La Bastida: El misterio de la tumba 18
La Bastida está a la espera de la financiación que permita seguir desvelando los secretos que atesora este asentamiento de hace 4.000 años, al que comparan con la ciudad de TroyaCorre el año 2200 antes de Cristo. El ocaso se cierne sobre el Imperio Antiguo de Egipto y sus pirámides; no muy lejos, Mesopotamia también entra en declive tras vivir una época dorada con el poderoso Sargón de Akkad, fundador del imperio acadio. Pero a miles de kilómetros, en el sureste de la península ibérica, otra sociedad florece encaramada en una colina, entre la rambla de Lébor y el barranco Salado. La Bastida, en Totana, conocida popularmente como la Troya de Murcia, todavía sorprende hoy a los arqueólogos porque supuso una ruptura con el mundo que se conocía entonces, al inicio de la Edad del Bronce, en la Europa Occidental. Claro que hubo en épocas anteriores otros asentamientos complejos (como Los Millares en Almería o, más próximo, el de Cabezo Cueva del Plomo, cerca de Bolnuevo), pero no tan monumentales y desarrollados en sus trazados, y menos aún con esa especialización en arquitectura militar. Así, La Bastida surge, aún en la prehistoria, como una poderosa ciudad, habitada por mil almas y protegida por una imponente muralla, capital de unos dominios que se extendían por el Valle del Guadalentín, probablemente desde Mazarrón a Barqueros. Para buscar algo parecido hay que mirar hacia Oriente, de ahí la comparación con la legendaria ciudad citada en La Iliada. «Solo le falta la escritura para entrar en el club de las grandes civilizaciones», remarca Rafael Micó, uno de los cuatro codirectores del proyecto La Bastida. Puede que ésta sea la próxima sorpresa que arroje el yacimiento, aún con secretos por desvelar.
¿Quién ideó esa urbe tan bien amurallada? ¿Por qué se eligió ese emplazamiento en un cerro perdido? ¿Tenían enemigos? ¿De dónde procedía su alta cualificación militar? ¿Cómo vivían y de qué morían los habitantes de esa ciudad? ¿Por qué desapareció? La campaña de trabajos llevada a cabo durante los últimos cuatro años (2009-2012) ha permitido dar respuesta a algunas de esas cuestiones. Pero sobre La Bastida aún sobrevuelan muchos interrogantes, que los expertos esperan resolver si llegan los fondos para seguir adelante con las investigaciones. Porque, de momento, las labores se mantienen al ralentí con las únicas aportaciones de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), mientras se espera que cristalicen las promesas de la Administración para seguir financiando los trabajos. A la vez, se busca ayuda privada procedente de empresas de la zona, para abrir más el abanico de posibilidades. Micó considera que «las perspectivas son buenas» y confía en que en breve se disponga de un presupuesto cerrado con el que seguir adelante y evitar que el abandono se repita en La Bastida. Porque este yacimiento, conocido desde 1869, «ha sido maltratado debido al expolio y a que no ha habido una continuidad en la excavación y en la conservación».
La Bastida, perteneciente a la cultura argárica, una sociedad urbana, guerrera y con conocimientos avanzados en metalurgia y cerámica, ha recuperado protagonismo gracias al trabajo emprendido por el equipo de la UAB que codirigen, además de Micó, Vicente Lull, Roberto Risch y Cristina Rihuete. En la campaña que acaban de terminar han aflorado vestigios que permiten arrojar luz sobre esta comunidad, una de las más grandes de la época. Queda claro que un grupo dominante, del que no se descarta vínculos con Oriente, decidió levantar la ciudad en ese cerro de la sierra de Tercia porque su ubicación estratégica les aseguraba una buena protección, pese a encontrarse alejada de las zonas de cultivo y pastoreo. En esta «guarida», como la define Rafael Micó, podrían mantener a salvo su estatus a costa de someter a otras aldeas de menor rango de los alrededores, que debían pagarles tributos en forma de materias primas y a cambio de no ser atacadas. Porque el Argar es otro mundo, del que desaparece el modelo de convivencia anterior basado en que todos los individuos colaboran en las mismas condiciones por el bien y la prosperidad de la comunidad. Esa filosofía cooperativa se rompe ahora, y se impone un sistema desigual en el que es la clase dominante la que ostenta sus privilegios apoyándose en la fuerza, la violencia y la explotación.
Los arqueólogos que han estudiado La Bastida se decantan por la hipótesis de que ese grupo trajo consigo unos conocimientos militares que le permitieron levantar el sistema defensivo que ha salido a la luz en esta campaña. Micó comenta que los casos más parecidos de construcciones militares se han hallado en Palestina, Israel y Jordania, además de la ciudad de Troya. Esa posición de dominio hace pensar a los investigadores que, en sus buenos tiempos, el yacimiento de Totana ejerció como una auténtica capital, que custodiaba un amplio territorio formado por pequeños núcleos que abastecían de alimentos y herramientas a la urbe. No muy lejos también se ha localizado y excavado La Tira del Lienzo, un poblado secundario que ejerció labores de apoyo a La Bastida para el control administrativo de los bienes.
Una muralla maciza
La muralla protege, de arriba a abajo de la montaña, el lado norte del asentamiento, el menos resguardado, ya que los otros flancos están cubiertos por los cauces de la rambla de Lébor y el barranco Salado. Pero no es un recinto fortificado como los que se conocían hasta entonces en esta parte del continente. «En el Cabezo del Plomo, por ejemplo, sus habitantes forman una sociedad doméstica que se parapeta detrás de unos muros. Pero La Bastida es otra cosa. Se trata de una fortificación espectacular con una muralla dotada de torres cuadradas y macizas», indica Micó. Sus constructores demuestran tener conocimientos en poliorcética, el arte de atacar y defender las plazas fuertes. Los arqueólogos han encontrado una puerta en recodo, lo que en caso de invasión dificulta la entrada del enemigo. Y no solo eso, también se ha descubierto una poterna, una puerta secundaria camuflada en la muralla que permite atacar a traición a los adversarios.
De la sociedad violenta que habitó esta capital argárica dan cuenta también los ajuares hallados en las tumbas. «Antes había muchos objetos que podían hacer daño, como un cuchillo o un punzón. Pero ahora se diseñan las primeras armas de la prehistoria, fabricadas expresamente para matar, como alabardas y espadas», indica el codirector de las excavaciones y catedrático de la UAB. Estos objetos forman parte de los ornatos que acompañan al más allá, siempre en tumbas de hombres. En el Argar, los muertos reciben sepultura bajo las casas, generalmente en cistas y vasijas de barro. Pero no todos. Los investigadores tratan de averiguar por qué solo una minoría era enterrada dentro del poblado, debajo de las viviendas. «Desde luego no era una cuestión de clases, porque hemos encontrado tumbas con ajuares más o menos ricos. Puede que solo fueran sepultados miembros de determinados linajes», avanza el catedrático de Prehistoria.
El equipo de La Bastida ha excavado 83 sepulturas que han mostrado una enriquecedora información. Por ejemplo, que la mortalidad infantil era muy elevada, ya que el 40% no llegaba a cumplir el año de vida, y que el destete de los infantes se producía entre el tercer y el duocécimo mes. Eso hace pensar que la natalidad también registraba niveles altos, debido a que cuando la mujer deja de amamantar, su cuerpo vuelve a generar la hormona que permite la ovulación. Los investigadores también han encontrado huesos con marcas de traumatismo por golpes o armas blancas, y señales de enfermedades infecciosas, como la meningitis, lo que puede vislumbrar cuáles eran las condiciones de salubridad del poblado. La mayoría de los enterramientos eran individuales; si aparecen dobles son, por lo general, de adultos de distinto sexo, de adulto y niño o de dos niños. La tumba que más intriga es la marcada con el número 18. Es un caso único porque han aparecido los cuerpos de dos guerreros. Las pruebas de ADN no han permitido aclarar si eran hermanos o guardaban otro parentesco. Los expertos no descartan que pueda tratarse de una pareja homosexual, y sustentan esta hipótesis en el hecho de que a los pies de la vasija que contenía los huesos de ambos hombres apareció un cenotafio, esto es, una tumba pero sin restos humanos, lo que ha hecho suponer que este elemento simboliza una «unión estéril».
La tumba 18 es un misterio, pero La Bastida atesora más incógnitas. Así no está aún del todo claro cómo desapareció esa gran ciudad. En sus cuatro hectáreas y media vivían unas mil personas. El cerro se aterrazó para levantar las casas, separadas por estrechísimos callejones. Para hacerse una idea, desde lejos el asentamiento ofrecería una estampa parecida a la que muestra Mojácar, colgada en una ladera. Las viviendas estudiadas son de planta alargada, «sólidas y bien construidas», de entre 20 y 90 metros cuadrados con paredes enlucidas con barro y cal. Dentro se han localizado zonas de talleres para la elaboración de vestidos, cerámica, objetos de hueso... También ha salido a la luz una balsa monumental con capacidad para 300.000 litros de agua, la más grande de Europa. La zona excavada y documentada corresponde a un barrio de «la clase intermedia». Por encima (un 10% de la población) se situaría la casta privilegiada, y en el último escalón, la servidumbre y los esclavos (un 40% del censo). Micó explica que en el asentamiento no se han hallado, de momento, zonas públicas, como plazas, templos o lugares de decisión política. Eso sí, los investigadores pretenden ampliar los trabajos (si llega el dinero) a la zona alta del cerro, donde residiría la élite. Esa área podría arrojar nuevos detalles acerca de aquel grupo dominante con conocimientos militares que 'fundó' el poblado. Hay algunos indicios que apuntan por ese camino. Por ejemplo, los restos de un edificio de grandes dimensiones y una cámara de piedra (de dos metros de largo por uno de ancho) que contenía los restos de una mujer con un rico ajuar. Esta es la tumba más importante localizada hasta el momento.
En esa sociedad clasista, la mujer ocupaba «un papel importante en la transferencia de los derechos y en la gestión del poblado». El catedrático de Prehistoria señala que era una comunidad «matrilocal». Esto es, las mujeres «nacían y se criaban con sus familiares femeninos en la ciudad, y los que se marchaban cuando se casaban solían ser los hombres». El modelo apenas tuvo que cambiar en los seis siglos que perduró La Bastida. Las investigaciones apuntan a que fue una sociedad rígida, centralista y estandarizada hasta en los últimos detalles, como demuestra la cerámica hallada en la excavación. En esos seiscientos años, los modelos de vasijas no variaron. El control de sus dirigentes llegó hasta ese extremo.
Lo que no pudo evitar esa poderosa casta privilegiada fue que a La Bastida también le llegara su fin. Hacia el año 1600 antes de Cristo se abandonó el asentamiento. Desde luego, no fue por un hecho violento, por ejemplo, una invasión, porque no se han hallado indicios de casas arrasadas por el fuego. Sus habitantes se mancharon casi con lo puesto: los utensilios, pertenencias y objetos menos pesados que pudieron llevar con ellos. El despoblamiento se produjo en poco tiempo. Hay quien apunta a que La Bastida creció tanto que terminó por agotar los recursos naturales del entorno. Esa crisis ambiental, unida a una revuelta social, pudo provocar el colapso definitivo. «Fue una bomba, porque se desplomó todo el sistema y organización territorial», remarca Micó. Los habitantes se desperdigaron, en un regreso al modelo anterior de subsistencia, y La Bastida no volvió a florecer nunca más. Hasta ahora, que sale a la luz su legado.
Por: MIGUEL RUBIO
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