Josef Mengele: El Ángel de la Muerte

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Desde hacer crueles pruebas con gemelos hasta usar a una familia con enanismo para su diversión personal, el «Ángel de la muerte» no conocía la compasión

El nombre de Josef Mengele siempre ha sido sinónimo de sadismo y crueldad. Conocido también por el apodo de «Ángel de la Muerte», este médico nazi realizó durante años despiadados experimentos en humanos con la firme intención no sólo de erradicar a los que consideraba «inferiores», sino también de buscar la perpetuación y proliferación de la raza aria
De esta forma, Mengele acabó fríamente con la vida de cientos de miles de personas en el campo de concentración de Auschwitz, donde también llevó a cabo multitud de pruebas en gemelos recién nacidos, sus preferidos para investigar. Durante años, este mal llamado doctor fue el terror de los judíos enviados a este centro de exterminio polaco.

Niñez: el «bueno» de Josef

«Josef Mengele nació en 1911 en Günzburg, Baviera, en el seno de una acomodada familia católica», explica el escritor y periodista Óscar Herradón en su libro «La orden negra: El ejército pagano del III Reich» editado por «Edaf». El joven Josef era conocido en su pequeño pueblo por su alegría, su inteligencia, y unas ansias terribles de superación. A su vez, destacaba por la gran pasión que sentía hacia la música y el arte –de hecho, llegó incluso a escribir una obra de teatro que fue representada en su juventud-.
En contraposición con los actos que cometería sólo unos pocos años después, tal era su espíritu solidario que llegó a inscribirse en la «Cruz Roja» y en varios grupos juveniles similares. No obstante, pronto desarrollaría un gran interés por la antropología, algo que marcaría su vida para siempre.
«De niño, también hubo ocasiones en las que se escapó por los pelos de enfermedades y accidentes. A los 6 años (…) se cayó en un profundo barril de agua de lluvia y estuvo a punto de ahogarse. También padeció un terrible ataque de envenenamiento en sangre. En 1926 el médico de la familia le diagnosticó osteomielitis, una inflamación de la médula ósea (…) que (te) puede dejar tullido en casos graves, pero a él no le produjo ninguna discapacidad significativa», explican por su parte Gerald L. Posner y John Ware en su libro «Mengele. El médico de los experimentos de Hitler».

Primeros pensamientos asesinos

A los 20 años su interés por la medicina se hizo patente, aunque en una rama que no tenía tanto que ver con curar enfermedades. Concretamente, pronto se centraría en el estudio de los orígenes culturales y el desarrollo del ser humano, además de en la paleontología y la antropología.
«Es difícil concretar con precisión qué corrompió la mente de (…) Mengele. Probablemente fue la combinación entre el ambiente político y su interés real en la genética y la evolución la que coincidió con el concepto (…) de que algunos seres humanos con trastornos no eran aptos para reproducirse, ni siquiera para vivir», determinan los autores anglófonos.
A esas ideas Mengele sumó las del doctor Ernest Rudin, personaje al que admiraba, y cuya mentalidad era la de que los médicos debían apiadarse de aquellos cuya vida no tuviera valor matándolos. De hecho, este médico fue el que sentó las bases de la ley de esterilización obligatoria promovida por el nazismo. Según la misma, todos aquellos que tuvieran, entre otras dolencias, esquizofrenia, imbecilidad o deformidades físicas, debían ser asesinados para preservar la raza aria.

Seguidor oficial de Hitler

En todo caso, el «Ángel de la muerte» pronto se encontró tratando de conseguir el doctorado en antropología y el título de médico, estudios que compaginaba con actividades ligadas al partido nazi de Hitler. «En mayo de 1937 presentó la solicitud y a su debido tiempo se convirtió en el miembro número 5.574.974», determinan Posner y Ware.
Una vez dentro del nazismo, las influencias y los conocimientos de Mengele sobre la evolución humana -afirmaba que podía saber la raza de una persona analizando las facciones de su cara- le granjearon un rápido ascenso. De esta forma, y con tan sólo 27 años, fue aceptado en las SS después de confirmarse que sus antepasados eran arios.
Poco después, en 1942, fue enviado al frente, donde ejerció, entre otras cosas, de médico de campaña. En batalla, llegó incluso a conseguir varias medallas por la valentía mostrada en acto de servicio. De esta forma, Josef Mengele se convertiría en toda una leyenda viva para los miembros de las SS.

Auschwitz, campo de pruebas de Mengele

No obstante, este sádico doctor tuvo que esperar todavía un tiempo hasta que, ya con rango de capitán, se le concedió un puesto como médico en el campo de concentración de Auschwitz. Ser enviado a este lugar era un sueño hecho realidad para Mengele, pues significaba que podía llevar a cabo todos los crueles experimentos que deseara.
«El verdadero laboratorio de pruebas humanas de Mengele sería el campo de concentración de Auschwitz, a donde llegaría en calidad de médico oficial el 24 de mayo de 1943», determina por su parte Óscar Herradón.
Por aquel entonces, este campamento albergaba más de 140.000 prisioneros y podía acabar con casi 9.000 vidas humanas al día haciendo uso de sus cámaras de gas. De hecho, se calcula que en este centro de muerte murieron aproximadamente 2.000.000 de personas (el equivalente a la población total de Letonia).

Una sádica forma de eliminar el tifus

Nada más llegar al campo, el «Ángel de la muerte» consiguió hacerse famoso entre reclusos y soldados alemanes al solucionar de forma radical un problema que llevaba meses asolando Auschwitz: el tifus. «Unos días después de su llegada, cuando Auschwitz estaba en medio de la agonía de una de las muchas epidemias de tifus, Mengele se creó fama de ser eficaz de forma radical y despiadada», determinan Posner y Ware.

Este sádico doctor decidió que, para detener la epidemia, debía enviar a las cámaras de gas a 1.600 gitanos y judíos (tanto hombres como mujeres y niños) que tuvieran cualquier síntoma de tifus. Algo que, según narran algunos supervivientes, hizo con total frialdad.
Sin embargo, esta no fue la única medida que llevó a cabo el «Ángel de la muerte». «Según la doctora Ella Lingens, una médico austríaca enviada a Auschwitz, envió a la cámara de gas a todo un barracón de judías, 600 mujeres, y lo hizo limpiar. Luego lo hizo desinfectar de arriba abajo. Después, puso bañeras entre este barracón y el siguiente, sacó a las mujeres del siguiente para que las desinfectaran y las envió al barracón limpio. Allí les dieron un camisón limpio y nuevo. El barracón siguiente se limpió de la misma manera. Fin del tifus. Lo triste es que no pudieran meter en ningún lado a las 600 primeras», explican Posner y Ware en el texto.

Pruebas con gemelos

Pero lo que verdaderamente llamaba la atención de Mengele era la experimentación con gemelos. Concretamente, el interés por este tipo de sujetos se lo había suscitado uno de sus mentores: Eugen Fischer: «Para el citado Fischer, la experimentación con gemelos era el instrumento de investigación más importante en relación a la llamada “higiene racial”», determina Herradón.
«Los médicos nazis pretendían “clonar” una nueva raza muchas décadas antes de que se descubriera la secuencia completa del ADN humano. Creían que en los gemelos estaba la clave para la reproducción selectiva de la raza aria», señala el periodista español en su libro. Es decir, buscaban que las madres alemanas pudieran dar a luz a multitud de hijos arios que reemplazaran a las razas inferiores.
Al cruel doctor le encantaba realizar pruebas de radiación y resistencia del dolor en humanos. Para todos estos fines resultaban muy útiles los gemelos, pues multiplicaban las posibilidades de estudio, ya que, si uno fallecía durante los experimentos, se podía continuar la investigación con su hermano.
«En una ocasión trató los ojos de cuatro parejas de gemelos de origen gitano que había asesinado y los envió al Instituto Kaiser Wilhelm, donde servirían a un tal doctor Magnussen para un ensayo que estaba escribiendo sobre el tema», explica Herradón sobre el «Ángel de la muerte».
«En otra ocasión infectó a gemelos judíos y húngaros con bacterias de fiebre tifoidea y les extrajo sangre en varias etapas siguiendo el curso de la enfermedad hasta su muerte. Pretendía comprobar en ellos las similitudes anatómicas y sus reacciones a determinados experimentos. Tras ello, los diseccionaba», añade el experto.
Sin embargo, sus experimentos todavía podían llegar a ser más inhumanos, sobre todo los que realizaba en bebés (sus sujetos favoritos de estudio). «El culmen de su depravación llegó en el momento en que pretendió “crear” siameses: escogió a dos niños gemelos de cuatro años -uno de ellos jorobado-, que respondían al nombre de Guido y Nino. Cuando fueron devueltos a los barracones dos días después, estaban cosidos por la espalda hasta las muñecas, unidos incluso por las venas. La gangrena se había apoderado de sus cuerpos y el olor (…) era insoportable», señala el experto.

Mengele y los Ovitz

A su vez, y aunque este maléfico médico estaba obsesionado con la experimentación en gemelos, también llevó a cabo multitud de pruebas en personas con malformaciones genéticas. De ellas, pretendía averiguar si los problemas genéticos eran hereditarios o tenían alguna relación con la raza.
«Tristemente célebres entre las “cobayas” de Mengele fueron siete enanos de la familia Ovitz, judíos rumanos que trabajaban para una compañía circense llamada “Liliput Troupe” y que viajaban por los países del Este de Europa interpretando jazz y realizando espectáculos», determina el periodista español. Al parecer, el «Ángel de la muerte» sintió tanta curiosidad por ellos que les realizó todo tipo de pruebas entre las que se destacaron la extracción de médula ósea o la inserción de agua hirviendo a través de los oídos.
A pesar de todo, esta familia con enanismo logró salvarse y mantenerse viva entreteniendo a este loco doctor nazi. Para ello, cantaban en las ocasiones especiales canciones en alemán y actuaban para los oficiales del campo. Finalmente, y por suerte, lograron volver a su natal Transilvania una vez liberado el campo de Auschwitz.

Una curiosa huída y una misteriosa muerte

La suerte de Mengele, sin embargo, cambió en 1945, cuando los oficiales nazis del campo de concentración recibieron el aviso de que debían abandonar Auschwitz y destruir todas las pruebas incriminatorias de sus múltiples crímenes. Y es que los rusos se acercaban peligrosamente liberando a su paso todos los centros de exterminio que encontraban.
El 17 de enero el «Ángel de la muerte», el mismo que sólo 3 años antes habías hecho todo lo que estaba en su mano para ser destinado en Auschwitz, abandonó el campo de concentración para salvar su vida. Con unos escasos 10 días de ventaja sobre el ejército rojo, se trasladó a otro centro de exterminio a 300 kilómetros, sin embargo, tuvo que volver a huir al saber que los enemigos volvían a caer sobre él.
A partir de este momento la historia se torna algo confusa. Según la versión más extendida, Mengele huyó disfrazado de soldado de la Wehrmacht (fuerzas armadas alemanas) tras abandonar su uniforme de las SS. Sin embargo, fue capturado por los aliados que, al no conocer su identidad, le dejaron en libertad.
En este caso el destino le sonrió, pues pocos meses después, en abril de 1945, fue identificado como uno de los principales criminales de guerra nazis y se encontraba en las listas de la Comisión de Crímenes de Guerra de Naciones Unidas. A partir de ese momento, los aliados nunca detuvieron su búsqueda.
Tras su improvisada liberación habría partido hasta Argentina y Paraguay, siempre bajo la presión de estar perseguido por decenas de servicios secretos de todo el mundo. A partir de entonces, se cree que vivió bajo la protección de familias alemanas en Latinoamérica, para lo cual utilizaba un nombre y apellido falsos.
Su muerte, al igual que su huída, no pudo ser más misteriosa. Al parecer, se produjo a principios de 1979 cuando vivía junto a la familia Bossert, como bien explican Posner y Ware. Según los autores, el 7 de febrero a las 3 de la tarde Mengele salió a dar un paseo junto a la playa con varios de sus encubridores.
«Alrededor de las 4.30 de la tarde, para refrescarse del sol abrasador, Mengele decidió probar las suaves olas de Atlántico. Diez minutos después, se encontraba luchando por su vida. El joven Andreas Bossert fue el primero que lo vio (…) Alertado por su hijo, Wolfram Bossert levantó la vista y vio un movimiento violento del mar. Le preguntó a Mengele si se encontraba bien. La única respuesta fue una mueca de dolor. Bossert se metió en el mar y nadó a la mayor velocidad que pudo para rescatar a su amigo. Cuando llegó (…) la parálisis le había agarrotado el cuerpo», explican los autores anglófonos en su libro. Mengele, tras realizar miles de torturas y protagonizar una huída de película, había fallecido.

Cinco preguntas a Óscar Herradón

Unknown

Historia y Arqueología. Publicación digital de divulgación cultural.

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