¿FORMÓ PARTE EL NOROESTE DE HISPANIA DE UN “GULAG” ROMANO DE HACE 2000 AÑOS?
Fotografía 1 (Orejas, A.; 1992): Corona de Quintanilla, en la Maragatería leonesa, solar de los ástures orniacos.
¿Castro minero indígena o presidio romano?.
INTRODUCCIÓN.
En 1973 D. Aleksandr Solzhenitsyn, disidente soviético que había pasado 11 años de su vida en los campos de trabajo de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y futuro premio Nobel, publicó un estremecedor libro titulado “Archipiélago Gulag”, en el que describía la estructura de represión del estado estalinista ruso.
Según las propias palabras del autor, los campos de trabajo soviéticos formaban “un sorprendente país de geografía dispersa como la de un archipiélago y, al mismo tiempo, con una presencia en las mentes tan compacta como la de un continente, un país casi invisible, poblado de la estirpe de los zeks…
…Cierto que, el Archipiélago Gulag, que se extiende sobre la misma superficie que la Unión de los Soviets, está por debajo de ésta en cuanto a número de habitantes. La cifra exacta de población del Archipiélago es un dato para nosotros insondable. Podemos dar por válido que en los campos nunca hubiera simultáneamente más de doce millones de reclusos (cuando a unos se los tragaba la tierra, la Máquina iba trayendo otros). Y de ellos, la mitad escasa serían presos políticos. ¿Seis millones? Pues bien, entonces es como un país pequeño, como Suecia o Grecia, donde mucha gente se conoce…”
La palabra "Gulag" es el acrónimo de la expresión rusa “Dirección General de Campos de Trabajo”. El vocablo Gulag - según la definición propuesta por la escritora Anne Applebaum - ha terminado denominando no sólo la administración de los campos de concentración soviéticos, sino también al sistema de trabajos forzados en sí mismo, en todas sus formas y variedades: campos de trabajo, de castigo, de criminales y políticos, de mujeres, de niños o de tránsito. O incluso más, los prisioneros en alguna ocasión lo llamaron triturador de carne: las detenciones, los interrogatorios, el transporte en vehículos de ganado, el trabajo forzoso, la destrucción de familias, los años perdidos en el exilio, las muertes prematuras e innecesarias.
Ahora bien: ¿Qué tienen que ver los campos de trabajo siberianos con el noroeste de HISPANIA durante la época romana, se preguntará el sorprendido lector de este “post”?. La respuesta a esta pregunta es muy sencilla: salvando las notorias diferencias propias de épocas tan alejadas cronológicamente (sobre todo demográficas), cada vez vamos encontrando más paralelismos entre las situaciones que pudieron vivirse en ambas localizaciones, tan distantes desde el punto de vista geográfico y desde el punto de vista temporal. A continuación procederemos a argumentar en detalle tan sorprendente manifestación.
Hace poco más de 2000 años, los romanos libraron la última guerra de conquista que emprendieron en HISPANIA, una guerra que otorgó a OCTAVIO AVGVSTO, primer emperador romano, el control total del único sector de la Península Ibérica que quedaba por someter a las armas romanas. Sabemos por las fuentes greco-latinas que, inmediatamente terminada la conquista, ASTVRIA se convirtió en uno de los principales proveedores de oro del Imperio.
Sin embargo, el oro no fue el único mineral aprovechado por los romanos en el área recién sometida; también se conocen en el noroeste peninsular importantes explotaciones, datadas en época romana, de plata (Cantabria), hierro (Sierra de la Culebra zamorana, Peña Cabarga, Cabárceno y Sierra Gándara en Cantabria, etc.,) y otros recursos minerales, como es el caso de la sal (Villafáfila, en Zamora), el plomo (Reocín y Mercadalen, en Cantabria), el cobre (Cangas de Onís, Cervera de Pisuerga, etc.) o el estaño (país de los Ártabros, en Galicia).
Todas las explotaciones mineras mencionadas se encuentran desperdigadas por un amplio territorio actualmente englobado dentro de las provincias gallegas, Asturias, Santander, León y Zamora ("Sobre la riqueza minera de toda Hispania, en general, escribe Plinio (NH 3,30;): «Casi toda Hispania abunda en yacimientos de plomo, hierro, cobre, plata, y oro. La Citerior produce también espejuelo, así como la Bética minio. Hay también canteras de mármol». Frases como éstas se leen en otros párrafos de su Historia Natural (37, 203)". Cita extractada de BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, J. M.: "Fuentes literarias griegas y romanas referentes a las explotaciones mineras de la Hispania romana". VI Congreso Internacional de Minería: "La Minería Hispana e Iberoamericana". Contribución a su investigación histórica. Estudios –Fuentes–Bibliografía, León 1970, vol. 1, pp. 117-150).
En anteriores publicaciones venimos defendiendo la teoría de que la impresionante red de calzadas desplegada por los romanos en el noroeste de HISPANIA se proyectó y construyó con el objetivo concreto y prácticamente exclusivo de poner en explotación los recursos mineros existentes en la zona recién conquistada. Según nuestra visión de los hechos, la construcción de las calzadas se habría hecho totalmente imprescindible para posibilitar la puesta en marcha de la logística necesaria para mantener en funcionamiento las explotaciones mineras del noroeste hispano, de insustituible valor estratégico para AVGVSTO, teniendo como papel secundario facilitar el transporte de las materias primas extraídas hacia la metrópoli.
Fotografía 2 (http://gemina.nl/).
Basamos, en una primera instancia, nuestra hipótesis en que para transportar hasta el punto de embarque marítimo hacia Roma, fuese cual fuese el elegido, los aproximadamente 6.500 Kg anuales de oro que, según cuenta PLINIO (y refrendan los resultados de las modernas investigaciones), se extraían anualmente de todo el noroeste de HISPANIA en las épocas más fructíferas, bastaría con aparejar una reata de 25-50 mulas, que no precisan de carreteras para su desplazamiento ni aún en plena temporada de lluvias. La carga usualmente transportada a lomos de una mula es de 150 Kg, aunque puede incrementarse hasta casi el doble si los animales se aparejan en “turega” (para los interesados en saber más sobre el fascinante mundo de la arriería, tan consustancial a la Maragatería leonesa, dejamos el siguiente enlace, cuya lectura recomendamos: "A lomo de Mula" editado por Bancafé, Bogotá 2004. Autor Germán Ferro Medina).
Sin embargo, el trabajo a realizar en las minas, aunque fuera asistido por una imponente y altamente eficiente infraestructura hidráulica, como fue el caso, exigió la presencia en el noroeste hispano de una mano de obra muy nutrida, cuya intensiva dedicación a los trabajos extractivos habría causado una dependencia total de la misma de recursos externos para cubrir sus necesidades más vitales, fundamentalmente las relativas a su manutención. El aporte ininterrumpido hacia las áreas mineras de miles de toneladas de alimentos año tras año, unido a la necesidad de transportar otras diversas mercancías destinadas a mantener las explotaciones en funcionamiento, y a otras motivaciones entre las que cabe citar el facilitar los desplazamientos militares y la arribada continua de nuevos contingentes de trabajadores que suplieran las bajas que se fueran produciendo en las minas (frecuentes, sin duda, dada la dureza y la peligrosidad de muchas de las tareas a realizar), sí habría requerido un intenso tráfico carretero, tráfico que sólo podía llevarse a cabo de forma ininterrumpida, tanto en verano como en invierno, disponiendo de infraestructuras viarias bien diseñadas y cimentadas, como fueron las calzadas romanas.
Por otra parte, por los motivos que más adelante se expondrán, mantenemos el convencimiento de que la mano de obra empleada por los romanos en las minas estuvo en gran medida conformada por trabajadores forzados, sobre todo en los momentos iniciales de puesta en marcha del coto minero del noroeste hispano, lo que haría necesaria la presencia de una no desdeñable guarnición en la zona para la custodia y control de las masas de esclavos y/o reclusos destinados a realizar los trabajos más duros. Como veremos más adelante, los romanos, con su característico y asombroso enfoque práctico, habrían minimizado al máximo, a medio plazo, las necesidades de personal militar para la custodia de los reos.
Finalmente, el funcionamiento de las explotaciones también precisaría de la presencia de personal especializado en labores de ingeniería y administración. Todo este personal también dependería del exterior para cubrir sus necesidades alimentarias, pues dedicaría todo su horario laboral a cumplir sus cometidos profesionales específicos.
La población local libre existente en las zonas mineras, que debió existir en mayor o menor número durante toda la vida de las explotaciones, según nuestro parecer, no podría producir “in situ” alimentos para todo el contingente antes aludido, dadas las características fisiográficas y climatológicas del entorno donde se asentaba (comarcas montañosas de El Bierzo, La Maragatería, etc.).
La visión general de este retazo de historia que proponemos, explicaría muy satisfactoriamente por qué durante más de medio siglo Roma mantuvo en HISPANIA un inusitadamente importante contingente legionario tras la finalización de las Guerras Cántabras, a pesar de que desde los tiempos de AVGVSTO el ejército romano en su conjunto fue bastante reducido (28 legiones más las correspondientes tropas auxiliares, que quedaron reducidas a 25 tras el desastre de VARVS en GERMANIA - Bringmann, K., Augusto. 2007, Herder. -), y las necesidades a cubrir por el mismo muy grandes, dada la notoria extensión de las fronteras del Imperio Romano.
Fotografía 3 (http://gemina.nl/).
Los lectores que deseen disponer de una información más detallada sobre las unidades militares destacadas en HISPANIA a partir de época augustea, pueden consultar, entre otros trabajos, las magníficas revisiones sobre el tema elaboradas por los siguientes autores: GARCÍA Y BELLIDO, A.: "El exercitus hispanicus desde Augusto a Vespasiano". Archivo Español de Arqueología 34, nº 103-104, 1961. pp. 114-160; CARRETERO VAQUERO, S.: "El ejército romano del noroeste peninsular". Gladius, 19, Madrid, 1999. pp. 143-156; SOLANA SÁINZ, J. M.: “La pacificación de los pueblos del norte de Hispania”, HAnt XXVIII-2004, pp. 25-70; SANTOS YANGUAS, N.: “El final de las guerras astur-cántabras y la desmilitarización del ejército romano en territorio de los astures”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, t. 17, 2004-2005, pp. 237-250; MORILLO CERDÁN, A. y MARTÍN HERNÁNDEZ, E.: “El ejército romano en la Península Ibérica. De la «arqueología filológica» a la arqueología militar romana”, Estudios Humanísticos. Historia. Nº 4, 2005, pp. 177-207).
De acuerdo con nuestra composición de lugar, inspirada en un primer momento por las evidencias observadas sobre el terreno durante los últimos años relacionadas con la construcción y desarrollo de la red viaria romana en la provincia de Zamora y su entorno, y por el análisis detallado del territorio objeto de estudio con ayuda de herramientas SIG, desde la finalización definitiva del conflicto bélico, que según las fuentes greco-latinas se debe fechar de forma incuestionable en el año 19 d.C., seis legiones acantonadas en el noroeste de HISPANIA tras la finalización de las Guerras Cántabras habrían estado realizando mayoritariamente funciones directamente relacionadas con el diseño, el replanteo y la construcción de las infraestructuras necesarias para explotar la extraordinaria riqueza minera del área recién conquistada.
La magnitud de las obras afrontadas, y la enorme extensión del territorio sobre el que se intervino (considerando la construcción de vías logísticas y de acceso a los yacimientos auríferos, la ejecución de las complejas y vastísimas infraestructuras hidráulicas asociadas a las explotaciones mineras y los propios tajos mineros), justifican sobradamente la presencia de seis legiones en HISPANIA, más sus correspondientes unidades auxiliares, durante los años inmediatamente posteriores a la campaña de conquista.
En el año 9 d.C., tras la CLADES de VARVS, AVGVSTO se vio obligado a reducir el contingente ibérico a tres legiones, apoyadas por sus respectivos AVXILIA, por imperiosas necesidades de defensa de las fronteras (las legiones II AGVSTA, V ALAVDAE y, posiblemente, la VIIII HISPANA fueron desplazadas al LIMES del Rin y al ILLYRICVM alrededor del 9 d.C. - la VIIII pudo ser destacada a la última localización reseñada algo antes de dicha fecha -), tras permanecer no menos de 35 años en HISPANIA, 28 de los cuales corresponderían al periodo de posguerra.
Por su parte, las legiones IIII MACEDONICA, VI VICTRIX y X GEMINA continuaron teniendo su base en la Península Ibérica de forma más o menos ininterrumpida hasta el 39 d.C. (legión IIII) y el 70 d.C. (VI y X). A partir de la década de los 70 del siglo I, la única legión que permaneció en suelo hispano fue la VII GEMINA, reclutada por GALBA en el 68 d.C.
Si tenemos en cuenta la “guerra total” que practicaban los romanos (concepto heredado posteriormente por la cultura occidental - PARKER, G.: “Cómo hacen la guerra los occidentales”, The Quarterly Journal of Military History, 8, 1996, pp. 86-95 - ), que eliminaba radicalmente toda oposición tras la victoria de sus armas, y se considera que todas las fuentes clásicas coinciden en que, tras el 19 d.C., HISPANIA quedó totalmente pacificada, no hay ninguna base mínimamente sólida para justificar la presencia de tantos efectivos legionarios durante tan dilatado periodo de tiempo por motivos de índole estrictamente militar.
Sin embargo, las evidencias que permiten constatar de forma incontestable, 2000 años después de sucedidos los hechos, la remoción de millones de toneladas de áridos en época romana en las áreas mineras y en las canteras de arenisca y de caliza que surtieron la piedra necesaria para edificar y cimentar las calzadas que unieron el nuevo gran coto minero de Augusto con los centros de importación de recursos logísticos (Tierra de Campos, en lo que se refiere al importantísimo capítulo de la producción de cereales), explican muy bien el mantenimiento de un imponente EXERCITVS HISPANICVS en una zona plenamente pacificada.Las canteras de Tierra de Campos, además de material de cimentación con el que calzar las vías existentes en dicha comarca, carente de piedras, también habrían suministrado los sillares necesarios para construir las obras de fábrica anejas a las calzadas (puentes, miliarios, alcantarillas, etc.) y para edificar las más significativas construcciones de civitates como ASTVRICA AVGVSTA, BRIGECO u OCELO DVRI (ver nuestro anterior "post" Las canteras del "Culo del Mundo").
La hipótesis que defendemos permite, también, explicar de forma muy plausible por qué el Itinerario de Antonino relaciona nada menos que cuatro rutas (XVII, XVIII, XIX y XX) que circunscriben todo su recorrido dentro de un área tan poco romanizada como fue el noroeste hispano, si se acepta nuestra propuesta de que las rutas que enumera el Itinerario se deben identificar con las grandes arterias que permitían explotar y exportar hacia Roma los recursos esquilmados en las provincias, así como defender las fronteras del Imperio. También explicaría satisfactoriamente por qué finalizan o principian en ASTVRICA AVGVSTA, caput viae de las cuatro calzadas anteriormente aludidas, otras cinco importantes vías descritas en el Itinerario: I, XXVI, XXVII, XXXII y XXXIV.
La mayor parte de los investigadores que más han estudiado las áreas mineras del noroeste de España durante la Edad Antigua mantienen desde hace bastantes años la opinión de que las explotaciones auríferas del noroeste hispano no fueron beneficiadas en ningún momento de su aprovechamiento por medio de mano de obra esclava:
“…Pero, además, la viabilidad de las labores pasaba por la existencia de una mano de obra que de forma regular y rentable efectuase todos los trabajos necesarios para el desarrollo de la explotación. Este tema ha dado lugar a lo largo de los años a un auténtico corpus de leyendas que giran en torno a la existencia de un elevado número de esclavos; se trataba de imaginar una mano de obra “coherente” con la entidad de vestigios como los de Las Médulas y con la imagen estereotipada del poder romano. Ya en los años 80 C. Domergue (1986) llamó la atención sobre dos puntos: el empleo de esclavos (públicos) en la explotación habría resultado ruinosa para el Estado romano y la ausencia de elementos en el registro arqueológico que permitiesen afirmar la esclavización de las poblaciones locales. Posteriormente tanto la visión sobre los trabajos desarrollados en las minas, como sobre las características de las comunidades indígenas han permitido precisar su situación y su relación con las minas. La propuesta se plantea en los siguientes términos (Orejas y Sastre 1999, Orejas et alii 2000): tras los procesos de deditio que siguieron a la conquista romana, en términos generales las comunidades locales quedaron organizadas como ciuitates y sus habitantes considerados como peregrini, libres, pero sin derechos cívicos. Una de las obligaciones esenciales impuesta por Roma fue la tributación como marca del sometimiento y garantía de la recepción regular de recursos. Ciertamente en el conjunto del Imperio la tributación tenía sobre todo que ver con la producción agropecuaria, pero otras opciones eran tenidas en cuenta habitualmente, entre ellas la realización de trabajos específicos o la contribución a trabajos de carácter público. Todo parece apuntar hacia una explotación del trabajo de esta naturaleza en el caso de las minas que nos ocupan: el trabajo tributario de las comunidades vecinas garantizaría el abastecimiento regular de trabajadores y la realización de tareas imprescindibles como fabricación de herramientas, deforestaciones, etc.” (SÁNCHEZ PALENCIA, F. J.; OREJAS, A.; SASTRE, I.; PÉREZ, L. C.: “Las zonas mineras romanas del noroeste peninsular: Infraestructura y organización del territorio”. Nuevos Elementos de Ingeniería Romana. III Congreso de las Obras Públicas Romanas. Astorga, 2006. Junta de Castilla y León - Colegio de Ing. T. de O. P.).
Fotografía 4: Explotaciones auríferas de "Las Médulas" (http://ruralmedulas.wordpress.com/).
…ATQVE VBI SOLITVDINEM FACIVNT, PACEM APPELLANT (TACITVS, DE VITA IVLII AGRICOLAE, 30.4-5).
Los arqueólogos anteriormente citados no establecen ninguna diferenciación cronológica en su enfoque, a pesar de que las fuentes clásicas nos hablan de esclavizaciones masivas tras finalizar las Guerras Cántabras, y de ser claramente evidente que las condiciones socioeconómicas del mundo romano de finales del siglo I a.C. tienen bastante poco que ver con las correspondientes a finales del siglo I d.C. y los siglos posteriores.
El punto de vista defendido por investigadores de la talla y la trayectoria profesional de F. J. Sánchez-Palencia, o el resto de especialistas firmantes del artículo anteriormente citado, se apoya, también, en argumentos de tipo onomástico derivados de estudios epigráficos, que apuntan a la existencia de ciertas élites ástures en el distrito minero desde épocas muy tempranas (SASTRE PRATS, I: Onomástica y relaciones políticas en la epigrafía del Conventus Asturum durante el Alto Imperio. Anejos del AEspA, XXV, Madrid,2002).Los argumentos basados en la onomástica son en nuestra modesta opinión, poco determinantes a día de hoy, si se considera que se conoce un reducidísimo número de inscripciones alusivas a individuos de origen no latino datables en el siglo I d.C. en las áreas mineras del noroeste leonés, y que la presencia de un sector de población indígena colaboracionista con Roma, acreditada desde los primeros momentos de la conquista por autores como LVCIVS ANNAEVS FLORVS, y también arqueológicamente, aunque no sin cierta controversia, (ver BALBOA DE PAZ, J. A.: “El Bronce de Bembibre: algunos problemas que suscita”. Revista Argutorio, Nº 7. Astorga, 2001. Pp 20-24.), no invalida en absoluto la posibilidad de que otro importante sector de la población ástur, que sí se enfrentó con denuedo al invasor romano, hubiera sido obligada a trabajar a la fuerza en las explotaciones mineras tras su derrota.
Habría que saber, además, si puede descartarse totalmente, a la luz de los conocimientos actuales, la posibilidad de que la mayor parte de las inscripciones de onomástica no latina descubiertas en el noroeste hispano se refieran a AUXILIA foráneos de origen céltico o celtibérico procedentes de otras regiones de HISPANIA o de LA GALIA, y no a indígenas ástures. Esto explicaría muy bien la aparición reiterada de este tipo de antropónimos (REBVRRVS, CLOVTIVS, etc.) en áreas muy alejadas geográficamente de ASTVRIA, dada la movilidad característica de los efectivos militares.
Fotografía 5 (EDH, Alföldy;
Edicto del Bierzo, HD033614.
Como contrapunto a la visión ofrecida al inicio de este apartado, la vinculación de los esclavos con las minas es defendida con sólidos argumentos por autores que han estudiado detenidamente las informaciones que las fuentes de la época refieren al respecto, como es el caso del catedrático de Derecho Romano Rodríguez Ennes:
“Una actividad extractiva tan intensa de las riquezas de nuestro subsuelo tenía que requerir, indubitadamente, el empleo de enormes recursos humanos. Para ello los romanos contaban con prisioneros de guerra (1), a los que sin distinción de sexo y edad (2) se les encomendaban los trabajos más rudos, entre los que la minería ocupaba un lugar cimero. Las condiciones en las que se desenvolvía el trabajo en las minas eran durísimas y los escritores antiguos nos han dejado descripciones espantosas. Diodoro se nos muestra más atento que otros historiadores a los aspectos humanos de las claves desfavorecidas describiendo -a propósito de los mineros-su infeliz vida (3)…
…Hasta el siglo II, la mano de obra prevalente -por no decir exclusiva- en las minas estaba constituida por esclavos, prisioneros de guerra y damnati. Pero a partir de la era precitada comienza a recurrirse cada vez más a los liben mercenarii que, aún cuando en un principio coexisten con las otras categorías de trabajadores (25), con el decurso de los años se llegan a erigir en la fuerza laboral prevalente quizás, como señala LE ROUX (26)” (RODRÍGUEZ ENNES, L.: “Extracción social y condiciones de trabajo de los mineros hispano-romanos”, Dereito Vol. III, n. º 1, 1994, pp. 63-73).
El autor de este “post” está claramente a favor del segundo de los enfoques reseñados, entre otras razones, porque pueden rebatirse de forma bastante convincente los dos principales argumentos esgrimidos por los autores que consideran una fábula la explotación de los recursos mineros del noroeste ibérico mediante el empleo de grandes contingentes de mano de obra esclava.
El primer argumento que los autores que cuestionan el empleo de esclavos ponen de relieve, postula que “el empleo de esclavos (públicos) en la explotación habría resultado ruinosa para el Estado romano” (sic).
Según nuestra opinión, los únicos problemas a solventar en relación con la rentabilidad del empleo de esclavos públicos, serían su alimentación y su custodia y manejo. En lo tocante a la alimentación, la comarca de Tierra de Campos, perfectamente comunicada con el distrito minero del noroeste hispano por medio de importantes calzadas, habría sido el granero del que se surtirían las explotaciones auríferas (y de otro tipo) a lo largo de todos los años en los que se mantuvieron activas. No debe de olvidarse que toda la TARRACONENSE fue una provincia imperial y, como tal, dependía directamente del emperador, que era también el propietario, administrador y beneficiario directo de la explotación de las minas.
Cualquiera que conozca la comarca terracampina, no albergará ninguna duda de que dicho territorio fuera capaz de generar cereal suficiente, no sólo para surtir sobradamente las explotaciones del noroeste hispano, sino también de producir excedentes que podrían distribuirse a otras comarcas mineras ibéricas propiedad del emperador (como es el caso de CASTVLO), o incluso a la metrópoli.
La hipótesis de que la Tierra de Campos fuera poblada en época romana por fundos dedicados expresamente a la producción de cereales al por mayor en cultivo extensivo se ve apoyada por el hecho de que la inmensa mayoría de los pequeñas localidades que conforman la comarca, que tienen (o tuvieron en época medieval antes de cambiar su nombre por el actual) la raíz villa en su denominación, exhiben iglesias y otras construcciones parcialmente construidas con piedra arenisca, prácticamente inexistente de forma natural en su entorno.
Es muy raro que los muros de las iglesias de estos pueblos estén completamente conformados por sillares de arenisca; este tipo de material suele alternar indiscriminadamente con otros más comunes y modestos (tapial, adobe, ladrillo), lo que confirma la posibilidad de que los bloques de arenisca sean un material de origen exógeno importado durante la Edad Antigua y reutilizado durante la Edad Media y épocas posteriores. Al tratarse de existencias limitadas, la utilización de los sillares de piedra debió ser complementada con el uso de otros materiales más accesibles a las paupérrimas comunidades medievales locales en el momento de erigir los nuevos templos cristianos.
Según nuestras investigaciones, casi todos los asentamientos existentes en la comarca terracampina (todos los que fueron en época romana fundos agrícolas) estuvieron enlazados por medio de calzadas cimentadas con mendrugos de piedra arenisca, que no muestran indicios de meteorización demasiado marcados (los “bolos” no están apenas rodados), como corresponde a su corta vida al aire libre en términos geológicos.
Fotografía 7 (JLVG): Iglesia de Villarín de Campos. Los sillares de arenisca alternan en los muros con sillarejo de cuarcita, ladrillo y adobe o tapial.
Como ya se apuntó, la piedra arenisca no aparece de forma natural en la comarca bajo la morfología descrita, sino que conforma extensos afloramientos rocosos, generalmente localizados en las laderas y en la parte superior de los tesos que rodean las extensas llanuras dedicadas al cultivo extensivo de cereal (cartografía GEODE, Instituto Geológico y Minero de España).
Fotografía 8 (JLVG): Arenisca fragmentada, en el trazado de la vía romana XXVI del Itinerario de Antonino, según el autor, entre las mansiones de BRIGECO y VICO AQVARIO.
Por lo que se refiere al sometimiento y manejo de la ingente multitud de trabajadores forzados necesaria, sobre todo durante las primeras décadas de la puesta en explotación de las minas, para construir las infraestructuras hidráulicas, viarias y de otro tipo desplegadas en el cuadrante occidental ibérico, como ya se indicó, está perfectamente documentada en las fuentes clásicas y en la epigrafía la presencia en la zona de un nutrido contingente militar a todo lo largo de dicho periodo, que durante el primer cuarto de siglo pudo estar integrado por hasta cerca de 70.000 efectivos, entre legionarios y auxiliares.
La reducción progresiva de esta enorme concentración de tropas se justifica por el hecho de que, una vez construida la red viaria y la red de canalizaciones hidráulicas, la magnitud de los trabajos a abordar anualmente disminuyó de forma muy notoria, ya que se debió reducir a custodiar al personal dedicado a realizar las labores mineras propiamente dichas, y al mantenimiento y paulatina ampliación de unas infraestructuras ya construidas en su mayor parte.
De acuerdo con nuestra visión general de los hechos, la presunta revuelta astur a que alude el CVRSVS HONORVM del centurión M. VETTIO, grabado en la famosa lápida de ARIMINVM, hoy Rímini (Inscripción CIL XI 395), que valió a su protagonista ser condecorado con TORQVES, PHALERAE y ARMILLAE, no sería una acción bélica, sino una intervención de tipo policial dirigida a reprimir algún motín de esclavos mineros acaecido en tiempos del emperador NERO, alrededor de mediados del siglo I. Solana Sáinz mantiene una opinión acorde con la expresada (SOLANA SÁINZ, 2004, op. cit.), minimizando la importancia de este enfrentamiento, dado que, según la inscripción, el centurión sólo mandaba entonces una cohorte (1.000 legionarios).
Pasemos a continuación a rebatir el segundo argumento esgrimido por los autores citados al principio de este apartado, que se concreta en “…la ausencia de elementos en el registro arqueológico que permitiesen afirmar la esclavización de las poblaciones locales” (sic).
En primer lugar, es oportuno puntualizar el hecho de que los contingentes de esclavos, caso de haber existido, y por muy cuantiosos que fueran, habrían dejado muy pocos vestigios materiales de tipo personal de su presencia en el registro arqueológico, ya que sus posesiones en vida habrían sido prácticamente inexistentes, y su destino posterior más plausible habría sido una fosa común a la que habrían sido arrojados prácticamente desnudos, con toda probabilidad, por sus propios compañeros de infortunio. La naturaleza ácida imperante en los suelos de la región habría impedido que llegaran hasta nuestros días ni siquiera unos restos mínimamente conspicuos de sus enterramientos. Obviamente, nadie puede pretender que ningún legionario u hombre libre que habitara el coto minero se preocupara jamás de erigir una costosa lápida funeraria en memoria de alguno de estos desafortunados infelices, como sí se hacía en el caso de esclavos integrados en los ámbitos domésticos, tanto en entornos civiles como militares.
Además, la información suministrada por las fuentes greco-latinas ofrece argumentos suficientes para poder deducir, con bastante seguridad, que tras la finalización de las Guerras Cántabras, muchos prisioneros ástures habrían sido forzados a trabajar como esclavos en el distrito minero: FLORVS (II, 33, 50-53 - II, 33, 59-60); STATIVS (Cfr, Silv., 6, 880); LVCANVS (Farsalia IV, 297-298); MARTIALIS (X, 17); SILIVS ITALICVS (I, 231-232); CASSIVS DIO (54, 5, 1); OROSIVS (6, 21, 7-8).
Según Rodriguez Ennes: “El nombre de dediticii se aplica, en primer lugar, a ciertos peregrini que forman una categoría especial, la peor de todas, y están sometidos a las más duras condiciones en razón de haber sido derrotados tras haber resistido con las armas en la mano. Como cláusula principal del tratado de anexión al poder romano, debían entregarse a sus vencedores sus armas, sus ciudades, su territorio y sus bienes –urbem, agros, aquam, terminos delubra, ustensilia, divina humanaque omnia- [Cfr. Liv., 1, 38; 4, 30; 5, 27, 6,;28; 7,31; 8, 1, 9, 20; 28, 34; 36, 28; 37, 45; 38, 23; 40, 41; Caes., Bell. gall 1, 27; 2, 32, 3, 21-22, Plaut., Amph I, 1, 70, 102; Val. Max., 6, 5, 1; Polyb. 20, 9, 10; 26, 2; Theoph. 1, 5]. Se puede destacar, sobre todo, que la suerte de los dediticii no era exactamente idéntica; así, los que trataban de resistir con las armas hasta el último momento eran tratados con mucha mayor dureza que los que se rendían inmediatamente después de la ocupación de su territorio [Liv., 2, 17; Caes, Bell. Gall. 2, 32]…
…No es de extrañar, en vista de ello, la tremenda resistencia ofrecida por numerosas poblaciones que, conocedoras del triste destino que les esperaba si eran hechos prisioneros, preferían suicidarse o ser pasados por las armas a caer sometidas bajo las águilas romanas. Expresivo es al respecto, el relato que Tácito nos testimonia acerca de la arenga que Calgakus jefe de los caledonios dirige a sus compatriotas antes de la batalla con los romanos (7). Más interesante -aunque sólo fuere por razones de proximidad geográfica-es lo que cuenta Floro (8) a propósito del asedio del Monte Medulio (9), durante las guerras cántabras…” (RODRÍGUEZ ENNES, L.: “Minería romana, minería castellana, minería de la América colonial española: historia de un tracto sucesivo”, Anuario da Facultade de Dereito da Universidade da Coruña nº 10, 2006, pp. 993-1010).
Es una “casualidad” muy sospechosa que, llegado el tiempo en que esta mano de obra debió de comenzar a escasear preocupantemente en HISPANIA, a causa de su paulatino envejecimiento y la elevada tasa de mortalidad inherente a su penosa situación, el poder legislativo romano pusiera en marcha medidas específicamente dirigidas a surtir de prisioneros convictos las explotaciones mineras:
“A comienzos del Principado y más concretamente en época de Tiberio (ll), se introduce la damnatio ad metalla, pena ésta que también iba a proporcionar ingentes masas de mano de obra gratuita a la industria extractiva. Aunque los motivos de aparición de tal condena no están muy claros, quizás, lo más lógico sea ligar su creación con la puesta en marcha de un sector minero de titularidad imperial (12). Como señala MOMMSEN, la damnatio ad metalla ocupaba en la tabla de gradación de las penas el lugar inmediatamente inferior a la capital (13) y lo mismo que ésta, su aplicación debería ir precedida de la verberatio (14). (RODRÍGUEZ ENNES, L., 2006; op. cit.).
El autor citado señala que, según Mommsen, la fecha precisa de entrada en vigor de la DAMNATIO AD METALLA se encuadraría dentro del año 23 d.C. (MOMMSEN, Derecho penal romano, trad. esp. P. Dorado (Bogotá 1976) p. 585).
Sin embargo, nuestro principal argumento a favor de la existencia continuada de campos de trabajo promovidos por la administración imperial romana en el distrito minero del noroeste de HISPANIA, se basa en motivaciones que nada tienen que ver con las hasta ahora mencionadas.
Al estudiar con ayuda de herramientas SIG las características fisiográficas de los poblados mineros de época romana, y compararlas con las correspondientes a los castros habitados con anterioridad a la conquista, hemos creído encontrar pruebas consistentes que apuntan claramente a que en las explotaciones mineras fue bastante común, durante un prolongado periodo de tiempo, la presencia de mano de obra forzada, que pudo estar integrada, según cada época, por prisioneros de guerra, o por convictos condenados por delitos comunes o por cuestiones políticas. Los indicios a los que nos referimos están a la vista dentro del propio paisaje del distrito minero, y serán puestos de relieve a continuación.
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LOS DENOMINADOS “CASTROS MINEROS DE ÉPOCA ROMANA” DEL NOROESTE DE HISPANIA.
Tradicionalmente se viene considerando por todos los investigadores que los espectaculares fosos hidráulicos que rodean las "coronas" o castros mineros del noroeste hispano (Figura 1), habrían sido construidos por sus habitantes con finalidades defensivas o, en todo caso, serían excavaciones realizadas con la finalidad de beneficiar el oro existente en el entorno de los castros:"Algunos de los asentamientos relacionados exclusivamente con las operaciones de laboreo de las explotaciones mineras tienen unas estructuras defensivas múltiples muy marcadas que parecen indicar una cierta inestabilidad en la zona durante alguna etapa del funcionamiento de las minas. Estos hábitats se localizan especialmente en el sector norte de la Sierra del Teleno, en donde reciben el nombre de «coronas» por su forma, de los que también se encuentran paralelos en la Cuenca del Boeza (Bembibre-León) y otros lugares del Bierzo, aunque los de mayor tamaño y espectacularidad son los del Teleno. La integración de estos asentamientos en la explotación de los yacimientos auríferos es tan profunda que ha sido utilizada la propia red hidráulica para la excavación de los fosos de defensa, razón por la cual algunos autores los han llegado a interpretar en algún momento como estructuras propias de la explotación minera en «ocelos» (Sáenz y Vélez, 1974)" (tomado de MATÍAS RODRÍGUEZ, R.: “La Minería Aurífera Romana del Noroeste de Hispania: Ingeniería minera y gestión de las explotaciones auríferas romanas en la Sierra del Teleno (León-España)”. Nuevos Elementos de Ingeniería Romana. III Congreso de las Obras Públicas Romanas. Astorga, 2006. Junta de Castilla y León - Colegio de Ingenieros T. de O. P.).
Fuente de datos: Ortofoto PNOA 2008, pixel 25x25 cm. (IGN - JCyL).
Como se indica inequívocamente en el texto extractado del artículo publicado por R. MATÍAS, los fosos de los castros mineros están conectados a la red hidráulica implantada para la explotación de los placeres auríferos. Además, como justificaremos a continuación, los fosos excavados por medio del agua canalizada por los romanos se reparten por toda la geografía del distrito minero del noroeste de HISPANIA, y bordean total o parcialmente, complementando otros elementos naturales o artificiales de cerramiento, todo tipo de asentamientos, incluso aquellos de superficie más reducida, con capacidad para un número de habitantes que no parece corresponderse, en ningún caso, con la magnitud de los trabajos realizados para circunvalar los poblamientos.
En total, a fecha de hoy llevamos comprobada la existencia en el occidente de la provincia de León de no menos de 200 castros de época romana, cuyo sector más vulnerable de su perímetro fue aislado de su entorno por medio de la construcción de fosos hidráulicos (Fig. 2).
Figura 2. "Archipiélago" de "castros mineros" romanos en el NW de la provincia de León. Elaboración propia.
Fuentes de datos: MDE 5x5 m. (IGN-JCyL) e Inventario Arqueológico de Castilla y León (JCyL, 2003).
Las zanjas que delimitan los recintos mineros de época romana, realizadas por medio de canalizaciones hidráulicas, son tan profundas que se suelen apreciar perfectamente en el Modelo Digital de Reflectancia generado a partir del Modelo Digital de Elevaciones de 5 m. de malla cargado en el Sistema de Información Geográfica (SIG) utilizado por el autor de este “post” para analizar el territorio (Fig. 3).
Figura 3. "Castros mineros" de la vertiente norte del Teleno (León). Elaboración propia. Los castros aparecen remarcados por círculos rojos. La trama amarilla muestra las superficies afectadas por labores mineras auríferas.
Fuentes de datos: MDE 5x5 m. (IGN-JCyL), Inventario Arqueológico de Castilla y León (JCyL, 2003) y Roberto Matías Rodríguez.
Llamamos la atención sobre el hecho de que los cuatro castros representados en la imagen anterior son llamativamente visibles desde el yacimiento romano de Santa Marina (rectángulo de color rosa), enclave donde, según nuestra hipótesis, se ubicaría uno de los puntos de control militar romano que supervisaron los trabajos mineros realizados en este sector del valle del río Duerna (Fig. 4).
En la localidad de Luyego, contigua al yacimiento romano citado, se descubrieron en el año 1965 por D. Augusto Quintana Prieto y por D. Antonio García y Bellido dos inscripciones epigráficas romanas, una de las cuales hace referencia a una VEXILATIO de la LEGIO VII, que muy probablemente se corresponde con el destacamento responsable de vigilar esta importante área de extracción aurífera, apoyado por la COHORTE de AVXILIA I GALLICAE que se menciona en la segunda inscripción citada.
Figura 4. "Castros mineros" de la vertiente norte del Teleno (León): Análisis de Visibilidad. Elaboración propia.
Fuentes de datos: MDE 5x5 m. (IGN-JCyL) e Inventario Arqueológico de Castilla y León (JCyL, 2003).
A continuación, incluimos una serie de párrafos extractados del Inventario Arqueológico de Castilla y León que avalan lo hasta ahora comentado. Los fragmentos que incluimos se transcriben literalmente, tal y como fueron escritos por los diferentes arqueólogos que tomaron parte en la realización de dicho Inventario, en lo tocante a la provincia de León. Por no alargar demasiado el artículo, hemos incluido citas de un único castro datado en época romana por cada una de las principales subcuencas fluviales de la provincia de León integradas dentro del distrito minero, aunque cabe apuntar que las descripciones alusivas al resto de enclaves del periodo contienen textos muy similares a los que se reproducen. Los subrayados fueron añadidos por el autor del "post" para destacar las alusiones a fosos hidráulicos.
El Castro o El Cobrado (Castrocontrigo - Subcuenca del río Eria).
“En la presente campaña se ha observado que el terreno se encuentra en erial, por lo que la visibilidad de la superficie no es la deseable. Sobre todo en la zona oriental del Castro se aprecian restos de tégula en superficie. Se observa el foso en todo el perímetro del recinto a excepción del cortado que cae al pueblo”.
El Aro de la Gándara (Rozuelo - Subcuenca del río Boeza).
“Corona minera situado al Este de Rozuelo, en la ladera Sur del Pico de la Cerca. Al Oeste del castro discurre de Norte a Sur el Arroyo de Las Vegas. Las labores consistieron en varias zanjas-canal realizadas mediante fuerza hidráulica. En la explotación se distinguen tres sectores, por un lado, dos zanjas-canales, una al NO y otra al SE, que han configurado los fosos que rodean el recinto”.
El Castro o la Corona de Ferreiro (Pobladura de las Regueras - Subcuenca del río Tremor).
“Se trata de una corona minera que presenta un recinto principal de forma oval irregular, casi triangular y ligeramente inclinado hacia el SO. Está delimitado por un foso todo alrededor realizado mediante fuerza hidráulica, que en la parte NE, por donde llegan los aportes de agua, se duplica quedando entre ambos caballones”.
Corón de San Pedro (Noceda - Subcuenca del río Noceda).
“El recinto aprovecha la ladera y está inclinado sobre el río hacia el SO. Tiene forma casi circular y está rodeado completamente de un primer foso de mayor anchura que el resto. Hacia el lado Este tiene otros dos fosos y hacia el lado Oeste tiene otros tres, todos ellos realizados con fuerza hidráulica que se unen en la parte Sur hacia un único canal de evacuación que cae hacia el Arroyo de Noceda”.
El Cantico (Garaño - Subcuenca del río Luna).
“Se trata de un pequeño recinto que aparece rodeado al N, E y O por un foso realizado con fuerza hidráulica que a buen seguro se prolongaría al SE, lo que resulta de difícil comprobación dadas las alteraciones sufridas (en esta zona se han realizado varias construcciones). En el sector Norte se aprecia un canal que formaría parte de la infraestructura hidráulica necesaria para la realización de esta obra. A continuación del foso se aprecia un terraplén que da paso a la superficie habitable”.
La Cerca (Gisatecha - Subcuenca del río Omañas).
“El recinto ocupa la parte alta de un espolón, tiene forma ovalada con dominio del eje NE-SO y SE adapta a las características del terreno. Como elementos de delimitación y/o defensa presenta un foso realizado mediante fuerza hidráulica que lo rodea; éste da paso a un parapeto/muralla del que se aprecia derrumbe en las zonas Norte y Este”.
Castro de la Chana (Páramo de Sil - Subcuenca del río Sil).
“Asentamietno de característicsas cstreñas situado en los margenes de na explotación minera romana en concreto el nº 10 del inventario de la localidad de Páramo. Este asentamitno está delimitado por una zanja canal de la propia explotaciónminera romana que forma su límite sur y Este”.
El Castro (Villabuena - Subcuenca del río Cúa).
“El yacimiento se localiza en un espolón terminal del cerro de Couso , en la margen derecha del río Cuá .El asentamiento se delimita al N,E y O por dos fosos realizados con fuerza hidráulica, al N aún se aprecia la zanja por la que trajeron el agua necesaria desde el arroyo cercano, al S aparecen los dos conos de deyección de los correspondientes fosos, en los que todavía se ven las murias”.
Los Calangros (Veguellina - Subcuenca del río Burbia).
“El yacimiento se sitúa en la ladera SE de un gran escarpe del pico de Montoto, en la margen derecha del río Burbia , con un amplio dominio de todo el valle y muy especialmente de las explotaciones mineras de A Leitosa, Ribón, La Barranca,...Tres fosos de considerables dimensiones aislan y protegen al castro del resto de la ladera por el N y O , mientras que por el E son la fuerte pendiente de la ladera y los crespones de la roca madre, los que cumple estas funciones”.
El Castro (Trabadelo - Subcuenca del río Valcarce).
“El recinto tiene forma alargada con dominio del eje SO-NE.Se separa del resto de la ladera, zona S y O ,con un profundo foso hecho con fuerza hidráulica ,de esta infraestructura se conserva un canal que traería agua desde el SO; mientras que en el N y E un mayor escarpe natural lo diferencia y protege del entorno .Una muralla rodearía todo el recinto principal de la que se aprecia el derrumde en el O ,sin descartar que fuera un torreón”.
Santa Alla I (Arnado - Subcuenca del río Selmo).
“Entre el Río Gestoso y el Río Selmo, en un espolón al N de Arnado se localiza el lugar denominado Santa Alla donde se sitúa el castro, además de una explotación por detrás. Se observa un foso hacia el N-NE, casi con toda seguridad hidráulico, utilizado como camino hoy en día”.
Castro de Santa Cruz (Castroquilame - Subcuenca del río Cabrera).
“El castro ocupa un espolón al NO de Castroquillame, sobre la orilla derecha del Cabrera y al S del Arroyo del Valle. El espolón está delimitado por laderas con acusadas pendientes; en el lado más desprotegido, el NE se labraron dos fosos. El exterior es de dimensiones relativamente reducidas (4 m de anchura) mientras que el foso más interior es de mayor envergadura (con 6 a 15 m de ancho y más de 6 de profundidad)”.
Los Castros (Espinoso de Compludo - Subcuenca del río Meruelo).
“El yacimiento tiene un emplazamiento en horquilla. Se localiza al NE del pueblo, ocupando la cima de un cerro. Se trata de un asentamiento de tipo castreño que presenta un recinto circular. Como elementos de delimitación / defensa tiene un foso que rodea la parte alta del yacimiento. Seguramente este castro está en relación con la explotación de las minas de la Miédula, situadas a 1,5 km. al Oeste”.
No pensamos que la construcción de los fosos hidráulicos y otras estructuras de cerramiento presentes en la práctica totalidad de los castros mineros de época romana existentes en la actual provincia de León puedan justificarse por la necesidad de custodiar adecuadamente el oro que fuera extrayéndose diariamente en las explotaciones auríferas. Hubiera sido mucho más eficiente y racional que la tropa legionaria recolectara periódicamente las existencias, y las almacenara en unos pocos enclaves bien guarnecidos distribuidos estratégicamente por todo el coto minero. En cambio, si lo que se pretendía “guardar” era a los trabajadores durante sus inevitables periodos de descanso, a lo largo de décadas y décadas, evitando que huyeran de una durísima vida carente de futuro, y se contaba con efectivos militares limitados, que habría que repartir por todos y cada uno de los necesariamente dispersos tajos a controlar, sí quedaría plenamente justificado el trabajo invertido en el meticuloso acondicionamiento que se aprecia en cada uno de los enclaves.
Por otra parte, y refiriéndonos al primer siglo y medio de funcionamiento de las explotaciones mineras, cabría hacerse la siguiente pregunta ¿Por qué fortificar, en un mundo en paz, decenas de castros, la mayoría de muy reducida dimensión, invirtiendo un esfuerzo considerable para canalizar el agua y erigir paramentos, cuando las principales CIVITATES del noroeste hispano no disponían siquiera de murallas durante dicho periodo?.
En el año 1992, la actual investigadora del CSIC, Dra. Almudena Orejas Saco del Valle finalizó su tesis doctoral, dirigida por el Dr. Julio Mangas, que llevaba por título "Estructura social y territorio: el impacto romano en la cuenca noroccidental del Duero". El objetivo del trabajo que citamos se centró, fundamentalmente, en determinar el impacto que sobre las comunidades indígenas que habitaban la Cuenca Noroccidental del Duero (provincia de León) tuvo la dominación y presencia romana. Para ello, tras unos capítulos introductorios donde se encuadra el área de estudio y se describen la metodología empleada, la autora procede a analizar el poblamiento prerromano y romano de la zona.En lo que se refiere a la época prerromana, en la tesis que se cita se estudian en profundidad siete castros (Tabla 1a) que, según la autora, estuvieron habitados con toda seguridad durante el Hierro Antiguo. Otros tres castros: Picota (CND-38), Sopeña de Cameros (CND-65) y Teso de la Ermita (CND-68), no disponían de información que permitiera adscribirlos con total seguridad a la 1ª Edad del Hierro, por lo que sólo fueron tenidos en cuenta para analizar, de forma complementaria, algunos parámetros muy concretos (Tabla y 1b).
El número de castros de Época Romana reconocidos y estudiados por la autora de la tesis incluye un total de 34 asentamientos, que se relacionan en la Tabla 2.
Según el estudio realizado, la distribución general de los asentamientos del Hierro Antiguo responde a pautas ya anteriormente contrastadas en otros asentamientos conocidos en la Cuenca Media del Duero, emplazados dentro de áreas sedimentarias, de tierras ricas y vegas abiertas. Los asentamientos de la 1ª Edad del Hierro de la CND se sitúan preferentemente en áreas llanas de terrazas, aunque es usual que se ubiquen en pequeñas elevaciones y salientes bien marcados localizados en la línea del escarpe sobre el río, fácilmente aislables (CND-25, 26, 27, 29 y 31); en otros casos se emplazan en zonas de relieve más diferenciado, armado por materiales antiguos (cuarcitas, pizarras de la Serie de Los Cabos) pertenecientes a las estribaciones más orientales de estas formaciones, próximas también a cursos de relativa importancia, como ocurre en el caso de los castros de San Juan y San Martín de Torres (CND-32 y 33). Las altitudes absolutas de los asentamientos son bastante homogéneas, y arrojan valores acordes con la topografía de la zona ocupada (valor medio de 807 m). En cualquier caso, queda subrayado un aislamiento intencional marcado con diversa intensidad.
El análisis global de las relaciones espaciales entre los núcleos indica que prácticamente todos los castros del Hierro I tienen en un radio de 8 Km dos poblaciones vecinas, que en la mayoría de los casos se sitúan a una distancia bastante inferior, 4 Km. Traducidos estos datos a accesibilidades, la autora del estudio constata la presencia de valores muy bajos respecto de los asentamientos más próximos (por debajo de 50) y un buen número de valores medios entre 50 y 150. En referencia a la intervisibilidad se subraya el control visual directo de cada asentamiento respecto a su vecino más cercano, circunstancia favorecida por la topografía.
En general, la proximidad de cursos relativamente grandes de agua hace que los asentamientos cuenten con un importante potencial agrario de regadío, adecuado a la importante actividad ganadera verificada y a los resultados de los análisis polínicos, que indican la aparición de importantes superficies dedicadas al cultivo de prados mejorados. Todos los núcleos cuentan en sus proximidades con amplias superficies aptas para los cultivos de secano, en una proporción algo menor que los terrenos irrigables, y generalmente algo más alejadas.
Se tiene constancia, gracias a las semillas identificadas en Soto de Medinilla y a lo narrado por autores contemporáneos de AVGVSTO, como fue el caso de Estrabón, del consumo habitual por parte de las poblaciones castreñas del noroeste hispano de trigo y cebada, hecho avalado arqueológicamente por la frecuencia con que se producen hallazgos de molinos, hoces y fragmentos de grandes recipientes de cerámica, sin duda, destinados a almacenaje. La posición relativa respecto a los recursos potenciales indica una tendencia al autoabastecimiento.
Las conclusiones obtenidas por la autora de la tesis a partir de los datos de situación, emplazamiento y morfología de los asentamientos castreños romanos ponen de manifiesto la existencia de diferencias muy marcadas con respecto a la situación anterior.
En primer lugar, en los castros romanizados, se aprecia claramente un menor interés por la elección de emplazamientos naturalmente aislados, localizados en ubicaciones dominantes con buena intervisibilidad respecto de los enclaves contiguos. Por el contrario, proliferan los asentamientos ubicados en laderas suaves y terrazas bajas.
Es muy evidente que la densidad de asentamientos es mucho más elevada tras la conquista romana que en la primera Edad del Hierro. Además, en Época Romana no existe una jerarquización entre los asentamientos, no hay lugares centrales claros, y se observa, por el contrario, un predominio de las distribuciones lineales y una mayor cohesión del conjunto de toda la población estudiada.
La superficie delimitada en cada poblamiento es bastante variable, aunque, tras la conquista romana, los núcleos habitados son de reducida extensión, y muy raramente su perímetro excede de 2 Has, al contrario de lo que sucedía en época prerromana, periodo durante el cual todos los castros estudiados superaban dicha superficie, llegando a ocupar, incluso, más de 5 Has. de terreno habitable.
En los castros de época romana se aprecia una llamativa desproporción entre las superficies delimitadas y las habitables, motivada por la importancia otorgada a acoplar los recintos a elementos naturales de delimitación, que se complementan, generalmente, con fosos hidráulicos y otras estructuras de cerramiento. En el 73,5% de los castros de época romana puede percibirse todavía, después de 2000 años, la presencia de más de un tipo de elementos de delimitación, aunque es recurrente (85,3% de los casos) la constatación de la existencia de uno o varios fosos excavados con fuerza hidráulica. En el caso de la Corona de Filiel (CND-05) estos fosos llegan alcanzar los 30 m de profundidad. Según la autora de la tesis, el 79,4% de los asentamientos de época romana estudiados posee elementos de delimitación en el 100% de su perímetro, mientras que el 11,8% cuenta con este tipo de estructuras en porcentajes comprendidos entre el 80 y el 100% de su contorno. Tan sólo un 8,8% de los enclaves está circunvalado por defensas en menos del 80% de su perímetro (con un mínimo del 25%).
El análisis de la organización del espacio interno castreño antes de la conquista delata que prima la espontaneidad, existiendo una diferenciación funcional de los espacios y una organización de los mismos en función de unas unidades mínimas que se aíslan entre sí. Estas unidades, tal vez de tipo familiar, son, sin duda, la base de articulación social de las comunidades. Por el contrario, en los castros de época romana mejor estudiados, como es el caso del castro de Quintanilla, se detecta una tendencia al ordenamiento de las áreas edificadas; en el castro romanizado de Corporales se constata una dirección NE-SO en el trazado de las calles, con una clara tendencia a la ortogonalidad.
La visibilidad de 9 de los 10 los castros prerromanos estudiados alcanza un valor de 400º centesimales, mientras que el castro restante llega hasta 370º, localizándose buena parte del territorio circundante a una cota inferior a la del asentamiento. En el caso de los castros de época romana, aproximadamente un tercio de los mismos poseen una visibilidad inferior a 300º, estando dos asentamientos por debajo de los 200º. Además, 13 de los 34 asentamientos de época romana no tienen intervisibilidad directa con ningún otro, y sólo 9 ven directamente a más de un vecino.
Un número significativo de asentamientos de época romana exhibe condiciones de habitabilidad claramente negativas, comparándolas con las elegidas en el caso de los enclaves prerromanos, tanto por lo tocante a la existencia de suficientes recursos de subsistencia, como por lo referente al bienestar de sus moradores. A este último respecto, cabe destacar el hecho de que sean bastante frecuentes las orientaciones en umbría, y abiertas a todos los vientos dominantes.
A título de ejemplo de lo anteriormente señalado, en la Fig. 5 se aprecia claramente como, en el área de la subcuenca del Boeza representada, predominan claramente los asentamientos ubicados en orientaciones de umbría (tonos azules) sobre los situados en solana (tonos amarillentos y anaranjados).
Figura 5. "Castros mineros" romanos en la subcuenca del río Boeza (León). Orientaciones. Elaboración propia.
Fuentes de datos: MDE 5x5 m. (IGN-JCyL) e Inventario Arqueológico de Castilla y León (JCyL, 2003).
La pérdida de todas las señas de identidad anteriormente indicadas que se aprecia en lo asentamientos romanizados, conduce a la autora a deducir que el castro es, en la época romana, un elemento culturalmente residual.
Nosotros llevamos aún más lejos el argumento, afirmando que la cultura castreña indígena ástur desaparece totalmente tras la conquista romana. Los asentamientos que se han venido a denominar castros romanizados serían establecimientos mineros habitados por trabajadores retenidos en contra de su voluntad, en poblados en los que el bienestar de la población y su auto-mantenimiento a partir de los recursos del medio que la rodea son factores carentes de importancia para los planificadores del poblamiento.
EL “GULAG” ROMANO EN VALLADOLID Y ZAMORA.
Dedicaremos unas breves líneas a poner de relieve que, como argumentaremos a continuación, la realidad que debió de enfrentar la población indígena del noroeste hispano tras la conquista romana, pudo ser aún más sórdida que lo que podría deducirse de lo hasta ahora vislmbrado, ya que los indicios que vamos verificando sobre el terreno apuntan claramente a señalar que la red romana de campos de trabajo forzado del occidente de la meseta septentrional no habría quedado únicamente circunscrita al gran distrito minero del noroeste hispano.
Para acceder a los yacimientos auríferos del noroeste ibérico, los romanos debieron enfrentar primero, inexcusablemente, un reto fuera de lo común, como fue vencer las dificultades logísticas que plantea tener que desplazar un considerable ejército a través de una comarca natural de geología tan peculiar como la que caracteriza la Tierra de Campos.
Las interminables campiñas que conforman la comarca mencionada, en invierno se transforman en impracticables barrizales, que dejarían peligrosamente aislado de sus fuentes de suministro a cualquier cuerpo expedicionario que se aventurase a atravesarla en la Antigüedad, y no retornase a sus cuarteles de invierno antes de que comenzasen las lluvias.
Pensamos que este fue el principal motivo que provocó que los ejércitos romanos tardasen más de un siglo en consolidar la conquista del cuadrante noroeste peninsular, y no la pretendida belicosidad y poderío militar de ástures y cántabros, y las dificultades ofrecidas por el territorio de montaña en el que se asentaban ambos pueblos (las legiones romanas superaron en multitud de ocasiones situaciones similares a las apuntadas sin mayores problemas).
No debe olvidarse que, según las fuentes clásicas, las expediciones militares romanas hacia territorios situados al norte del Duero datan de tiempos del cónsul L. LICINIO LVCVLO (151 a.C.), o incluso de épocas más tempranas (campañas de L. POSTVMIO ALBINO).
La consolidación de la conquista del territorio terracampino sólo debió poder completarse por AVGVSTO gracias a la previa construcción de vías de penetración de extremadamente dificultosa cimentación, debido a la escasez de piedra a lo largo de gran parte de los trazados a cimentar, y al notable espesor de afirmado necesario a aplicar para conseguir fabricar calzadas duraderas en un entorno edafológico tan hostil.
Fotografía 10 (JLVG): Calzada romana en las inmediaciones de la localidad de Vidayanes (Villa Abtracies en época alto-medieval), en la Tierra de Campos zamorana.
La piedra utilizada para cimentar las calzadas que vertebraron la Tierra de Campos se habría obtenido, como ya hemos indicado en anteriores publicaciones (El secreto de Tierra de Campos: avance de resultados de un estudio de detalle de la red viaria del occidente de la meseta septentrional durante la Edad Antigua), explotando por medio de mano de obra indígena esclavizada, asistida por infraestructuras hidráulicas, canteras de piedra arenisca y piedra caliza situadas en los afloramientos que conforman algunos de los tesos localizados a lo largo del recorrido de las rutas, entre las que cabe citar las siguientes: Teso del Viso (Bamba), Las Contiendas (Madridanos), Teso de la Mora (Molacillos), Las Canteras (Villalonso) y El Medol (Montealegre de Campos).
CONCLUYENDO…
Ante las evidencias puestas de relieve a lo largo de este texto, cobra toda su vigencia el antiguo adagio que sentencia que “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”, pues España reproduciría en Sudamérica durante la época colonial una situación muy parecida a la provocada en HISPANIA por Roma, aproximadamente 15 siglos después de que dieran principio los hechos objeto de este artículo (RODRÍGUEZ ENNES, L., 2006; op. cit.). En este caso, las víctimas de la codicia desatada en pos de la consecución de los metales preciosos escondidos en el subsuelo del Nuevo Continente serían las poblaciones indígenas de Méjico, Perú, Ecuador y otros países sudamericanos.
En el prólogo a la versión española de “Archipiélago Gulag” el periodista Raúl del Pozo dejó la siguiente reflexión: “Pero después de que se publicó Archipiélago Gulag, aunque no se leyera por decoro y disciplina, los comunistas de todo el mundo, y especialmente los de España, descubrieron que por debajo del anticomunismo doliente y lírico de Alexandr Solzhenitsyn, estaba el infierno de la verdad. Pocas veces un libro ha causado tanto dolor”.
Pensamos que esta reflexión podría ser, en cierto modo, aplicable a los numerosos historiadores que han hecho de la civilización romana el contrapunto benévolo a la estereotipada brutalidad encarnada en los pueblos bárbaros, especialistas que seguro serán muy reticentes a aceptar la versión de los hechos que se desprende de nuestras investigaciones, según la cual Roma cimentó su admirada civilización, a la que tanto debe la cultura occidental, sobre un océano de sufrimiento mayor que el generalmente admitido.
El Imperio Romano negó a cientos de miles de personas, seguramente millones, el derecho a disfrutar de la más mínima de las garantías que preconiza su tantas veces ensalzado código de derecho, y condenó durante siglos a una existencia espantosa a enormes masas de población, tratadas en vida como ganado y olvidadas por la historia, que fueron las que, en gran medida, sustentaron la prosperidad del mundo romano, a costa de sobrellevar una vida tremendamente miserable y, previsiblemente, de bastante corta duración en la gran mayoría de los casos.
Si la hipótesis que planteamos en este artículo fuese correcta, sería bastante procedente finalizarlo incluyendo la dedicatoria estampada por Solzhenitsyn en su libro, que a continuación trascribimos, aunque esta vez vaya dirigida a las generaciones y generaciones de mineros esclavizados que removieron sin apenas descanso durante dos siglos, un año tras otro, la superficie del noroeste ibérico, arrancando de la misma, gramo a gramo, oro, plata, plomo, hierro, estaño, sal o cualquier otro mineral codiciado por Roma:
A todos los que no vivieron lo bastante
para contar estas cosas.
Y que me perdonen
si no supe verlo todo,
ni recordarlo todo,
ni fui capaz de intuirlo todo.
José Luis Vicente González.
Milles de la Polvorosa (Zamora), 20 de enero de 2013.
* Mapas elaborados a partir de información cartográfica original propiedad de la Junta de Castilla y León (JCyL), del Instituto Geográfico Nacional (IGN) y del Instituto Geológico y Minero de España (IGME).
Muy interesante, de verdad. Me pregunto si algún reducto alejado de la zona minera podría haber corrido distinta suerte.
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