Préstamos de riesgo: 21 siglos de historia.

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La pobreza, o la expectativa de caer en ella, es un lujo que no pueden permitirse ni los afectados ni sus países. Todo sale más caro. Con la prima de riesgo al alza, y con la deuda bajo vigilancia de los bancos alemanes y franceses, que aspiran a recuperar su dinero, España está refrescando una lección que se conocía en la Antigüedad: las clases humildes de Roma, que constituían la inmensa mayoría de la población, solo podían acceder al crédito pagando tipos de interés más altos que la elite, pues esta última ofrecía mayores garantías al acreedor y en consecuencia mayores expectativas de devolución.
Jerry Toner, investigador de la Universidad de Cambridge, recuerda en su libro ‘Sesenta millones de romanos’ (Ed. Crítica) que en el Imperio también existían créditos ‘subprime’, una alternativa que no servía exactamente para que el pueblo se comprara un piso en el extrarradio (si bien Roma conoció una ‘burbuja inmobiliaria’ en tiempos de Augusto), sino para cubrirse frente a los golpes del destino, que eran muy acusados y frecuentes (la gente corriente solía pagar el alquiler a diario).
El autor se pregunta por qué los romanos pudientes se arriesgaban a conceder créditos a los que no pertenecían a la elite, ya que estos tenían un horizonte tan incierto. Un motivo era que, entre los siglos I a. C. y el V d. C., periodo que estudia en el ensayo, a quien acumulaba excedentes de dinero le salía a cuenta moverlo, puesto que no lo podía guardar en casa con seguridad. Los préstamos eran, además, una fórmula “de amistad o patrocinio”. “Sin embargo -enfatiza Toner-, la principal razón que explica el floreciente mercado de deuda es que era rentable”.
Basándose en diferentes testimonios, el especialista sostiene que el tipo de interés a largo plazo que más se aplicaba en Roma al pueblo llano era del 12%, aunque los préstamos al consumo a corto plazo podían llegar al 50%. En cambio, las operaciones que contaban con el aval de “tierras italianas de primera”, en manos de los latifundistas, conseguían crédito al 6%.
Toner cifra en un 50% la ‘tasa de recuperación’, es decir, lo que el prestamista podía recuperar en caso de impago, ejecutando los bienes del deudor. Para hacer ese cálculo rescata un papiro egipcio del siglo IV d. C. sobre un comerciante de vinos que no pudo devolver un préstamo cuantioso. Después de enajenar todas sus posesiones, también las que “cubrían sus vergüenzas”, todavía quedó pendiente la mitad de la deuda, así que sus hijos de corta edad fueron vendidos como esclavos.
Según Jerry Toner, de los tipos de interés vigentes en Roma y de la tasa de recuperación implícita en el triste relato del vinatero se deduce que “entre un 10% y un 44%” de los individuos de la plebe que pedían préstamos podían declararse en bancarrota cada año. No obstante, esa estimación no incluye la posibilidad de que la tasa de recuperación se redujera con la venta de los parientes del deudor. Ni tampoco computa “los beneficios extraordinarios, la prima de riesgo, que los prestamistas habrían incluido en sus tipos para compensar la probabilidad de que se produjera un impago”. De todos modos, el autor cree esos beneficios extraordinarios no podían ser muy elevados. “En tal caso -sostiene- otros prestamistas habrían entrado al mercado proporcionando tipos más competitivos”.
Las tragedias que acarreaban los impagos en la Antigüedad explican que la cancelación de las deudas haya figurado con frecuencia entre las reivindicaciones planteadas a los gobernantes en periodos de turbulencia social y política. Sin ir más lejos, Julio César tuvo que lidiar con ese problema, aunque cuando llegó al poder solo perdonó sus propias deudas, que eran astronómicas, pero no las de los demás.
Prestar era un negocio delicado ayer y hoy. Jerry Toner cita a Gregorio de Nisa, del siglo IV d. C., uno de los padres griegos de la Iglesia, quien describió cómo los prestamistas se informaban sobre la situación del deudor y se angustiaban pensando en el dinero pendiente de devolución. “Si el usurero ha prestado a un marinero, permanece en la orilla, preocupado por los movimientos del viento (...) y esperando las noticias de un naufragio o alguna otra desgracia”.
Las palabras de Gregorio de Nisa cobran un significado interesante en nuestros días, cuando existen los denominados seguros de impago y las agencias de calificación.

Fuente: El correo.com

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Historia y Arqueología. Publicación digital de divulgación cultural.

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