UN RÚSTICO MENTECATO FUNDÓ EL TERRORISMO CATALÁN
La condena a un «rusticum mentecaptum»
En
7 de diciembre de 1492, Fernando
«El Católico» salía
de una audiencia de justicia de la capilla de Santa Ágata, en
Barcelona, cuando un payés llamado Juan
de Cañamares le
causó una cuchillada en el hombro. «¡O, Santa María, y valme! ¡O,
qué traición!», gritó el Monarca aragonés al recibir una
puñalada casi a la altura de la nuca, según cuenta el
cronista Andrés
Bernáldez.
Los guardias reales saltaron inmediatamente sobre el agresor,Juan
de Cañamares,
y si no lo mataron allí mismo fue porque el Rey se lo impidió. Él,
más que nadie, quería saber quién se encontraba detrás de aquel
atentado.
Salvado por el Toisón de Oro
Barcelona
era una ciudad de cálidas bienvenidas. Los Reyes Católicos
abandonaron Granada,
ya conquistada por los cristianos, a finales de mayo de 1492 para
trasladarse a Aragón.
Tras unos meses de corte itinerante, los monarcas entraron en
Barcelona el 24 de octubre y un día después lo hizo el infante Juan
de Trastámara,
heredero de la
Corona de Aragón,
entre los vítores de la multitud. El entusiasta recibimiento a la
familia real no hacía pronosticar, sino todo lo contrario, que en
cuestión de un mes iban a sufrir el intento de asesinato más serio
de los que serían objeto Fernando e Isabel.
A pesar de la gravedad de la herida, de unos cuatro dedos de profundidad, el golpe fue amortiguado por el Toisón de Oro que portaba y pareció que no iba a comprometer la vida del ReyAl recibir el ataque, Fernando iba custodiado por unos cuantos funcionarios y un amplio grupo de gente se congregaba en esa plaza para dar la bienvenida al Monarca. Justo cuando se disponía a subir a su cabalgadura se acercó por la espalda Juan de Cañamares armado con un terciado de unos tres palmos de longitud, con el que le asestó al Rey un golpe vertical de arriba a abajo que pasando junto a la sien y la oreja izquierda. A pesar de la gravedad de la herida, de unos cuatro dedos de profundidad, el golpe fue amortiguado por el colgante del Toisón de Oro y pareció que no iba a comprometer la vida del Rey. De hecho, Juan de Cañamares fue neutralizado al momento por el camarero real Antonio Ferriol y su mozo de espuelasAlonso de Hoyos, ambos se abalanzaron sobre el campesino y le apuñalaron tres veces con los cuchillos que llevaban al cinto.
Al
extenderse el rumor de que el Rey había sido víctima de un ataque
volaron las especulaciones. En un primer momento se barajó la teoría
de que el agresor fuese moro o de que el ataque hubiera sido dirigido
contra otro miembro de la comitiva real. No obstante, las complejas
relaciones de Cataluña con los
Reyes Católicos hicieron
temer a la Reina que se tratase de una sublevación general. Tras
recuperarse de un desmayo provocado por el impacto de la noticia,
Isabel ordenó que las galeras castellanas se arrimasen a puerto para
poder embarcar rápidamente en ellas al heredero Juan y a las
infantas si la situación se complicaba.
En
una carta escrita entonces a su confesor, Hernando
de Torres,
la Reina describía su angustia vital en una frase:
«Vemos
que los reyes pueden morir de cualquier desastre como los otros,
razón es de aparejar a bien morir».
Representación
del atentado en Dietari del Consell de Barcelona
En
las primeras horas se llegó a decir que el Rey había muerto, lo que
provocó desórdenes callejeros. La población tomó las calles
clamando venganza contra el autor del ataque, hasta confluir frente
al palacio para comprobar si realmente el Rey, todavía
convaleciente, seguía con vida. No obstante, los rumores no iban tan
desencaminadas. La herida sangraba abundantemente y, aunque no
pareció ser de gravedad en un primer momento, los
cirujanos hallaron rota la clavícula,
retirando parte del hueso astillado, limpiándola del pelo que había
entrado en ella y cerrándola con siete puntos de sutura.
El
Rey recayó con fiebre alta en los siguientes días, hasta el punto
de que se llegó a temer por su vida. Y es que en el ocaso del año
más recordado de los Reyes Católicos, con la
conquista de Granada,
la expulsión de los judíos y la llegada de Colón a un nuevo
continente; casi perdió la vida uno de sus artífices.
Con
los ánimos más calmados en la ciudad, la catedral de Barcelona
decidió que se mantendría abierta dos semanas en continua oración
y se celebraron catorce procesiones por la recuperación de Fernando.
El 9 de febrero, el Rey quiso agradecer todo este cariño cabalgando
por las calles; en tanto, su esposa repartió limosnas a los pobres.
Ya se había descartado completamente que Juan de Cañamares fuera la
punta de una
sublevación popular.
La condena a un «rusticum mentecaptum»
El
magnicida sobrevivió a los espadazos de los guardianes del Rey y fue
interrogado bajo tormento con el fin de descubrir si había actuado
en solitario o no. Durante el suplicio confesó que se lo había
ordenado el
Espíritu Santo,
quien veinte años antes le había revelado que él era el verdadero
Rey y podía reclamar el trono a la muerte de Fernando. Más horas de
tortura, al fin, cambiarían su versión y diría que fue el Diablo
quien le había dado las instrucciones: «Temptat
del esperit maligne»
(«Fui tentado por el espíritu maligno»).
Algunas obras literarias de corte nacionalista incluso le presentaron como un patriota contrario a aquel Rey casado con una castellana, algo bastante improbable
Sea
como fuere, aquellas explicaciones propias de un hombre calificado
como de loco, «rusticum mentecaptum», descartaron que se tratara de
una conspiración política. Si acaso algunos autores han apuntado
–como Henry
Kamen en
su biografía «Fernando
El Católico»
(La Esfera de los libros, 2015)– que su actitud pudiera ser una
consecuencia del descontento de los remensas con su situación
social. Algunas obras literarias contemporáneas de corte
nacionalista incluso le presentaron como un patriota contrario a
aquel Rey casado con una castellana, algo bastante improbable.
El
descontento rural era un asunto recurrente en aquellas fechas. Desde
mediados de siglo se vivían fuertes tensiones entre señores y
payeses (campesinos) a propósito de las remensas y malos usos
derivados. Fernando, de hecho, había vivido a principio de su
reinado un
alzamiento de los campesinos catalanes en Mieras,
que dio paso a la segunda guerra remensa (1484-1485). Pero después
de este conflicto el Monarca intervino y forzó un acuerdo entre las
partes implicadas para aceptar un arbitraje real, lo que vendría a
llamarse sentencia
arbitral de Guadalupe,
del 21 de abril de 1486. El acuerdo dejó satifecho a la mayoría de
payeses y terminó con muchos de los abusos de los nobles.
El
estado de demencia llevó al Rey a perdonar a Juan de Cañamares,
nacido en Dosrius
(Barcelona),
como gesto para la galería, puesto que no pudo evitar que el
Consejo Real le
condenara a muerte por el delito de lesa majestad. El día 12 de ese
mismo diciembre fue paseado en carro y descuartizado públicamente
por las
calles de Barcelona.
El populacho apedreó y quemó su cuerpo, aunque «ahogáronle
primero por clemencia y misericordia de la Reyna».
El cuerpo fue horriblemente mutilado, como correspondía en aquellos
años a quien atentaban contra la Corona.
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