El Enigma de la Piedra Escrita de Cenicientos

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Las huellas de la presencia romana en la Comunidad de Madrid son escasas. El autor de este artículo nos desvela la existencia de un conjunto monumental en Cenicientos, que constituye el resto arqueológico más importante y a la vez desconocido, de la región.

A unos 80 kilómetros de Madrid y otros tantos de Ávila y Toledo, la villa de Cenicientos guarda uno de los enigmas arqueológicos más interesantes de la provincia. El pueblo está situado en las estribaciones de Gredos, al pie de la peña de 1.254 metros que ofrece el típico y tópico perfil de la mujer acostada. Pequeño y encantador pueblo de acogedores vecinos y suculentos caldos, Cenicientos guarda dos joyas históricas dignas de un pasado mejor conocido.

Una es la enorme y poderosa iglesia de basilical nave renacentista y ventanas románicas construida a finales del siglo XV, de gruesos contrafuertes y delicada portada gótica. Es la parroquia de San Esteban, que contempla el pueblo desde su elevada posición y conserva tesoros arquitectónicos. La otra joya es apenas conocida. Olvidada por el sobrecogedor bagaje cultural madrileño, mutilada y solitaria, se yergue a las afueras del municipio desafiando al tiempo, la indigencia y la ignorancia.


Se trata de un monolito de unos 7 metros de altura y unas 20 toneladas, con relieves en hornacina sobre cuyo origen y significado se especula desde hace tiempo. Este monolito constituye el resto más antiguo y venerable de la historia de la villa. A unos cuatro kilómetros de Cenicientos, por la carretera de Almorox, comienza un camino que se interna, a la derecha de la carretera, por entre viñas y pastizales. A 500 metros hacia el interior, en una pequeña loma, se levanta un monolito granítico. Es la llamada Piedra Escrita, controvertido monumento de la cuna de Cenicientos.


Hace 2.000 años, estas tierras del Occidente de la Meseta se hallaban en la confluencia de dos pueblos del área celtibérica, aunque Diodoro denomina así a casi todos los habitantes de la Meseta. Según Ptolomeo, al sur de los pueblos celtíberos se encontraban los carpetanos, al occidente los vetones y al norte se encontraban los vaceos. Al igual que hoy, Cenicientos se sitúa equidistante de las ciudades de Ávila, Madrid y Toledo. Así, en los últimos siglos anteriores a la era cristiana, el territorio de Piedra Escrita debía oscilar entre los dos pueblos mencionados con fuertes señales celtas.


Como puede suponerse, las fronteras entre ellos nunca fueron definitivas, ya que las luchas entre las tribus y más tarde la presión romana durante la conquista hizo que estas tierras fuesen asimiladas a unos u otros pueblos. El paisaje, al norte, era más bien árido, mientras que en la Carpetania de tierras bajas abundaban los bosques de encinas, olivos y las extensiones de cereales. Esta zona, entre carpetanos y vetones, proporcionaría, como hace hoy la villa de Cenicientos, abundantes cosechas de vides y aceitunas. Los montes, poblados de bosques, aparecen ya en textos de Apiano, quien menciona los bosques dedicados a Venus y plantados de olivos. Cenicientos se encuentra en plena región de la llamada cultura de los verracos, aunque en su término aún no se han encontrado restos.


No muy lejos, cerca de San Martín de Valdeiglesias, se halla el monumento más famoso de esta cultura pastoril, los llamados Toros de Guisando y hacia el suroeste, en Castillo de Bayuela, otras esculturas de esta cultura. Cenicientos está pues en el centro de la región y, como veremos más adelante, cuenta con un posible verraco que hasta ahora ha pasado desapercibido. La cultura de los verracos es la manifestación escultórica de la Cultura de los Castros, uno de cuyos puntales se encuentra en Las Cogotas, Ávila.


Estas representaciones consisten en tallas toscas en granito de animales sobre una plataforma que los sustenta, y se extienden por una zona que abarca las provincias de Ávila, Salamanca, Cáceres y Toledo (citadas de norte a sur, en cuyo centro está Cenicientos. Que en la villa no se hallan encontrado verracos no significa que el pueblo esté fuera de su área cultural, ya que en sus términos se dan las características de dicha cultura: zona granítica y fundamentalmente pastoril y ganadera. Por otra parte, la concentración de verracos en la zona de Ávila es fruto de la traslación de las figuras efectuada durante siglos desde sus emplazamientos originales a otros más poblados.


Las representaciones son principalmente de toros, jabalíes y cerdos, y su tamaño oscila entre más de dos metros y apenas uno de longitud; la calidad de su talla es también variable, desde las perfectamente reconocibles hasta las prácticamente informes. Los investigadores han ofrecido diversas interpretaciones de estas figuras que van desde su significado de piedras terminales, conmemorativas o hitos de trashumancia, hasta el de funciones funerarias, mágicas o zoolátricas. Que Cenicientos se encuentre en el centro geográfico de esta cultura de los verracos, es importante para ubicar la primitiva población de Piedra Escrita en el espacio y el tiempo. Posiblemente esta población no iría más allá del siglo V a. de C., cuando el empuje de las tribus celtas del norte impulsaron a los pueblos de la Meseta a refugiarse en los valles del interior.


Si bien no hay verracos en Cenicientos, sí que abundan las formas graníticas que, como la conocida por Canto de la Bruja, evocan el pasado ancestral y mítico de un pueblo, cuyos jefes se sentarían en círculos de piedra, a la sombra de una encina o se reunirían las noches de luna llena para rendir su homenaje a la pálida diosa que ilumina la noche, a Diana, a quien dedicarían los bosques de su entorno. Los pueblos vetones y carpetanos que lindaban con estas tierras tenían formas de vida muy semejantes. Algunas de sus ciudades estaban fortificadas, pero la mayor parte de la población vivía en pequeñas aldeas con casas hechas de adobe y madera, por lo que del primitivo poblado de Piedra Escrita no ha quedado apenas huella alguna. Las casas se construían sin orden alguno, con recintos cerrados en el límite de la aldea para guardar el ganado.


Sobre su estructura económico-social se cree que los terrenos eran de propiedad comunal, aunque no así los ganados. Las paredes de piedras que limitaban las propiedades, y que pueden verse aún en el entorno de Cenicientos, son, probablemente, de origen romano. Algunas de las principales ciudades del área vetona fueron Oliba (Ávila) y Augustóbriga (Ciudad Rodrigo), mientras que en la zona carpetana destacaron Toletum (Toledo), Complutum (Alcalá de Henares) y Titultiam (Titulcia).


Los habitantes del primitivo poblado prerromano de Piedra Escrita debieron construir casas de barro prensado sobre bases de piedra y recubrirían las paredes y el techo con ramajes. Los hombres debían vestir polainas para el frío, sandalias y abarcas de piel para los pies, traje corto y capa, el sagunt celtibérico, manto abierto sin mangas y cerrado al cuello con una fíbula. Tan popular se hizo esta capa que el propio Escipión la llevó en la guerra de Numancia. Las mujeres usaban trajes de colores cortados en forma de túnica y ceñidos por un cinturón, y remataban el tocado con un velo sobre la cabeza. Hombres y mujeres gustaban de adornarse con broches, brazaletes y collares, pero, dada la pobreza en que debían vivir los habitantes de esta zona, seguramente vieron pasar de largo los ricos ajuares procedentes del sur y del este que mostraban la influencia tartésica y griega, y tuvieron que conformarse con alfileres, broches y adornos de hierro y bronce.


La alimentación estaría constituida, como en casi todos los pueblos de la Meseta, por carne de caza y ganadería, pan y los frutos naturales. En las zonas del sur y el este, carpetanos y celtíberos fabricaban una especie de hidromiel mezclando la miel con el vino, mientras que en el interior y en la zona de Cenicientos probablemente se bebía una especie de cerveza de origen celta hecha a base de trigo o cebada fermentado. La organización social no nos es suficientemente conocida, pero de las noticias que proporciona Estrabón deduce Schulten la existencia del clan, organización intermedia entre la familia y la tribu. De estas gentilidades o clanes han sido localizadas ocho de ellas en nuestra provincia: dos en Collado Villalba, dos en Navalcarnero, una en Villamanta (posiblemente la Mantua Carpetana), otra en Brunete, una más en Torres de la Alameda, y la más cercana a Cenicientos, la de San Martín de Valdeiglesias, denominada Caecilia Vacemore.


En poblados tan pequeños como el de Piedra Escrita debió existir un régimen patriarcal cuyo gobierno estaría encomendado a los cabezas de familia y a los ancianos de la tribu, que formarían una especie de Senado. La unidad política entre las tribus no existía, y estas difícilmente llegaban a unirse incluso contra el enemigo común romano. En cuanto al sentimiento religioso, según Blázquez, las divinidades principales eran reflejo de las fuerzas de la Naturaleza, destacando las dedicadas al Sol y la Luna. El rito funerario más extendido era la incineración, y Diodoro habla de las honras fúnebres hechas a los caudillos. Por Posidonio y Estrabón, sabemos que hombres y mujeres danzaban tomados de las manos al compás de flautas y tambores. La región de Piedra Escrita quedó al margen de las luchas que mantuvo Amílcar para someter a su poder a Hispania a finales del siglo III a. de C., pues sus actividades se realizaron sobre todo en la Bética.


La guerra con los cartagineses se acercó a estas tierras cuando Aníbal, tras atacar la Helmántica (Salamanca) de los vaceos, chocó con los carpetanos tras atravesar el Guadarrama derrotándolos estrepitosamente junto al Tajo, cerca de Toledo. Sin embargo, las tribus del norte y el oeste, como la de Piedra Escrita, no debieron quedar sometidas a su dominio. Tras la marcha de Aníbal sobre Italia, Escipión desembarcó en Ampurias en el 218, con lo que comenzó la penetración romana en Hispania. Las legiones de Roma atravesaron la Carpetania con Marco Porcio Catón en 195 a. de C., y un año después con Cayo Flaminio. El primer gran enfrentamiento con los romanos tuvo lugar en el año 193, cuando Marco Fulvio Nobilior, pretor de la Hispania Ulterior, derrotó a los carpetanos, aliados con vetones y vaceos, cerca de Toledo, e hizo prisionero al rey de la ciudad, Hilerno.


En el año 192, Nobilior dominaba ya toda la Meseta inferior. Las guerras contra los celtíberos trajeron a estas tierras a Quinto Fulvio Flaco, pretor de la Citerior, que cayó sobre la Carpetania y derrotó a las tribus sublevadas otra vez cerca de Toledo. Las luchas por someter la Celtiberia y Lusitania terminaron en 133 con la destrucción de Numancia por parte de Escipión, con lo que Roma afianzó su hegemonía sobre esta región. A partir de entonces, Hispania entra de lleno en la política romana y en los enfrentamientos entre Sertorio y Metelo o entre César y Pompeyo. Con el fin de las guerras cántabras, Hispania se suma definitivamente a la pax romana. De la presencia romana en la zona quedan escasos vestigios. No hubo grandes ciudades, exceptuando Complutum, y los restos encontrados en Torrejón de Velasco, Zarzalejo, Villamanta o Cadalso de los Vidrios dan idea de que la región fue más bien una zona de paso que de asentamiento.


Sólo el monumento de Piedra Escrita constituye el resto arqueológico más importante y desconocido de la región. Las huellas romanas de Cenicientos giran en torno a dos monumentos de autenticidad probada y a otro de tímida suposición: el monolito de Piedra Escrita, el puente y el posible camino romano. Este último está formado por un enlosado de unos 4 x 5 metros situado en el camino de Peralejo, al borde de la carretera. Se trata de varias lanchas de piedra lisa cimentadas en el camino y en muy mal estado de conservación. El terreno está formado por cantos desprendidos y sin un análisis pericial es muy difícil saber si pertenece a época romana o medieval, al igual que las lanchas de piedra que jalonan la vía pecuaria que une Cenicientos con Piedra Escrita. De todas formas, no se trata de una calzada romana clásica, sino, posiblemente, de una vía menor o de un simple enlosado para cubrir alguna deficiencia del terreno. Las vías y calzadas que atraviesan la Comunidad de Madrid están bien localizadas y, por el momento, no se ha descubierto ningún trazado tangencial con Cenicientos. Las principales calzadas romanas están descritas en el Itinerario de Antonino, del siglo III d. de C., en la época de Diocleciano, y cuyas vías 24, 25 y 29 discurren por la Comunidad de Madrid. Una de ellas unía Complutum con Titulcia; otra partía de Titulcia hacia Segovia y existen restos de calzadas en Santa María de la Alameda y Zarzalejo. En el Anónimo de Rávena, del siglo VII d. de C., aparecen nombradas mansiones, villas y ciudades complementarias del itinerario.


El tramo más cercano a Cenicientos lo sitúa Fernández Galiano en una posible vía que uniría Titulcia con San Martín de Valdeiglesias. Más al norte, en la provincia de Ávila, nos encontrarnos con la calzada del Puerto del Pico, que en su tramo sur se uniría con el itinerario 25 de Antonino, que unía Emérita Augusta (Mérida) con Cesaraugusta (Zaragoza) a través de Toletum, Titulcia y Complutum. Como se ve, el enlosado de Cenicientos, si bien no pertenece a ninguna de las vías principales de la Comunidad de Madrid, sí pudo pertenecer a alguna vía secundaria cuyos nudos de comunicación con las calzadas principales aún no se han encontrado. El origen romano de la posible vía viene avalado por la presencia en la zona de un precioso puente romano sobre el arroyo Cantarranas en la zona de Pantezuelas.


Este puente, aún en servicio, salva el desnivel del riachuelo que parte de Cenicientos. Se trata de un puente de un solo arco de medio punto, con dovelas en escuadras, y paredes y bóveda de sillería bien conservadas. Las lanchas del piso están muy deterioradas pero mantienen el abombamiento típico del arco. El desnivel entre el enlosado del camino de Peralejo y el puente es bastante pronunciado, lo que hace suponer que el trazado del tramo del camino debía ser el típico para los firmes de vía terrera, característico de los caminos a media ladera, y estaría compuesto por un enlosado de lanchas en algunas zonas y piedras sueltas de diverso tamaño en otras, junto con un empedrado desigual en los bordes. La carretera actual corta el trazado haciendo desaparecer sus huellas. La explicación a este posible camino empedrado que lleva al puente romano tal vez se encuentre en la necesidad de proporcionar un paso seguro al ganado, carros y caballerías que debían circular a ambos lados del arroyo.


Del poblamiento prerromano de Piedra Escrita no queda hoy prácticamente ningún vestigio. Ya hemos apuntado más arriba que esta población, en el límite entre la Carpetania y las tierras vetonas, debió consolidarse durante los primeros siglos de la Era y que su romanización viene dada por el camino enlosado y el puente anteriormente descrito. En el pequeño valle situado a unos cuatro kilómetros de Cenicientos se encuentran dispersas unas decenas de tumbas graníticas, algunas de las cuales han sido reutilizadas como abrevaderos para el ganado, y cuya catalogación es harto difícil, aunque todas las posibilidades apunten a una datación altomedieval, pues sabemos que ya en los siglos XI y XII existía una ermita en las inmediaciones del monumento romano.


Las tumbas antropomorfas excavadas en la roca, así como las encontradas al pie del camino que conduce actualmente a la peña, deben datarse en esos siglos y siguientes, dada su tipología y situación cerca de lugar sagrado cristiano, lo que explicaría la cristianización de la dedicación romana del monumento, con una sobreimpresión a golpe de cincel de la primitiva inscripción latina, para transformarla en la piadosa “A LASTRES MARÍAS”, que actualmente figura y que ha hecho tan difícil la lectura del texto primitivo. Las casas de la aldea han desaparecido, pero en el entorno persisten piedras, elevaciones y plataformas rocosas que bien pudieran pertenecer al antiguo poblado. Los numerosos restos de la necrópolis, con tumbas antropomorfas, nos hablan de la importancia de la aldea, pero el monumento más importante, y cuya interpretación ha suscitado más controversias entre los investigadores, es el monolito con relieves que se alza, enhiesto, en el centro del valle.


Se trata de una roca de granito en la que está inscrito un nicho de 2 metros de alto por 1,25 de ancho, y en cuyo interior se encuentran los enigmáticos relieves divididos en dos niveles. En el superior se muestra a tres personajes cubiertos con toga y situados en torno a un ara de sacrificios. Los personajes de la izquierda y el centro avanzan sus manos sobre el altar en señal de ofrenda, mientras el de la derecha parece actuar de testigo. El relieve inferior ha desaparecido casi por completo pero sus restos parecen indicar la presencia de dos animales afrontados. Debajo aparece una inscripción de complicada lectura.


El estado actual del monumento es muy deficiente, pues a la acción erosiva de la naturaleza hay que sumar la mano del hombre que ha picado los relieves e inscripciones hasta hacerlos prácticamente invisibles. Las catas y sondeos llevados a cabo por el Servicio de Arqueología de la Comunidad de Madrid no han conseguido aclarar definitivamente el problema. Los estudios realizados en las proximidades del monumento han proporcionado algunos restos de material cerámico de época romana de tipo sigillata y algún otro fragmento de tipo musulmán. En los alrededores se han realizado hallazgos de cerámica medieval de tipo común. De este poblamiento medieval apenas subsisten tres posibles atalayas sobre los montes vecinos convertidas en piedras caballeras.


Sobre la dedicación y utilización del monumento se han dado las más variadas interpretaciones. Para unos, se trata de la pared interior de un templo romano desaparecido. El arqueólogo Fernando Velasco opina que los orificios situados a ambos lados del relieve podían haber sido practicados para colocar en ellos antorchas y que las perforaciones que se aprecian en la roca indican su pertenencia a otros elementos arquitectónicos. Durante la Edad Media, la población, que se había trasladado al actual emplazamiento de Cenicientos bajo la advocación de San Esteban de la Encina, mantuvo un pequeño asentamiento en el lugar del monolito junto a la primitiva ermita.


La piedad de las gentes cristianizó la Piedra Escrita identificando a sus figuras togadas con las tres Marías… Otra teoría expone que el monumento es un megalito que señala la separación entre la Hispania Ulterior y la Citerior. El profesor Ángel Fuentes piensa que las figuras representan a un sacerdote y a una divinidad femenina, relacionándolas con el culto al emperador y a la justicia. Recientemente se ha sumado a la polémica la profesora Alicia Canto que, tras descifrar la famosa e ilegible inscripción, afirma que se trata de una ofrenda votiva donde el romano Sisquinio levantó el monumento en acción de gracias a la diosa Diana por la curación de su esposa.


Pero el hallazgo más significativo de sus investigaciones se centra en los huecos de la cara posterior del monumento, en los restos de la supuesta escalera. Para la profesora Canto dichas huellas reproducen la garra de un oso grabada en el siglo II d. de C., lo que demuestra la existencia de un bosque sagrado dedicado a Diana en las proximidades del monumento. El rastreo de la zona por el autor de este artículo ha identificado, no muy lejos del monumento, una roca de similares características definitorias del bosque sagrado. Esta interpretación tendería a confirmar la construcción del monumento como hito divisorio entre la Lusitania y la Tarraconense a través de una línea de sur a norte que uniría los enclaves de Hontanar, Piedra Escrita y Toros de Guisando.


Todo ello vendría avalado por la aparición frente al monumento de Piedra Escrita de una extraña roca que la profesora Canto identifica como la figura de un verraco acostado, que el autor ha podido verificar in situ, y que, pese a estar a la vista de todos, ha pasado prácticamente desapercibida. De aceptarse la realidad de este verraco, sería la confirmación necesaria de la pertenencia plena de Cenicientos a la citada cultura vetona, así como el carácter de altar votivo del monumento dedicado seguramente a la diosa de la Luna, que adoraban los habitantes prerromanos, señora de los bosques sagrados vecinos, y que debía recibir sacrificios en este lugar.


En una pequeña colina al borde de la carretera aparecen unas extrañas formaciones pétreas: grandes rocas graníticas presentan diversas perforaciones, hornacinas, cazoletas y estrías situadas en un entorno circular de apariencia mágico-religiosa. En opinión de Luis Caballero, del CSIC, y Luis Valmaseda, del MAN, se hace necesario un estudio en profundidad de dichas formaciones que aclare definitivamente si han pertenecido a los restos de un hábitat cultual o confirman simplemente el capricho arquitectónico de la naturaleza. A nuestro entender, todas estas interpretaciones lejos de manifestarse excluyentes resultan complementarias, lo que hace del monumento de Piedra Escrita uno de los restos romanos más importantes de la Comunidad Madrileña necesitado urgentemente de la imprescindible protección y conservación.


-CURIOSIDADES-


Se dice que este pueblo se llamaba antiguamente San Esteban de la Encina y, en plena reconquista, el rey solicitó desde su corte de Toledo, guerreros y armas para la lucha contra los musulmanes. Al preguntar al alcalde si podía aportar cien lanzas, este le respondió: "con cien y cientos puede contar su majestad", de ahí el nombre de Cenicientos. Al margen de esta versión otros investigadores admiten como probable que este topónimo esté motivado por el color ceniza de gran parte de su paisaje granítico.


Fuentes: Autor Miguel Ángel Martinez Artola http://www.la-almenara.com http://www.celtiberia.net


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Historia y Arqueología. Publicación digital de divulgación cultural.

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