Las guerras astur-cántabras: cuando Augusto perdió su primer Águila de legión
Un grupo de cántabros con un estandarte de batalla en una recreación histórica.
Casi treinta años antes de la terrible derrota en Germania de las legiones en Teotoburgo, el primer emperador de Roma soportó en la zona de Picos de Europa el robo de las enseñas de su Legio I Augusta —que se fundió cien años después con una de las legiones que creó León— tras la última revuelta de los cántabros; que vivían también en la montaña oriental leonesa. Era el mayor descrédito para el Ejército romano, que sufrió lo indecible para vencer en una de las guerras más encarnizadas de toda la Historia de Roma.
"Varo, devuélveme mis legiones". Esta frase quedó para la Historia de Roma, tras la derrota del Ejército romano en el bosque de Teotoburgo, donde el general al que alude César Augusto perdió nada menos que tres legiones (y sus correspondientes Águilas y enseñas) masacradas por los germanos de Arminio. Suetonio contaba que el primer emperador de Roma sufría pesadillas en su vejez y gritaba esta frase por la noche entre sudores fríos.
Aquello ocurrió en el 9 después de Cristo... pero no era la primera vez que a Octaviano le había ocurrido algo así. En realidad, fue en la zona de Picos de Europa donde fue humillado con la pérdida de su primera Águila casi treinta años antes.
"Agripa, devuélveme mi Águila". Esta orden supuso el principio del fin de una de las guerras más difíciles y complejas de conquista de las que salió victorioso el ejército romano.
Y fue en la zona de las actuales provincias de León, Asturias, Cantabria y el norte de Palencia: la guerra astur-cántabra (oficialmente desde el 29 al 19 antes de Cristo), que el propio Augusto inició de forma propagandística y para quedarse el oro de los ástures y financiar su Imperio, muy tocado económicamente tras la Guerra Civil contra Marco Antonio y Cleopatra.
Pongámonos en situación: en la península ibérica vivían aún libres dos tribus de alto potencial bélico, la astur (más allá del río Ástura, el actual Esla que vivían en el norte de Tras os Montes en Portugal y Zamora, y en lo que vendrían a ser las actuales provincias de León y Asturias) y la cántabra (en la zona de la montaña oriental leonesa donde vivían los vadinienses, desde el Sella en Asturias, el norte de Palencia y la provincia de Santander). Eran tan fieros y atrevidos que incluso estos últimos llegaron a intervenir en la Galia suroccidental para apoyar a los galos de la Aquitania en una revuelta contra Roma.
El caso es que Octaviano Augusto, tras vencer a Marco Antonio en el 30 a.C. se planteó la posibilidad de castigar a los cántabros, y de paso conquistar las zonas auríferas astures. Sobre todo porque Marco Agripa (su mejor amigo y aliado, que llegó a ser heredero de Augusto al convertirse en su yerno en el 21. a.C., así era el Imperio Romano) era el que se había llevado la fama de estratega en las guerras civiles que auparon al sobrino de César al poder. Así que, para conseguir fama como gran general, e intentando emular a su tío Julio (y eclipsar la fama de Agripa), inició dos años de operaciones militares de tanteo en la zona astur y en el 27 a.C. entró en el templo de la guerra de Jano para abrir sus puertas y arrojar públicamente una lanza en la dirección que creía que estaban estas dos tribus hispanas ante la sorpresa de toda Roma. Un golpe de efecto que Augusto creía que iba a ser su encumbramiento como genio militar. Pobre de él.
Lo cuenta Floro así: "En el occidente estaba ya en paz casi toda Hispania, excepto la parte de la Citerior, pegada a los riscos del extremo del Pirineo, acariciados por el océano. Aquí se agitaban dos pueblos muy poderosos, los cántabros y los astures, no sometidos al Imperio". El historiador romano deja bastante claro que los hispanos que quedaban aún por conquistar (nótese que gallegos y vascos ya estaban bajo el poder romano, y en el caso de estos últimos colaborando con ellos, por mucho que digan los mitos del nacionalismo actual) no eran moco de pavo. Claro que él escribió esto doscientos años después en tiempos de Marco Aurelio; Augusto no sabía dónde se estaba metiendo.
La guerra con los astures y los cántabros pronto se convirtió en una pesadilla que casi acaba con la frágil salud de Augusto. Resumiendo rápidamente, los guerreros de estas tribus eran tan bestias como inteligentes a la hora de enfrentarse a las entre siete y nueve legiones que los romanos tuvieron que emplear para someterlos. Y no contentos con ello se rebelaban una y otra vez. Los astures fueron los únicos que presentaron batalla en campo abierto (en una jornada en la que estuvieron a punto de vencer y los romanos tuvieron enormes pérdidas, y eso que les habían avisado antes los brigecinos traicionando a sus tribus hermanas que casi atacan por sorpresa los campamentos de tres legiones).
Mientras a los cántabros se los fue venciendo tras una serie de asedios dignos de lo que la Historia recuerda en el sitio de Sagunto, el asedio de Numancia, o el peliculero asalto a los judíos en Masadá. Todos ellos terminaron con el suicidio de sus habitantes antes de rendirse a las tropas romanas. Sí, incluso los astures terminaron así, pero no lo recuerda nadie en la actualidad pese a ser una de las guerras más famosas de los tiempos de los romanos (con la Junta de Valladolid y el Estado financiado actos conmemorativos de los numantinos 2.150 años después).
Aún así, incluso con la 'pinza' que efectuaron las legiones romanas —se calcula que al menos se dispusieron 30.000 efectivos de soldados de estas unidades de élite, a los que habría que añadir entre 10.000 y 15.000 soldados tropas auxiliares, ya que cada legión contaba con cuatro o cinco alas de este tipo— desde los territorios vacceos (al Sur), galaicos (al Oeste) y vascones (al Este) cuando los astures y cántabros se refugiaron en la Cordillera Cantábrica comenzó el infierno de los soldados romanos.
Las guerras de guerrillas, propias de los hispanos (la más famosa la del lusitano Viriato, aunque hubo muchas más) fueron superlativamente duras aquí, provocando nada menos que para poder ir conquistando sus castros los legionarios tuvieran que transitar por los cordales de las montañas, por la zona más alta de las mismas (aún hoy existe la calzada rojana de la Carisa y la cantidad de campamentos a más de 1.700 metros de altura que tuvo que disponer el general Publio Carisio para controlar los pasos), ya que transitar en fila por un desfiladero, o cualquier valle estrecho, era prácticamente muerte segura.
Algo que les ocurriría a los musulmanes siglos después, con la mítica batalla de Covadonga (por fantasiosa) como ejemplo de destrucción de una tropa militar en las montañas cantábricas. No es baladí ni casualidad que la recuperación cristiana de la península ibérica tras el 711 comenzara en esta zona, ni que el primer reino en combatir a los árabes fuera el Reino de los Astures ('Asturum Regnum', y no reino de Asturias): estas cumbres son una muralla natural prácticamente inconquistable; salvo si eres romano en todo tu esplendor, claro.
Augusto lo intentó, vaya que sí. Casi dos años estuvo en Hispania para volver como vencedor del conflicto (entre el 25 y el 24 antes de Cristo); pero la salud no le acompañó. No es difícil para un leonés, un asturiano o un cántabro de hoy en día pensar cómo sería el clima de estas tierras en época romana. Le vale con conocer la extrema dureza de la meteorología del siglo XXI: frío y grandes nevadas, que cuando se convierten en 'nevadonas' no tienen nada que desmerecer a las de los países nórdicos. Octaviano se trasladó a comandar las tropas, en plan propaganda como su tío Julio, pero al final enfermó. "La estancia de Augusto en Cantabria no debió ser afortunada. El cansancio, el desánimo de una guerra de guerrillas, la aspereza del terreno, la enfermedad [...] hicieron mella en el Emperador que se retiró de la contienda a Tarragona. En Roma se llega a decir que el Emperador ha muerto por su mala salud. Augusto enferma del hígado", explican en la cronología de esta 'maldita' guerra en Wikipedia.
Y tampoco le benefició la Fortuna, ya que venía en loor de multitudes para compararse a los estrategas más importantes de la Historia (una Victoria como las de su tío Julio César ya lo encumbraría totalmente al poder) y el dios de la guerra romano, Marte, que más que esquivo se le puso de espaldas. Contrariedad tras contrariedad por culpa de los constantes golpes de mano de estos malditos hispanos del noroeste llegó la gota que colmó el vaso. Enfermo y trasladándose en litera por la zona de El Bierzo, cayó un rayo tan cerca de él que casi lo mata; es más, fulminó a uno de sus sirvientes que le portaba.
Para un romano como él (es más, el primer romano, el 'princeps' de Roma, el ciudadano principal), un agurio así era la gota que colmaba el vaso. Zeus, el dios del rayo romano, le había advertido: enfermo, incapaz, con una panda de bestias hispanas destruyéndole los planes de gloria día sí y día también y a los que parecía que el dios Marte honraba con su amistad; y con los rumores en Roma sobre su muerte (cosa que ningún mandatario romano podía permitirse), abandonó y se marchó de allí. Eso sí, cuando llegó a la ciudad del Tíber, hábilmente hizo festejar su propio triunfo para ocultar lo que verdaderamente ocurría en Hispania. Repartir un montón de dinero al Pueblo de Roma y más 'pan y circo' aún funcionaba bien en aquellos tiempos.
El caso es que ni aún con decenas de miles de los mejores soldados de Roma entrampados en un verdadero matadero —parecido a lo que se podría llamar el 'Vietnam' de Augusto; pero más bien a las guerras zulúes o bóer de los ingleses, ya que vencieron a un alto coste y los estadounidenses perdieron el conflicto al igual que los soviéticos en Afganistán— la cosa se pudo solventar hasta que se decidió utilizar el método de desembarco con la flota de la Aquitania (nótese, el lugar al que acudieron los cántabros para ayudar a los galos contra Augusto y que desató las iras del emperador).
Propaganda convertida en chanza
La propaganda del Augusto Victorioso tras su regreso de Hispania pronto se convirtió en chanza, con el cabreo respectivo del Emperador, porque todos los ciudadanos romanos eran conscientes de que la guerra por la que se le concedió el Triunfo a Octaviano César, continuaba con toda ferocidad. No se puede esconder el destino de tantas legiones durante tanto tiempo, sobre todo cuando se necesitaban en la zona del Rin para proteger la frontera con los belicosos germanos (los que treinta años después le darían otro de sus mayores disgustos).
Así que la guerra con los astures y los cántabros se decidió con una serie de desembarcos romanos en las costas cantábricas. Al modo desembarco de Normandía, podría decirse: para abrir otros frentes que desviaran el frente del Sur. Y aparentemente funcionó. Rodeados por todos los lados, los astures y cántabros que aún se resistían en las montañas fueron superados (muchos se suicidaron en los altos de las montañas para evitar ser hechos prisioneros y esclavos de los romanos) y la cosa más o menos se calmó. Más o menos porque volvieron a rebelarse cuando podían.
La cosa se puso tan chunga, y los territorios auríferos eran tan importantes, que la zona en que más legiones hubo después de la frontera del Rin en esos años fue la Asturia y el Sur de la Cantabria. Y eso hasta ochenta años después, cuando todavía estaban acantonadas tres legiones por aquí. Eso terminó propiciando la creación de la capital de la Asturia Romana, Asturica Augusta (Astorga) por la Legio X Hispana y la de la ciudad de León (por la Legio VI Victrix).
La pérdida del Águila de la Legio I Augusta
El caso es que en el año 20 antes de Cristo los romanos, tras varios avatares y revueltas, habían mandado a los cántabros como esclavos al sur de la Galia, también la Aquitana (ahí Augusto, en plan venganza del destino por haberle tocado las narices diez años antes) y entonces todo salió fatal. Pero mal, mal. Muy mal.
Es complicado contar la guerra astur-cántabra, porque fue una de las más mencionadas como terribles de la primera época del imperio, pero no hay excesivas fuentes. Es la arqueología la que está explicándola, con los trabajos de Esperanza Martín en La Carisa (la zona de conquista astur entre León y Asturias) y los de Eduardo Peralta entre Palencia y Cantabria. Así que lo recomendable es comprarse el número especial de la revista 'Desperta Ferro' sobre ellas. En este artículo, aún profuso como es, se va al lío, al meollo del asunto, al turrón. A lo de la primera humillación de un emperador romano en estas tierras.
Y el turrón que le dieron a la primera legión creada por el mismo augusto los cántabros cabreados que volvían de la Galia después de haber matado a todos sus dueños, fue tan brutal que supuso la pérdida de todas sus enseñas, casi su eliminación, y el descrédito y repudio del emperador, que le quitó el 'cognomen' (el sobrenombre) y la mandó a Germania (se terminó conociendo como Legio I Germánica y apúntense este nombre, porque es importantísimo para la historia de la ciudad de León).
Los cántabros, animales como ellos solos, eran conocidos por ser tan indomables que incluso presos se encaraban con los romanos. Así que a poco de quedar asentados con sus nuevos dueños se marcaron un 'Espartaco' de libro y no sólo acabaron con ellos sino que fueron capaces de volver a su tierra, sorprender a la Legio I Augusta y destrozarla un año después (19. a.C), robando sus enseñas y su Águila. Hasta entonces sólo en tres ocasiones antes las legiones las habían perdido (y los romanos las habían recuperado), la Legio X en la espantosa derrota del soberbio triunviro con César, Craso, en Carras (53 a. C), otra en el año 40 antes de Cristo de las legiones de Decidio Saxa en Cilicia y las que perdió en el 36 a.C. Marco Antonio. Todas fueron recuperadas.
Un momento. ¿Y entonces Aníbal, que destruyó legiones y legiones en la península itálica en el río Trebia, el lago Trasimeno y Cannas no consiguió ninguna? Pues sí, pero no, aunque consiguió multitud de enseñas. Se explica porque las Águilas no eran la enseña más importante de aquellas legiones, sino el 'maniple' (un puñado de paja puesto sobre un poste, de ahí el nombre de los 'manipulos' de las legiones). Fue Cayo Mario en su reforma militar del 104 antes de Cristo el que puso como enseña principal el Águila, que era el animal de Zeus y por eso llevaba en sus garras los rayos del líder del panteón romano.
Así que Augusto perdió su primera Águila en Hispania, posiblemente en la zona de Picos de Europa (aunque no se podría decir que en la provincia de León, aunque no se sabe). No sólo se había dejado la salud en aquel terrible lugar, no sólo se reían de él tras un Triunfo que no era tal (una de las pocas cosas que podían hacer los romanos para criticarle subrepticiamente por cierto), no sólo le había salido de puñetera pena la venganza a los cántabros en Aquitania, sino que además su legión favorita había sido humillada de forma increíble.
Agripa recupera la enseña 'a sangre y fuego'
Ya harto de la situación, Octaviano César ordena a su ya yerno Agripa acabar con la molestísima situación. Y sin ambages: "Agripa, devuélveme mi Águila... o no vuelvas", pudo llegar a decirle. Y el curtidísimo general, el que le había ganado las batallas lo hizo. Vaya que sí. A sangre y fuego. Sin contemplaciones. Derrotó a los cántabros de forma brutal. Y para que no se volvieran a levantar cortó las manos de todos los hombres. Y fueron todos. Incluso los ancianos y niños. Lo cual, en una guerra de conquista era perder un montonísimo de dinero (ya que los esclavos eran un botín valiosísimo en aquellos tiempos por lo que llegaba a recaudarse en sus subastas).
Y no contento con ello, y para dar ejemplo, los crucificó a todos desde la Cantabria a la frontera de la Galia (los Pirineos). Lo que dio otro momento 'Espartaco' para la Historia dejando completamente estupefactos a los romanos. Esto que se va a contar está certificado por los historiadores latinos: los cántabros eran tan recios que incluso crucificados se cantaban cánticos de guerra unos a otros para darse ánimo.
Las fuentes sugieren que Agripa debió recuperar al final el Águila, aunque en Internet van a encontrar que no fue recuperada o que es dudoso. En el 'Significa Res Gestae Divi Augusti', Augusto dice lo siguiente: "Recuperé muchas enseñas militares romanas, perdidas por otros jefes, de enemigos vencidos en Hispania" (según indica la revista Zephyrus XLVIII del año 1995 en las páginas 223-234).
¿Y eso indica que terminó la guerra? Pues no. Aún los astures se revolvieron contra Roma, y conservaron tres legiones en la zona hasta sesenta años después, que fueron marchándose a partir del año 50 después de Cristo a Germania. Y en el año 68 la última, la Legio VI Victrix, abandonó su campamento (la ciudad que hoy es León) con su legión ahijada, la Legio VII a la que Galba dio su Águila hace 1.950 años, lo que se celebra hoy 10 de junio, precisamente.
La Legio VII, fundida con la legión que perdió el Águila
El caso es que la Legio VII fue una legión golpista, que se metió en más golpes de Estado, y para librarse de ella,Vespasiano la mandó a cumplir un funcionariado de obras públicas otra al campamento que veinte si.... Y, casualidades del destino, para poder hacer eso, porque estaba destrozada tras la segunda batalla de Bedriacum, la tuvo que unir con la Legio I Germánica. Por eso el sobrenombre ('cognomen' de Gemina).
Casualidad del destino, o no, esa región 'Germnaica', que les suena porque antes advertí de ella, resulta ser la misma legión de Augusto que perdió la enseña en la guerra astur-cántabra. Vaya cosas que tiene la Historia. La legión que más tiempo estuvo en León tenía en su historia de unidad militar una de las humillaciones más importantes que podía tener un soldado romano (sólo ocurrió este suceso en ocho ocasiones).
Es de imaginar, conociendo a los militares, cómo los de un manípulo de la Legio VII fundada por Galba tomarían el pelo a los de la Legio I fundada por Augusto. Sobre todo en las posibles salidas de vigilancia en los Picos de Europa.
"¿Dónde decíais que habíais perdido el Águila, compañeros?".
A veces es divertido novelar la Historia. Quizás falta la novela, y la película, de una de las guerras más cruentas y terribles que Roma nunca pudo olvidar. Que nada tiene que desmerecer a la conquista de la Dacia de Trajano (que fue general de la Legio VII Gemina, encima) o a las revueltas judías del siglo I.
Pero esto es España, y nadie se cree que pasaran cosas tan importantes y alucinantes por aquí. Y lo único que hacen las autoridades es dejar sucedidos así en el olvido, o ponerse 'numantinos'. Otra novela, pero de terror.
Y esa... esa es otra historia.
Fuente: Jesús María López de Uribe | ileon.com 10/06/2018
Si hay novela mi buen amigo se titula PAX ROMANA
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