechos e igualdad por parte de las mujeres, quienes estaban y están en situación de discriminación, pero también es un momento de alerta precisamente por eso de que los cambios no son necesariamente siempre hacia adelante, sino que puede haber retrocesos y modificaciones distintas en otros sentidos. Hay una tendencia hacia la igualdad, pero a la vez hay una reacción fuerte para que ese avance no continúe. No hablo de una oposición entre hombres y mujeres, sino de una oposición entre quienes quieren avanzar hacia la igualdad y quienes se resisten a ella por falta de privilegios, miedo de perder la identidad o la tradición.

¿Cómo es que apenas estamos hablando de feminismo si desde la prehistoria encontramos indicios de desigualdad?
Porque desde hace mucho tiempo sucede. Cuando hay algo que está tan profundamente anclado en lo social es como que siempre ha sido así y se produce una ausencia de cuestionamiento, porque no piensas que eso pueda ser distinto. Lo naturalizas, aunque en sí mismo no hay nada de normal o natural. No nos han dejado espacio para pensar que fuera de otra manera. En ese sentido, creo que la pregunta quizá sea al contrario: ¿cómo puede ser que haya gente que a pesar de que le hayan dicho que esto siempre ha sido así, se lo cuestione?Por eso la evidencia material del pasado nos ayuda a entender cómo hemos llegado al momento presente. No podemos buscar el origen de la desigualdad de género o de la desigualdad social en el Imperio romano, porque ya existía; tenemos que buscarlo antes, en sociedades que han dado lugar a ese tipo de imperio y eso sucede casi siempre en la prehistoria, en sociedades en las que no tienen escritura todavía, en la que todo está un poco por hacer, incluyendo la desigualdad de género.

Fuente: El Espectador

Aníbal Clemente

Historia y Arqueología. Publicación digital de divulgación cultural.

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