Carlos III expulsó a los jesuitas porque no podía permitir que hubiera un Estado dentro del Estado
Carlos III retratado hacia 1765 por Anton Raphael Mengs - Museo del PradoEl historiador ha plasmado sus conocimientos sobre el Rey en «Carlos III, un monarca reformista» (Espasa)
Felipe VI eligió al principio de su reinado un retrato de Carlos III, el rey reformista, para decorar su despacho en La Zarzuela. Y no fue un gesto al azar. Carlos III significa la profesionalidad, la cautela, la rectitud y la renovación cuando la Ilustración alcanzó su definitiva madurez. Hoy, que España sigue exigiendo reformas para aguantar los constantes golpes, los historiadores miran de reojo al reinado de Carlos III cuando se cumplen 300 años de su nacimiento.
Roberto Fernández Díaz (Hospitalet de Llobregat, 1954) es uno de los mayores conocedores de la historia del siglo XVIII y quien más ha estudiado los pormenores del reinado de Carlos III, el cuarto monarca de los Borbones españoles y sobre el que existe una visión más positiva. Este miembro de la Real Academia de Historia ha plasmado esos conocimientos sobre el Rey en «Carlos III, un monarca reformista» (Espasa).
–¿Es merecido el consenso de que Carlos III es el mejor Rey de la dinastía Borbón?
–Es una imagen merecida, pero hay que decir que en años recientes se está corrigiendo a mejor la imagen que hay de Felipe V y de Fernando VI. El primer borbón español es muy controvertido, pero fue el primer reformista y cada vez se le valora más si se toma como punto de partida el final de la Guerra de Sucesión. Este reajuste está colocando a Carlos III en su justo lugar como el gran Rey que fue en el contexto reformista de ese siglo.
–¿Cómo era el carácter de Carlos, tenía también un lado menos afable?
–Tenemos una imagen bastante exhaustiva sobre él gracias a los textos de los viajeros y los diplomáticos, a su correspondencia y a su primer biógrafo, el Conde de Fernán-Núñez. Era una persona afable, tranquila, rutinaria, previsible e incluso un punto aburrida. Consultaba mucho con sus ministros antes de tomar una decisión. Se dejaba asesorar, pero cuando tomaba una decisión era firme y no permitía fácilmente que le hicieran cambiar de opinión.
–Dice usted que es un hombre que quiso reformar España. ¿Lo llegó a conseguir o se quedó en el proceso?
–Al final de su vida, el Rey tenía una imagen bastante positiva de sí mismo y de lo que había conseguido durante su reinado. Estaba satisfecho con los avances reformistas, aunque evidentemente no consiguió todo lo que se había propuesto. Halló importante oposición en los sectores conservadores y ciertas reservas en las clases populares, que tenían una idea moral de la economía. En varios casos renunció a reformas porque consideraba que mantener el orden estaba por encima de la reforma. No obstante, en líneas generales dejó una España mejor de la que había encontrado.
Estatua ecuestre de Carlos III, en la Puerta del Sol de Madrid
–Al igual que en los asuntos políticos, tampoco dio grandes volantazos en su vida privada.
–También en su vida privada fue muy rutinario. La suya fue una corte muy tranquila, con poca animación y apenas con los escándalos que salpicaban la vida de otras cortes europeas.
–Existe una idea popular de Carlos III muy repetida de que él estaba reinando a gusto en el reino de Dos Sicilias y le resultó un fastidio tener que ocupar la turbulenta Corona española. ¿Hay algo de cierto?
–Nunca tuvo por ambición venir a reinar a España y fue educado para hacerlo en Italia. No obstante, cuando le tocó fue muy obediente con los designios de su dinastía y supo que era una gran oportunidad personal. Se caracteriza por ser un Rey muy profesional (de hecho llevaba más de dos décadas reinando en Italia), conocía perfectamente a donde venía y le ilusionaba poner en práctica su programa reformista en España. Lo que sí es cierto es que su esposa sí añoró Nápoles una vez instalada en Madrid.
«En varios casos renunció a reformas porque consideraba que mantener el orden estaba por encima de la reforma»
–Y en Italia, ¿cómo se le recuerda en la actualidad a Carlos III?
–Ha habido dos tipos de corrientes historiográficas en Italia sobre Carlos III. Están los historiadores que le han elogiado como el primer gran reformista que tuvo este territorio, que con él pasó de la entidad de virreinato al de reino; y los que le han criticado por quedarse corto en las reformas o poner por delante los intereses dinásticos. Cuando partió hacia España fue despedido de forma multitudinaria y popular. Creo que en Nápoles se tiene buen recuerdo de él hoy en día.
–La madre de Carlos III, Isabel de Farnesio, fue una mujer con gran protagonismo político, ¿cuánto hay de ella en el carácter del rey?
–Isabel fue una reina imponente. Tenía ambición por colocar a sus hijos en puestos protagonistas, pero eso no fue nunca en contra de los intereses de la Monarquía hispánica. Carlos vio en su madre una fuente de inspiración para hacer política, si bien no fue la principal, pues personajes como Bernardo Tanucci fueron sin duda más importantes. Eran dos personalidades diferentes. Carlos tenía templanza, era la profesionalidad; Isabel tenía pasión, era el temperamento.
–Uno de los hechos por los que es más recordado en política interior es la expulsión de los jesuitas de España. ¿A qué razones se debió?
–Es una medida a la que se le ha dado mucha importancia, pero que no fue lo más destacado del reinado. Él simplemente asumió una decisión que se respiraba en el ambiente internacional, puesto que en fechas recientes se había dado en Francia y Portugal. Se valió del papel de los jesuitas en el Motín de Esquilache para expulsarlos del país, aunque luego se descubrió que su implicación en esta revuelta no fue tan destacada. Eso sin olvidar que el Rey decidió la expulsión en connivencia con otras órdenes religiosas y con las fuerzas reformistas, ¿Las verdaderas razones? Como Rey absolutista ilustrado no podía permitirse que hubiera un Estado dentro del Estado, sobre todo cuando éste respondía directamente ante el Papa. Y no hay que olvidar que los jesuitas eran teóricos del regicidio.
–La primera figura que se vincula con las reformas de Carlos III es la de Esquilache. A la vista del destino de este ministro italiano, ¿se equivocó el Rey al darle tanto protagonismo?
–Esquilache hizo un buen trabajo como ministro, pero el partido «español», el motín de 1766 y el controvertido comportamiento de su mujer propiciaron su caída. El Rey se dio cuenta de que tenía que ofrecer la cabeza de Esquilache a cambio de tranquilidad en las calles. Es sensato decir que en los años posteriores al motín se ralentizó el programa de reformas, aunque nunca se paró del todo.
«América fue vista por Carlos III como la gran joya de la Corona que debía preservarse a toda costa»
–¿Cuál es el balance de la política exterior del Rey?
–Cuando Carlos hacía política exterior su máxima era «nada quiero pero que nada me quiten». Además, en su opinión América estaba poco explotada por la metrópolis y debía ser su salvación económica. Pensaba que la metrópolis tenía que aumentar su presencia en el imperio colonial y proteger sus intereses de los ingleses principalmente. América fue vista por Carlos III como la gran joya de la Corona que debía preservarse a toda costa con un buen Ejército y una buena Armada.
–Una decisión arriesgada en su política exterior fue apoyar a las 13 colonias, el germen de los EE.UU. España corría el riesgo de que se produjera un efecto contagio hacia su imperio.
–Fue una forma de debilitar a los ingleses, pero es cierto que a largo plazo estaba el riesgo de poner frente a los ojos de los criollos y de la aristocracia americana la idea de que podían independizarse si se daban ciertas circunstancias. Puede que el ejemplo norteamericano ayudara a prender el independentismo en Sudamérica.
Puerta de Alcalá, uno de los símbolos de la modernización llevada a cabo por Carlos III
–Los herederos de Carlos III, sobre todo su hijo Carlos IV, no estuvieron a la altura, ¿fue un problema de mala formación?
–Es cierto que Carlos IV no tenía la experiencia y el talento político de su padre, pero es que se las tuvo que ver con unas circunstancias internacionales muy duras a partir de la Revolución francesa. Además, Carlos III llegó al trono con el bagaje de haber reinado más de dos décadas en Italia, algo inédito en la historia de España. Pero me parece que es injusto situar a su heredero como un Rey plenamente inepto como ciertas corrientes historiográficas han supuesto. Por ejemplo, Carlos IV era un Monarca más culto que su padre y le hizo caso manteniendo a Floridablanca como primer ministro.
–¿Hubiera actuado diferente Carlos III ante los sucesos que se desencadenaron en Europa, con la Revolución francesa y las ambiciones imperiales posteriores de Napoleón?
–En un principio creo que hubiera hecho exactamente lo mismo que su hijo. Hubiera mantenido a Floridablanca como ministro principal y habría autorizado un cordón sanitario para evitar un efecto contagio con los sucesos revolucionarios de Francia. La coyuntura a la que se enfrentaron las grandes monarquías europeas a finales del siglo XVIII las puso al borde de la desaparición.
«Carlos IV era un Monarca más culto que su padre y es injusto situarle como un Rey plenamente inepto»
–Uno de los hechos más celebrados en el reinado de Carlos III es la revolución científica y artística que se vivió en España.
–En realidad ya empezó con su padre y con su hermanastro. Se inició una gran renovación científica, cultural y artística. Supuso el punto culminante de la ciencia española y de parte del mundo artístico, aunque siempre vigilando que estas actividades se hicieran desde ideas oficialistas. Es decir, hay un reformismo oficial que requiere la ayuda del mundo de la ciencia y la cultura para renovar España, pero al que se vigila para que no se salga de la línea marcada por la Corona.
–El análisis general que se hace de Carlos III en el libro es la de un hombre sin tacha alguna, ¿cuál se podría considerar una mancha en su biografía?
–Una cuestión muy controvertida es su papel durante el proceso de la Inquisición contra Pablo de Olavide, escritor, traductor, jurista y político español. Era un tipo muy osado y se creía amparado por el Rey; por eso precisamente la Inquisición quiso ponerle como un ejemplo de que nadie estaba por encima de esta institución. El Monarca decidió no defender a Olavide, entre otras cosas porque no era un grande de España y no era uno de sus ministros principales. No obstante, sigue siendo un tema abierto el por qué no le defendió aunque sabemos que la Corona decidió conscientemente no parar el proceso.
Fuente: ABC
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ResponderEliminarEl Estado es asi: trata de acaparar el control social en su mano y no permitir que existan otros poderes paralelos, y menos los populares. Por eso ya desde el XIV la Corona trató de destruir las organizaciones y administraciones populares originales y asumirlas para si.
ResponderEliminarEstaria bien si todo eso se hubiera hecho para darle felicidad al pueblo, sin embargo solo lo hacian para preservar sus privilegios y poder. Todo lo que se ha hecho a cargo de las coronas y poderes estatales ha sido eliminar el poder en el pueblo, su autonomia, autogestion, y supeditarles a sus ejercitos y sistemas de represion estatal. Para preservar su poder. El poder de la aristocracia y las castas que viven del Estado. obviamente. Algunos magnificamente. .