El gusto por la grasa puede habernos hecho humanos, según sugiere un nuevo estudio

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Grupo de 'Homo habilis' carroñeando un rinoceronte y fabricando herramientas. Fuente: DK FindOut.

Mucho antes de que los ancestros humanos comenzaran a cazar grandes mamíferos para obtener carne, una dieta rica en grasas les proporcionó la nutrición necesaria para desarrollar cerebros más grandes, postula un nuevo artículo aparecido en Current Anthropology.

El artículo argumenta que nuestros primeros ancestros adquirieron el gusto por la grasa al comer médula extraída de los restos esqueléticos de animales grandes que habían sido muertos y devorados por otros depredadores. El argumento desafía la opinión generalizada entre los antropólogos de que comer carne fue el factor crítico que propició el escenario para la evolución de los seres humanos.

"Nuestros ancestros probablemente comenzaron a adquirir gusto por la grasa hace 4 millones de años, lo que explica por qué la deseamos hoy", dice Jessica Thompson (izquierda), autora principal del artículo y antropóloga en la Universidad de Yale. “Los depósitos de grasa en los huesos largos de los esqueletos eran un enorme fuente de calorías en un entorno escaso de las mismas. Eso pudo haber sido lo que le dio a una población ancestral la ventaja que necesitaba para desencadenar la cadena de la evolución humana".

Thompson, quien recientemente se unió a la facultad de Yale, completó el documento mientras estaba en la facultad de la Universidad de Emory.

Aunque centrarse en la grasa, más que en la carne, puede parecer una distinción sutil, la diferencia es significativa, dice Thompson. Los nutrientes de la carne y la grasa son diferentes, al igual que las tecnologías necesarias para acceder a ellos. La ingesta de carne tradicionalmente se combina con la fabricación de herramientas afiladas de piedra, mientras que obtener médula rica en grasa solo requiere romper huesos con una piedra, señala Thompson.
Los autores proponen que el deseo por la médula podría haber estimulado no solo el crecimiento del del cerebro, sino también la fabricación de herramientas más sofisticadas para cazar animales grandes.

"Así es como se originó toda la tecnología: se toma una cosa y se la emplea para alterar otra", dice Thompson. "Ese es el origen del iPhone, allí mismo".
Los co-autores del artículo incluyen a los antropólogos Susana Carvalho, de la Universidad de Oxford, Curtis Marean, de la Universidad Estatal de Arizona, y Zeresenay Alemseged, de la Universidad de Chicago.

El desarrollo de herramientas le permitió a los primeros humanos poder alimentarse de carne y grasa.

El cerebro humano consume el 20% de la energía del cuerpo en reposo, dos veces más que los cerebros de otros primates, los cuales son casi exclusivamente vegetarianos. Para los científicos es un misterio cómo nuestros ancestros humanos pudieron cumplir con las demandas calóricas tendentes a sostener y desarrollar cerebros más grandes.
Un paradigma, sobre la evolución humana, centrado en la carne plantea la hipótesis de que una población de simios comenzó a cazar y comer de forma más activa animales pequeños, lo que se convirtió en un escalón evolutivo del comportamiento humano tendente a cazar animales grandes.
El artículo sostiene que esta teoría no tiene sentido nutricional. "La carne de los animales salvajes es magra", dice Thompson. "En realidad, se necesita más trabajo para metabolizar la proteína magra que lo que se obtiene de vuelta".

De hecho, comer carne magra sin una buena fuente de grasa puede provocar intoxicación por proteínas y desnutrición aguda. Los primeros exploradores del Ártico, que intentaron sobrevivir exclusivamente con carne de conejo, describieron la condición como "inanición por conejo".


Según Thompson, este problema de proteínas, junto con la energía necesaria para que un simio en posición vertical con pequeños caninos pueda capturar y comer animales pequeños, podría descartar el hecho de que comer carne fue una vía que provocó el crecimiento del cerebro.
El nuevo artículo presenta una nueva hipótesis que se remonta a unos 4 millones de años, al Plioceno. Cuando nuestros antepasados humanos comenzaron a caminar principalmente sobre dos patas, las regiones de África, densamente boscosas, se estaban descomponiendo en mosaicos, creando pastizales abiertos.

"Nuestros antepasados ​​humanos probablemente eran criaturas torpes", advierte Thompson. “No eran buenos en los árboles, como los chimpancés, pero tampoco eran necesariamente buenos en el suelo. Entonces, ¿qué hicieron los primeros monos de nuestro linaje que caminaban erguidos para tener éxito? En esa etapa ya se había experimentado un pequeño aumento en el tamaño del cerebro. ¿Cómo pudieron alimentar eso?".

Thompson y sus coautores proponen que nuestros primeros ancestros recogían piedras mientras forrajeaban entre los pastizales abiertos. Después de que un depredador hubiera terminado de comer un gran mamífero, estos homínidos erectos exploraban los restos óseos aplastándolos y descubrieron la médula oculta en los huesos de las extremidades.

"Los huesos sellan la médula como en un recipiente de 'Tupperware', evitando así el crecimiento de bacterias", dice Thompson. Y las únicas cosas que podían abrir estos recipientes óseos, agrega, eran las fauces de las hienas o un simio inteligente empuñando empleando una piedra.

La hipótesis ofrece una explicación de cómo los antepasados de los seres humanos pudieron haber acumulado calorías adicionales para desarrollar un cerebro más grande, mucho antes de que se haya verificado evidencias de fuego controlado, algo que podría haber mitigado el problema de las bacterias en la carne podrida obtenida de la carroña. La hipótesis del consumo de grasa también precede en más de un millón de años a la mayoría de las evidencias de fabricación de herramientas básicas de piedra.

Los científicos deberían comenzar a buscar evidencias de comportamiento de rompimiento de huesos en los primeros ancestros humanos, recomienda Thompson.

"Los paleoantropólogos buscan huesos en su mayoría completos, y luego se concentran en identificar al animal al que pertenece. Pero en lugar de preguntarnos acerca de la criatura a la que pertenece el resto óseo, deberíamos preguntarnos: '¿Qué rompió este hueso?' Necesitamos comenzar a recolectar pequeños trozos de huesos rotos para ayudar a reconstruir este tipo de información sobre el comportamiento de antiguos homínidos".

Fuente: Universidad de Yale | 5 de febrero de 2019

Aníbal Clemente

Historia y Arqueología. Publicación digital de divulgación cultural.

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